Miguel Barbachano Ponce
Seropositivos en el cine

Dos películas recientemente exhibidas en diversas salas de nuestra caótica megalópolis que recogen en sus fotogramas la presencia de una adolescente contagiada con el virus que causa el sida (Kids) y la problemática que causa en una colonia infantil de vacaciones una niña de siete años seropositiva (La niña de mis sueños) me provocaron la redacción de este texto de contenido memorístico a propósito de la relación entre el cine y la pandemia que flagela mortalmente a los seres humanos a partir de 1981, año non en el que se reportan los primeros casos de sida en los espacios poblados por hombres gay.

Una primera e intensa pulsión me retrotrae a Noches salvajes, de Cyril Collard, narrador y cineasta francés fallecido a causa del sida en 1993. Collard es no sólo el director y guionista de la cinta que ahora nos preocupa, sino también su personaje principal: el egocéntrico, bisexual y seropositivo Jean, ser que ama el riesgo, la violencia y la velocidad para ir al encuentro con la muerte.

Acerquémonos ahora al abogado yuppie Andrew Beckett, memorablemente encarnado por Tom Hanks en Filadelfia (1993), discurso cinemático realizado por Jonathan Demme, para recordar a través de aquella devastada personalidad la inadmisible intolerancia que recreó en el celuloide, pero de manera más sutil Jesús Delgado, el cineasta español, en La niña de tus sueños. Pero no sólo Collard, Demme y Delgado se han aproximado cinematográficamente a la problemática social que plantean los seropositivos en nuestro contaminado planeta azul, porque ahora rememoro más allá de caóticas imágenes de Long time companion (Bruce Davison) que hablaba de un extraño cáncer que afecta a los homosexuales y de la comedia mexicana de Alfonso Cuarón Sólo con tu pareja, aquella convocatoria que lanzaron los Médicos del Mundo en el verano de 1994 a cineastas y videoastas europeos para participar en un concurso de guiones acerca de la incurable enfermedad.

Si mal no recuerdo, la respuesta fue masiva, pues aproximadamente 3 mil historias llegaron a los organizadores, mismas que de inmediato se sometieron a estricta valorización. Unicamente 30 de ellas se eligieron para ser transvasadas a las pantallas, entre otras razones porque hacían referencia a desquiciamientos esenciales, como fetos seropositivos en proceso de desarrollo; uso irresponsable de jeringas y agujas, múltiples e indiscriminada relaciones sexuales sin protección adecuada (léase condón)... Ejemplo del material seleccionado sería un breve filme de Charlotte Silvera, que narra la desigual lucha que sostiene un payaso contra el virus, esta vez encarnado como un espantoso Alien. Circense enfrentamiento que finalmente se resuelve en favor del payaso cuando éste cerca al monstruo con cientos de condones inflados.

Un ejemplo más sería la satírica historia realizada por Cedrick Keapischi que muestra a los cuatro vientos el momento crucial en que un condón cubre un pene en erección; evidentemente esta imagen, después de arduas discusiones, no fue difundida por ninguno de los seis canales que durante aquel verano tuvieron el encargo de emitir al aire los trabajos galardonados. ¡Inadmisible tabú de fin de siglo y de milenio!

Y para terminar este artículo acerca de la relación entre imágenes en movimiento y sida, unos postreros interrogantes: ¿Será capaz el cine documental y de ficción crear en la generación del ``látex'' conciencia de la gravedad de la pandemia que nos flagela? ¿Será capaz de abocarnos al uso racional de los preservativos? ¿Será capaz de inducir a la otredad intransigente a adoptar una posición tolerante frente a los seropositivos?