Recientemente los campesinos que siembran coca en Bolivia, acordaron con el gobierno acelerar la erradicación de los cultivos ``excedentarios'' de dicha planta ante una posible descertificación de Estados Unidos. Se trata de un convenio sin precedente que revela los obstáculos que deben sortear los proyectos para sustituir tales áreas con líneas agrícolas diferentes. A ellos se destinaron inmensos recursos para infraestructura y subsidios, especialmente en Chapare, región ubicada en las tierras bajas tropicales bolivianas, que en el pasado estuvo cubierta de bosques de lluvia y desde hace lustros es la mayor área de cultivo de coca en el mundo.
En esos fracasos han influido factores que olvidaron los responsables de los proyectos de sustitución. Por principio, mucho antes de la conquista española, los nativos de Los Andes cultivaban el arbusto Erythroxylum. Sus hojas eran apreciadas como estimulante en la cultura de Valdivia, hace 5 mil años. Hoy, masticar esas hojas es un elemento cultural del altiplano indígena suramericano y costumbre muy difundida: uno de cada dos bolivianos lo hacen regularmente a los que se agregan habitantes de Perú, Ecuador, Chile y Colombia hasta sumar unos 10 millones. En las últimas décadas su consumo se incrementó no por ritual, sino por el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de campesinos y mineros. Quien mastica entre 50 y 80 gramos de coca diariamente reduce en dos tercios su necesidad de minerales, albuminas y vitaminas, de tal forma que es un componente básico de la dieta de millones y sin la cual empeorarían las enfermedades causadas por una deficiente nutrición.
El cultivo de coca para el mercado externo creció notablemente a partir de 1950, especialmente en el Chapare, donde el clima permite hasta cuatro cosechas anuales. En paralelo aumentó la migración hacia las zonas productoras afectando ricas áreas boscosas. La inmensa mayoría de lo que se cosecha se exporta, a bajo precio, como pasta de cocaína a Colombia y otros países, como Estados Unidos, para cubrir su demanda interna. Aquí es donde se acumula la mayor parte de la utilidad que deja el comercio de la droga. Para combatir este último eslabón, desde un principio se dio más importancia al productor que al consumidor, ignorando leyes económicas fundamentales.
Así, se establecieron diversos proyectos para apoyar cultivos comerciales sustitutos, pagar a los campesinos compensaciones por las áreas de coca que erradicaran, y mejorar el medio rural. Se les llegó a ofrecer hasta 3 mil dólares y otros 5 mil por cada hectárea de coca sustituida con piña, café, pimiento y nueces. Miles de hectáreas coqueras desaparecieron, pero miles, nuevas, se plantaron en zonas vírgenes. Mas las cosechas sustitutas no dieron los ingresos esperados, víctimas de los precios internacionales. Hoy 200 mil campesinos viven de la hoja de coca al carecer de otra fuente de sobrevivencia.
Además, la erradicación se apoyó en la fuerza pública, causando serios conflictos con las comunidades y violaciones a numerosos derechos.
Aunque la meta de destruir cultivos excedentes iniciada en 1987 se
cumplió en 1992, este año apenas se eliminará la mitad de las 7 mil
hectáreas acordadas con Estados Unidos. Hoy se siembran unas 48 mil
hectáreas de