La Jornada 24 de septiembre de 1997

En Quetzaltenango, 29 niños en calidad de productos caducos e inservibles

Karina Avilés, enviada, Quetzaltenango, Guat. Ť Detrás de esas rejas existe un corral con niños que el mercado de menores nunca quiso.

Los llaman ``infantes viejos, caducos e inservibles'', y son echados a la corraliza porque tienen 3 o 10 años, porque están ``bien negros'', porque ``tienen el cabello erizo'', por deficiencias mentales o por los llamados ``defectos físicos''.


En la Casa Hogar Quetzaltenango, Guatemala.
Foto: Cristina Rodriguez

En realidad, son niños abandonados o víctimas del maltrato que viven en lo que oficialmente se conoce como Casa Hogar de Quetzaltenango.

A la entrada del pueblo, una calle en picada conduce hasta un portón enrejado.

Adentro, parece que la soledad es incansable. El patio de los niños no tiene niños, los cuartos construidos alrededor están amueblados por el vacío.

En una reducida habitación con paredes cacarizas se aguarda a la señora directora. Llega de prisa, trata de peinarse y se quita algunos cabellos de la frente, intenta que sus bostezos no salgan, pero explotan en el aire. Es temprano y las montañas que están detrás de estos muros pueden verse todavía húmedas.

La directora, Aura Marina Xicara, asegura que la demanda de menores se concentra en los recién nacidos y niños hasta de un año.

No son del gusto de los compradores

En el hogar a su cargo hay infantes que ``no se los llevan'' porque llegaron más grandes y, por lo tanto, no son del gusto de los compradores.

``Vienen familias que piden a un niño de un año que coma solo, que camine, que tenga ojos claros y que sea blanco''. Estas son otras de las exigencias del tráfico internacional.

Un largo pasillo medio mordido conduce a un salón. A la par de un rechinido se abre una puerta parchada con retazos de madera.

Aquí los pequeños están acorralados.

Permanenen juntos, se abrazan, la de 8 carga a la de 3 años; se corretean, juegan. Este gran corral pintado de amarillo está atascado de carcajadas en trozos.

Los niños se aferran al visitante, se prenden de su ropa, sus ojos parecen derramar agua, su abrazo, su abrazo es eterno.

Solitos se ofrecen:

``Yo me llamo Joel, yo me llamo Candelaria, yo me llamo Neri, yo me llamo Juan, yo me llamo Lilián, yo me llamo... yo me llamo... es su grito-suplica.

Un pequeño de 6 años aún va más allá: ``Soy Neri Estuardo y antes iba a la escuela'', su palabra implora. Porta una camisa amarilla y un pantalón azul, así permanece. Lilian luce un vestido rosa. Esta aquí porque sus pies no le ayudan a caminar al ritmo del resto de los infantes.

Su único juguete: un palito y retazos de papel periódico.

Joel sale corriendo del salón, se mete a otro cuarto bajo una oscuridad que apenas y permite ver unas camas en serie.

La directora, Aura Marina Xicara, todavía está en el cuarto cacarizo buscando algunos documentos.

La plática continúa:`Hay países que no ponen tanta objeción al niño'', como Italia, España y Estados Unidos.

De repente, recuerda algunas experiencias de los noventa: ``Tuvimos nueve bebés que venían del tráfico. Tenían datos falsos y venían de San Marcos.

``La orden decía que fueron enviados por plagio o secuestro. Los albergamos casi un año y medio; vinieron muchas familias guatemaltecas que se los querían llevar, pero pasó el tiempo y después ya no vinieron.

``No se podía hacer nada porque el caso estaba radicado en San Marcos, pero después, el juez de allá dio la orden para que estos niños fueran entregados a familias. Recuerdo que uno era un bebé especial que fue trasladado a otra casa-hogar y allí se le perdió la pista''.

En el hogar de Quetzaltenango viven 29 menores de cinco a 17 años.