Bernardo Bátiz V.
Romper una lanza

La Iglesia Católica ha sido recientemente blanco de cuestionamientos y críticas motivadas por errores de algunos de sus dignatarios y dirigentes, críticas algunas fundadas y otras no, unas mesuradas y otras expresamente exageradas, pero todas expuestas con la apertura y libertad de que gozamos en nuestro tiempo, en el cual no hay ninguna autoridad, ninguna institución ni ningún valor que no se ponga en entredicho y se someta a juicios y escrutinios severos.

Nada ni nadie se salva en estos tiempos de los sarcasmos, a veces sangrientos de los caricaturistas o de los comentarios de los conductores de radio o de televisión o de los analistas y comentaristas de prensa que, por decirlo coloquialmente, no dejan títere con cabeza.

Como están las cosas, hasta la venerable Iglesia, la ``por antonomasia'', como dice burlón Monsiváis, debe ser escrupulosamente cuidadosa y sus representantes preparados a vivir en el nuevo medio social en el que el respeto no se tiene per se, sino que se tiene que ganar a cada momento.

La Iglesia tiene una historia de dos mil largos años, en la que ha probado que ha sabido y ha podido, a veces sin saber bien cómo, sobrevivir y subsistir a vicisitudes de todo tipo, desde las más crueles persecuciones hasta, lo que ha sido más dañino y peligroso, confusión y mimetismo con el poder. Siempre ha salido adelante y aun hoy en estos tiempos de falta de fe en valores y realidades espirituales, cuenta con un patrimonio que muchos envidiarían. Un paradigma que no podría ser menos actual, lo tenemos en la recién fallecida Madre Teresa de Calcuta y su orden religiosa dedicada a servir a los más pobres y enfermos del mundo, y tantos grupos, comunidades y órdenes religiosas, dignatarios, obispos y otros clérigos que a la vista de todos y más frecuentemente en forma anónima y discreta sirven a sus hermanos, a sus comunidades a los menesterosos de la tierra que somos muchos y todo esto motivado por razones de fe y convicción profunda.

Por eso creo que es el momento de romper una lanza en favor, ya que decir en defensa sería una exageración, de esta Iglesia que en tantas ocasiones ha estado del lado de la justicia y de la verdad, que tanto ha hecho por tantos, y que quizás por ello, no se puede permitir el lujo de que sus representantes, cometan errores y se expongan con sus actitudes o palabras irreflexivas a críticas y ataques.

Frente a los errores, pecados, delitos o lo que es peor, para usar el lugar común, tonterías de algunos católicos están, para equilibrar la balanza, muchas obras, muchas actitudes, muchas acciones de representantes del clero católico y de simples fieles, que son inteligentes, valientes a veces, heroicas y que podemos situarlas del lado de la justicia, de la razón y de la verdadera caridad.

Bien puede ser el momento de que la Iglesia en México revise sus actitudes recientes, como su cercanía con el anterior gobierno, que reflexione y revise las posiciones sociales de algunos de sus dirigentes, frecuentemente cercanas al neoliberalismo, y vuelva los ojos a su tradición milenaria, ciertamente respetada por otros y seguida por muchos: de elevación del pueblo, de defensa de los derechos humanos, de solidaridad con los oprimidos y los pobres, y que alce su voz junto con tantos de sus clérigos, obispo y creyentes en favor de los indios de los marginados y de los perseguidos.

Recibir donativos, generalmente anónimos y en sumas pequeñas, es lo que ha sido el sostén de la Iglesia por años y años, ``la limosna'' de los domingos en misa, las alcancías de los santos que despiertan la devoción popular, los estipendios por servicios que se prestan.

Eso es lo general y lo que ve todo el que quiere ver. Grandes donativos, que seguramente los hay, son excepcionales y podrían ser explicables en casos de desastres como el de los sismos de 1985, pero lo que no se puede ni decir ni dejar que parezca que lo dijimos, es que por los donativos se justifiquen las acciones de los donantes o se legitimen sus acciones antisociales, mucho menos en el caso de los comerciantes de narcóticos, también llamados, no sin razón, estupefacientes.