No fue la celebración del 150 aniversario de la heroica muerte de los Niños Héroes en Chapultepec, una reflexión profunda, amplia, competente y honesta sobre el significado y las lecciones connotadas en ese acontecimiento trágico de nuestra historia.
¿Cuál era la atmósfera política que hizo posible la invasión de nuestro territorio, la derrota de los ejércitos mexicanos y el triunfo devastador de las tropas de Taylor y Scott, los agentes militares del presidente estadunidense Polk, sucesor de Tyler, en 1845? Las cosas son ahora más que claras. El viejo Destino Manifiesto anunciado por Monroe hacia 1823, rápidamente cambió su naturaleza original cuando las siguientes administraciones norteamericanas, a partir de las presididas por Adams y Jackson (1825-1837), la transformaron en la insignia de un ansioso expansionismo hacia el sur y el occidente de las originales colonias británicas. Entre otras muchas cosas, este expansionismo fomentado igualmente por quienes apetecían ampliar sus plantaciones y por los ansiosos del oro californiano y los muchos recursos industriales cobijados en las tierras y mares ajenos, explica los tratos con Inglaterra suscritos en 1842, la adquisición de Texas (1844) y Obregón (1846), los diversos intentos de Washington para adquirir tierras mexicanas, y la injusta y vergonzante guerra yanqui contra México (1846-1848), concluida cuando este país cedió más de la mitad de su original geografía a las exigencias del demócrata Polk.
El triunfo de las fuerzas norteamericanas hubiera sido imposible sin la colaboración traidora de Santa Anna, quien en Angostura y Cerro Gordo entregó el país a sus cómplices de la Casa Blanca. Sin embargo, la honda cultura mexicana, alma de nuestra identidad y escudo contra agresores, y el patriotismo acunado en esta cultura, opusieron la resistencia que maravillosamente simbolizan los cadetes-niños, que en Chapultepec (13 de septiembre de 1847) prefirieron sacrificar sus vidas antes que postrarse al acto bárbaro del invasor extranjero.
Aunque hay señalados cambios cualitativos y cuantitativos al comparar el expansionismo imperialista de Jackson y Polk con la globalización neoliberal de Bush y Clinton, se advierte en estas políticas la misma lógica de dominio. En el pasado, los esclavistas sureños y los industriales del noroeste necesitaban, al margen de sus contradicciones, la posesión directa de las riquezas que pertene-cían a México y a Inglaterra; con ésta se entendieron porque Albión no era un contendiente al que pudieran vencer. México les resultaba otra cosa: el santannismo lo había precipitado al caos, y el cojo traidor era pieza con la que contaba el Tío Sam. En poco tiempo Scott atravesó Contreras, Churubusco, Molino del Rey, Chapultepec y plantó la bandera de barras y estrellas en Palacio Nacional.
El globalismo no implica necesariamente el envío de tropas de ocupación; no, hoy basta con manipular los mercados con préstamos, tecnologías y una persistente propaganda del bien que hacen los emporios del dinero al dirigir sus ojos a las poblaciones débiles. Y en este punto es donde la globalización requiere de grupos locales acaudalados y adictos, a fin de garantizar el montaje de gobiernos subordinados a los intereses de las élites nacionales e internacionales. La importancia de los sometidos no es desde luego su propio desarrollo, sino su actual o virtual capacidad de trabajo mal remunerado, y los recursos que guardan sus fronteras. Nótese bien. Los Niños Héroes no representan sólo la oposición heroica al expansionismo imperial de los poderosos, sino muy principalmente la negación radical del hombre a verse convertido por la fuerza política o material en un simple animal de carga. Los Niños Héroes son para el pueblo mexicano un símbolo de su propia dignidad, es decir, del triunfo de la libertad frente a la opresión.
En las postrimerías del milenio se está jugando la suerte de la humanidad: el total sacrificio de sus altos valores a la imposición de las urgencias intrínsecas de ganancia y acumulación que apuntalan la sobrevivencia de un capitalismo ajeno a la redención del hombre. El rechazo de tan brutal realidad histórica es la gran lección que nos legaron con su muerte los Niños Héroes de Chapultepec.