La Jornada 26 de septiembre de 1997

Descubren a un francotirador en marcha de apoyo a desplazados

Hermann Bellinghausen, enviado, Yabteclum, Chis., 25 de septiembre Ť La movilización de 5 mil zapatistas, pacífica de discurso y acto, había durado todo el día. Antes de las 17 horas llegó a Yabteclum. El orador encapuchado arriba de una camioneta, una mano cogida a las redes, la otra al micrófono, señalando a las laderas circundantes, había dicho:

--Sabemos que nos están apuntando. Anden, disparen, aquí estamos, sin armas.

Pareció un mero énfasis dramático. Empezaba el mitin de miles de zapatistas, provenientes de 15 municipios de los Altos, en la cancha y plaza central de éste, el pueblo ``antiguo'' de Chenalhó, cuya mayoría priísta expulsó a 200 personas hace cuatro meses, por el hecho de simpatizar con el EZLN. Una hora después, cuando el acto estaba por concluir, una veintena de zapatistas trepó a la azotea de la escuela, con gran aspaviento. Corrieron al gran tinaco, lo escalaron y se metieron en él precipitadamente. Habían visto asomar a un hombre.

Segundos después brotó de ahí un rifle Máuser, que fue pasado de mano en mano, triunfalmente. La multitud se agitó extraordinariamente, y más cuando los zapatistas sacaron violentamente del tinaco a un hombre, que de mano en mano, saltó al suelo, cayó como gato y echó a correr. Tras él salieron varios zapatistas. Del tinaco salió, por último, una caja llena de balas Remington 410, que mostró un joven encapuchado; el pulso le temblaba sin control, como aquejado de Parkinson.

Nada es tan sobrecogedor como una multitud airada. La ira se apoderó de todos, al descubrir que todo ese tiempo, en efecto, los estuvo acechando un francotirador, por lo menos. Muchos decían que desde antes habían visto gente armada en las casas de arriba, en las laderas de Yabteclum. O sea que el orador no dramatizaba, ni exageraba.

Nuestro enemigo no son ustedes

Desde las 10 de la mañana se empezaron a reunir junto al paraje de Tzabaló las bases de apoyo del EZLN, provenientes de Pantelhó, Mitontic, San Juan Chamula, San Andrés, Zinacantán, San Juan de la Libertad, Bochil, Simojovel, Sitalá, Ixtapa, Tenejapa, San Juan Cancuc y el propio San Pedro Chenalhó. La variedad de vestimentas tradicionales lo confirmaba. Indígenas de rostros cubiertos que hacia las 11 de la mañana iniciaron, en silencio, una marcha hacia la cabecera municipal constitucional. A la vista de San Pedro, los manifestantes, que llevaban la carretera rompieron el silencio. En la descubierta, el conductor del acto decía, a través del megáfono:

--Somos misma carne, misma sangre, mismo pueblo. No venimos a lastimar a nadie. No queremos matarnos entre hermanos. Los hermanos priístas quemaron su casa de nuestros compañeros. Los hermanos priístas no entienden lo que pasa. Venimos a explicar. Los compañeros desplazados van a decir su palabra.

Después, en tzotzil, otro orador invita a la gente a unirse a la marcha. A las 12 la marcha alcanza la plaza pedrana y se coloca en caracol, dejando en el centro a las mujeres y hombres desplazados de Yabteclum, Los Chorros y otros poblados, protegiéndolos simbólicamente.

--Venimos a demostrarles que los compañeros zapatistas en el municipio no están solos --expresa el orador.

--No queremos tomar venganza. Por eso venimos a decirles de buena manera que entiendan. No traemos armas. Vamos a ir a entregar a sus comunidades a los compañeros perredistas y zapatistas que corrieron ustedes.

Los mensajes insisten en decir a los priístas: ``Nuestro enemigo no son ustedes, sino el gobierno''. Tal es el leit motiv, si bien no faltan nuevas e improperios contra el presidente municipal sustituto, Jacinto Arias Pérez, los caciques, las guardias blancas y la policía. Contra Zedillo y Ruiz Perro (los tzotziles no pronuncian la letra F, pues no existe en su lengua), contra el ex diputado priísta Antonio Pérez Hernández, a quien acusan de armar las nuevas guardias blancas de Chenalhó.

--El gobierno lo que quiere es que nos matemos entre hermanos. No se dejen engañar. Pero si no, no nos quedará más camino que defendernos --dice el de la voz. No podemos humillarnos ante el gobierno y sus fuerzas represivas. Están muy equivocados si creen que nos pueden detener a los zapatistas.

