En Estados Unidos, como en casi todos los países desarrollados, no hay una opinión pública-política amplia y bien definida que respalde los aparatos de inteligencia nacional. Parte del problema es que muchas de las funciones de estas instituciones ocurren fuera del ámbito público. Sus políticas internas, sus objetivos institucionales, se definen en un vacío político, en el cual el electorado no participa. Los detalles de sus metodologías, fuentes y resultados, no son discutidos a la luz pública. Fuera de los momentos de peligro inminente de conflicto internacional o riesgos a la integridad nacional, o cuando las inevitables catástrofes de las agencias de inteligencia llegan al conocimiento de la sociedad, las funciones de estas instituciones tienen una influencia casi imperceptible en la existencia cotidiana.
En el caso de la CIA, esta ausencia de respaldo político se palpa claramente en las limitaciones presupuestales impuestas por el Congreso. El dramático crecimiento de los recursos económicos de la agencia llegó a su apogeo durante las presidencias de Reagan y Bush (el cual fue director de la CIA antes de ser presidente) y ha descendido de forma paulatina, pero inexorable, durante los años 90. Uno de los resultados de estos recortes ha sido la reducción del personal. Muchos de los agentes despedidos prestaron sus servicios en Latinoamérica y ahora, desempleados y altamente educados, algunos se han afiliado a empresas que ofrecen servicios de seguridad, investigaciones o inteligencia competitiva, muchas de ellas con operaciones en México.
A principio de los 90, el presupuesto de inteligencia estadunidense era de más de 30 mil millones de dólares. Con él se mantenía una burocracia masiva y altamente secreta. Pero, a finales de los 90, organizaciones de este tipo, con elementos integrados de manera vertical y poca comunicación entre sí, compartimentados por supuestas razones de seguridad y estructurados en jerarquías rígidas y anacrónicas, son tan obsoletas en el gobierno como en el mercado.
El mismo gobierno estadunidense reconoce estos problemas. En el Reporte de la Comision de las Funciones y Capacidades de la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos (The Report of the Comission on the Roles and Capabilities of the United States Intelligence Community, Washington, D.C. 1996) se enfatizó lo siguiente:
``Dados los cambios radicales en el medio ambiente geopolítico, ¿son necesarias las habilidades de las agencias de inteligencia? Si en realidad son necesarias, ¿podemos mejorar su efectividad, eficiencia y productividad? Estas preguntas se han presentado varias veces, sin una respuesta satisfactoria. Al mismo tiempo, la confianza del público y del Congreso en las agencias de inteligencia se ha mermado considerablemente, como resultado de la evidencia de incompetencia, denuncias de actos ilegales e inmorales, y una aparente falta de responsabilidad.''
Respetados analistas políticos en Estados Unidos han demandado que las operaciones de inteligencia de la CIA sean severamente restringidas y que la agencia se concentre en actividades de recopilación y análisis. Otros piden que se convierta en un centro de intercambio, como una biblioteca, y que cada agencia sea responsable de recopilar la información que legalmente es necesaria para cumplir su próposito público. Algunos más han propuesto que el gobierno estadunidense jubile a los miles de agentes de inteligencia asignados a embajadas en el extranjero y que operan bajo cobertura de diplomáticos, pero que en realidad trabajan en la recolección de informacion sociopolítica. Explican los críticos que el tipo de información que estos agentes están recopilando se encuentra fácilmente disponible para cualquier empresario, periodista, estudiante o investigador dispuesto a sacrificar un poco de tiempo y dinero. Es más fácil subcontratar este tipo de actividad de recolección que pagarle el sueldo anual a un agente de inteligencia (entre 60 y 90 mil dólares, dependiendo de su rango y duracion en servicio).
En un análisis final, la función de inteligencia, tal y como la hemos visto desde los finales de la Segunda Guerra Mundial, inevitablemente se va a fragmentar y disolver. Los comentarios hechos por el famoso economista Joseph Schumpeter en los años 40 sobre lo efímero de las empresas, son claramente aplicables a la CIA. Schumpeter indicó que una de las razones fundamentales por la cual las empresas no duran mucho tiempo es que la mayoría son creadas para un propósito específico; cuando se cumple ese propósito, su obsolescencia es rápida e inevitable. Las empresas mueren por su incapacidad de innovar, de ajustarse efectivamente a ambientes donde el cambio y la inestabilidad son parte del proceso natural de evolución.
En este tiempo coyuntural en que las entidades privadas y públicas dependen cada día más para su sobrevivencia del intercambio libre y continuo de datos, información y conocimiento, un aparato de inteligencia nacional cuyo producto útil y rendimiento son secretos, cuya contribución a la economía y al bienestar público es abstracto e incuantificable, y cuyo beneficio para la sociedad no es claramente evidente, resulta un anacronismo.
Pobrecita de la CIA; está moribunda. Lo que necesita no es un doctor que la cure, sino un médico forense que le realice un estudio post-mortem y nos explique cabalmente cuál fue la causa exacta de su muerte.
* El autor, nacido en México, fue agente de inteligencia de Estados Unidos. Actualmente se desempeña como reportero de investigación especializado en temas de inteligencia y narcotráfico en América Latina. Puede ser contactado en: [email protected].