Elba Esther Gordillo
Hacer del desarrollo un proyecto civilizatorio

El viernes pasado, el embajador Javier Pérez de Cuéllar presentó en México Nuestra diversidad creativa -el informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (UNESCO)--, un documento clave para leer uno de los futuros posibles de la humanidad en el próximo milenio, un diagnóstico puntual de los desafíos que enfrentan los pueblos hacia el final del siglo XX y un lúcido bosquejo de las estrategias que deberán ponerse en marcha si queremos garantizar un porvenir a la altura de las grandes esperanzas: libertad para todos los hombres, igualdad en la diversidad y fraternidad entre los diferentes.

El Informe llega en el momento justo: cuando la incertidumbre es mayor y, por lo mismo, son más altas las posibilidades de construir consensos positivos y duraderos. Sólo después de la dura lección de las últimas décadas --con la ortodoxia económica en el centro-- podía ocurrir un cambio de perspectiva de estas dimensiones: reformular el concepto de desarrollo y situar el universo cultural en el primer plano.

En este documento, la idea de desarrollo no se limita al crecimiento económico, sino que implica un proyecto civilizatorio donde las libertades individual y colectiva se potencian, crecen, se multiplican. Desde tal mirador, la cultura no queda reducida ``a una posición subalterna de simple catalizador del desarrollo económico'', pero tampoco circunscrita al espacio tradicional de la expresión artística, la creación científica, la reflexión y el pensamiento. Las incluye y las desborda para situarlas en un contexto mucho más abarcador.

Así, pues, los territorios de la investigación se extienden a la vida social y a la creatividad en todas sus formas; la innovación tecnológica y su impacto cotidiano, globalizador; los nuevos horizontes y potencialidades de los medios de comunicación; la igualdad entre hombres y mujeres: ``No es posible que en los umbrales del tercer milenio las mujeres sigan padeciendo métodos y formas de explotación que tienen sus orígenes en el primer milenio, quizá antes'', la protección de los más vulnerables (niños y jóvenes), y la responsabilidad con las generaciones futuras.

Nuestra diversidad creativa consigna un cambio alentador de perspectiva. La cultura ocupa el lugar central o, para ser más precisos, vuelve a ser la extensa superficie donde encarnan los proyectos humanos de toda índole; la vida material y la compleja relación con la naturaleza; la expresión artística individual y la creatividad comunitaria; la educación como sustento de una nueva ética global, la democracia, el pluralismo y los derechos humanos como valores universales; las tradiciones milenarias y la imaginación científica; el patrimonio cultural tangible y el legado espiritual depositado en la diversidad lingüística, la memoria poética o la fiesta ritual.

La Agenda Internacional que cierra el documento se ha convertido ya en disparador de debates que rebasan las visiones convencionales de cultura como ornamento y de política cultural como herramienta burocrática para la administración del espectáculo y la recreación. El resultado es, a mi juicio, un riquísimo cuerpo de ideas que debe permear toda discusión, todo análisis, toda propuesta de futuro.

La cultura en el corazón del porvenir. Nunca más la parte por el todo, la lógica económica autosuficiente como horizonte empobrecedor de las aspiraciones humanas. Al contrario; la producción, el crecimiento, el intercambio y la competencia, como piezas de un proyecto integral regido por indicadores como la libertad, la ética y la responsabilidad, los derechos y las obligaciones necesarias, la equidad y la diferencia que se complementan.

Este cambio de perspectiva --con toda su riqueza y apertura hacia nuevas prácticas-- deberá encarar serios obstáculos y superar la prueba de la realidad. Es aquí donde el papel de los legisladores adquiere una importancia fundamental. La Unión de Parlamentarios y exparlamentarios para la Educación de América, interlocutora del Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo tiene ante sí el desafío de construir iniciativas y aprobar leyes que se traduzcan en políticas públicas en materia social, ecológica, educativa, científica, artística, patrimonial que se orienten por los nuevos criterios de ética global, responsabilidad compartida y dignidad de todo ser humano y toda cultura.

Aunque en muchos casos existe un largo camino andado, será preciso difundir un proyecto educativo que alcance a los inalcanzables e incluya a los excluidos --un sistema de educación pública que no se rija por exigencias productivistas-- y que sea firme sustento para la formación integral de niños y jóvenes de toda condición.