En comunicado que firman ``los representantes de municipios rebeldes del estado de Chiapas'', leído en la plaza municipal, se advierte: ``Los compañeros desalojados van a regresar a sus comunidades. Nadie lo va a impedir''.

A lo largo de la carretera en que ayer sólo transitaban vehículos militares, policiacos y de organizaciones priístas, esta tarde circuló, con destino a Polhó, la marcha de 5 mil indígenas y 70 vehículos. El mitin en San Pedro había terminado pacíficamente. La radio estatal, encadenada al noticiero de las 14:30, informaba del acto tal como queda dicho. Unos anuncios comerciales. Y entonces la voz de un locutor distinto del que daba las noticias, relató una versión violentamente contrapuesta a la que se acababa de radiar. Sobra decir que era totalmente falsa.

Según la nueva versión, grupos de zapatistas de Oventic, Mixtalucum y Polhó habían ido a amenazar a la cabecera municipal, armados de palos. En el colmo de la fantasía informativa, el relator gubernamental afirmaba que la marcha se dirigía ahora a Polhó, ¡encabezada por Alianza Cívica y el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas!

El taxista sancristobalense que conducía a unos periodistas, oyendo lo que a él le constaba que era falso, no reprimió una exclamación: ``Con razón estos indios están inconformes''. (Fue inevitable recordar este gazapo radiofónico horas más tarde, durante el juicio popular que se hizo al francotirador del tinaco. Este confesaría que en Yabteclum se reunieron para esperar a los zapatistas y le indicaron ponerse donde se puso, ``porque pensaban que los zapatistas venían armados y enojados'').

Juicio

Yabteclum, 18 horas. Los periodistas acabamos de recorrer las casas destruidas y saqueadas de los desplazados que hoy regresan. Lo mismo de siempre, ese horror de muebles rotos, ropa rasgada, robos, muñecas decapitadas, papeles quemados, mazorcas regadas. El mitin está por concluir, y la marcha por dirigirse a Polhó, cuando descubren al hombre del Máuser. En la persecución los zapatistas atrapan a José Pérez Gómez, a quien apodan El Morral, y a otros dos que al parecer lo intentaron defender. Pérez Gómez viene severamente golpeado. Sus captores lo arrastran entre la multitud que parece a punto de írsele encima. Lo suben a la camioneta que preside el mitin. Y el hombre ensangrentado, sin camisa, es objeto de una especie de juicio popular terrible, que se pretende ejemplar.

La gente de Yabteclum lo identifica con un grupo de cinco personas que introducen armas a la comunidad. Micrófono en mano, entre el tzotzil y el castellano, transcurre un interrogatorio urgente, casi vituperio. Los tres detenidos responden. El hombre del rifle, con voz doliente, va hilando:

--Fue un acuerdo de toda la comunidad. Lo `stamos organizando todos.

--¿Para matar los zapatistas?

--Noombre, pensamos que son ustedes que van a venir a matarnos. Estábamos ahí, preparados.

--¿Cuántas armas hay?

--No sé. No hay armas. Puro .22 de un tiro.

Sus captores lo obligan a decir al micrófono: ``Zapata vive'' y ``que muera el PRI''. Otro de los detenidos se echa un largo y elocuente discurso en tzotzil.

Sorprende verlo tan entero y firme, en el predicamento en que está. Pérez Gómez, sofocado, aguantando el sollozo, casi de rodillas, dice que ``el arma es de chamula'' y que no sabe esto, ni aquello.

--Dí ``que mueran los asesinos''.

--No hay asesinos.

Lo interrogan sobre quién asesinó a los zapatistas, quién quemó las casas, quién robó a los desplazados. ``No sé, no sé''.

La multitud rodea la camioneta. Ya pusieron un cordón de seguridad para evitar que se desborde. Los encapuchados sobre el vehículo deliberan. Se aproximan los responsables de las regiones, para decidir qué harán con el detenido.

Las laderas de Yabteclum empiezan a mostrar grupos inquietos de hombres, que observan de lejos la escena.

Finalmente, los zapatistas dejan ir a Pérez Gómez, ``a que informe a sus compañeros''.

Como por ensalmo, la multitud se desentiende de él. Baja temeroso de la plataforma de la camioneta, y arrastra sus pasos hacia las casas más próximas. Se sienta en un escalón. Le duele el cuerpo. Los de Yabteclum lo miran, nadie se le acerca. Como si cargara una maldición. Quizá fantasmalmente la multitud se dispersa rumbo a los camiones que conducirán la marcha hasta Polhó. Desde antes de desaparecer tras una puerta donde se lee ``dentista'', el hombre se ha vuelto invisible.