Pablo Gómez
Vieja conciencia

Como ocurre en todo cambio, la vieja conciencia persiste en el cerebro de los protagonistas y no les permite a éstos entender rápidamente lo nuevo. La Cámara de Diputados se ha cerrado, por vez primera en más de 70 años, a los mandatos del Poder Ejecutivo, pero los diputados del Presidente se resisten a entender la nueva situación, mientras que los opositores, ahora en mayoría, no saben aún del todo cómo han de procesarse las decisiones.

Los diputados del gobierno, acostumbrados a mandar, usan los métodos característicos de aquella aplanadora del mayoriteo, especialmente las campañas de rumores y las falsas noticias filtradas. Los diputados de las oposiciones, acostumbrados a enfrentarse al despotismo de la mayoría priísta que se ha desvanecido en las urnas electorales del 6 de julio, avanzan entre titubeos por no querer actuar en absoluto como lo hacían antes los representantes del Poder Ejecutivo.

Después de la firmeza demostrada por las oposiciones en la instalación de la Cámara, ahora los diputados firmantes del acuerdo para la gobernación interna de San Lázaro se enfrentan a la instalación de las comisiones y comités, a la composición de cada una de ellas y a la asignación de los presidentes.

Pero se trata de dotar a cada partido con el número de integrantes y presidentes que corresponda al porcentaje de cada bancada en el pleno de la Cámara. El PRI exige la más escrupulosa aplicación de una proporcionalidad que siempre negó cuando tuvo el poder de decisión. Las oposiciones, antes que nada, aplican la tiranía aritmética como parte de sus propios programas parlamentarios nunca antes escuchados.

La cuestión consiste, entonces, en cuáles comisiones habrán de ser presididas por cada partido, aunque ninguno de éstos tendrá mayoría en ninguna de ellas. El tianguis de las presidencias se ha instalado en el Palacio Legislativo donde los priístas luchan por no perder el honor, que antes tuvieron, de presidir las grandes comisiones: Gobernación, Presupuesto, Hacienda, Trabajo, Agricultura, Educación, Vigilancia de la Contaduría, Justicia, Comercio, entre otras, aunque estas tres últimas ya habían pasado a ser presididas por Acción Nacional después de fuertes resistencias oficialistas. Ha dejado el PRI en las urnas su carácter de mayoría casi secular, pero se resiste a admitir que los demás puedan hacer valer lo nuevo y remover las tradiciones del priísmo parlamentario.

Al PRI le corresponden 27 presidencias de un total de 60, pero pretende asumir la de aquella comisión que debe recibir el proyecto de presupuesto, pues --se argumenta desde la bancada priísta-- si el jefe del Poder Ejecutivo es miembro del PRI, justo es que el presidente de la comisión encargada del dictamen de egresos sea del mismo partido: la conciencia de lo viejo es más fuerte que la nueva realidad sin topar en los límites de las explicaciones ridículas.

Las oposiciones han buscado el consenso, el cual antes no era preocupación de la mayoría y hoy es exigencia de un priísmo demandante. Pero, al hacerlo, no se trata de volver a los viejos caminos, sino hacer funcionar la Cámara de una forma nueva.

Por esto, el PRI se lanza contra el congreso de los diputados para presentar el acuerdo de las oposiciones como el caos: sin el priísmo no hay orden, quieren hacer creer los autoritarios de siempre, secundados por aquellos medios de comunicación cuyo poder es cuestionado.

El ausentismo de los diputados solamente es noticia cuando se hace valer la Constitución que penaliza a los faltistas; se inventan inexistentes leyes mordaza o censuras a la prensa; se hace burla de los primeros pasos de una Cámara que quiere ser diferente y tiene que luchar contra la vieja conciencia que no solamente está apoderada de los legisladores de todos los partidos, aunque en medida diferente, sino también de los comunicadores y de los funcionarios parlamentarios.

La lucha contra la vieja conciencia --la de uno mismo y la de los demás-- tendrá que encontrar un cauce de realización, pues es una llave de los cambios políticos.