Ugo Pipitone
China: política y economía

El 15o Congreso del Partido Comunista Chino trajo consigo dos novedades, una económica y otra política. En el frente económico se afirmó el compromiso de acelerar el proceso de privatización. Y en lo que concierne a la política, Jiang Zemin afianzó su poder consolidando un grupo dirigente que no tiene rivales a la vista. Lo cual significa: no a los golpes de timón y sí a la aceleración del paso. La ``fórmula'' china contemporánea se confirma como síntesis de dos elementos que se encuentran a menudo en el universo del subdesarrollo de nuestros días: autoritarismo político y liberalización económica. Pero, si dejamos de lado costos colaterales como la matanza de Tienanmen y las ejecuciones sumarias que siguieron, la diferencia respecto a otras experiencias es que en China la fórmula evidentemente ha funcionado. ¿Por qué allí sí y en otras partes no? Quedémonos con la pregunta y evitemos respuestas inevitablemente apresuradas y posiblemente banales.

El hecho sustantivo es que en China en menos de dos décadas, algo así como 200 millones de individuos pudieron superar sus anteriores condiciones de pobreza. Mientras en gran parte del Tercer Mundo las reformas económicas en clave liberista han ampliado los espacios de la miseria social --si bien, en algunos casos, han permitido avances en la reconstrucción de los equilibrios macroeconómicos.

Con la decisión de acelerar los procesos de privatización, los dirigentes chinos asumen hoy riesgos elevados. El más serio es, obviamente, el desempleo. Pero hay otro: la posible ampliación de una corrupción pública que podría resultar socialmente intolerable --como, por cierto, ya ocurrió en 1989. La gran apuesta es que las privatizaciones alienten un mayor dinamismo de la iniciativa privada nacional y el incremento del aflujo de capitales desde el exterior. A juzgar por lo que ha ocurrido hasta ahora en la evolución de la economía china, la apuesta de Jiang Zemin y los otros componentes de la ``Banda de Shangai'' parecería tener sustentos sólidos. Aunque es sabio reconocer que los riesgos subsisten y requerirán un monitoreo constante de tres variables cruciales: privatizaciones, inversiones privadas (nacionales y foráneas) y ocupación.

Shangai, sede de las mayores empresas públicas chinas, podría convertirse en los próximos años en una especie de Meca de capitalismo oriental: polo de atracción de cantidades gigantescas de capitales en búsqueda de una mayor capacidad competitiva internacional y de una mejor posición frente a un mercado chino en expansión. Y así, el actual polo sureño de Guangdong (donde se encuentran la ciudad de Cantón, la zona especial de Shenzhen y la región especial de Hong Kong) podría ser contrabalanceado por el polo norteño de Shangai, más vinculado, a través de inversiones y comercios, con Japón y Corea del sur.

Deng Xiao Ping no ha dejado a sus herederos una doctrina (salvo, tal vez, una vaga ideología del autoritarismo tecnocrático) sino una notable capacidad de adaptación a los tiempos. Algo que, evidentemente, Deng compartía con Confucio. Lo que China tiene hoy de su parte es el pragmatismo (autoritario todo lo que se quiera, pero pragmatismo al fin) de sus dirigentes. Una capacidad de adaptación a las circunstancias que es la mejor vacuna contra rigideces y autoengaños institucionales. Para Jiang Zemin, Li Peng o Zhu Rongji (la estrella naciente del firmamento chino), socialismo significa mercado más bienestar social. El tiempo dirá si su opción fue acertada o no.