Juan Arturo Brennan
Festival en Bucaramanga

Bucaramanga, Colombia. Por decimocuarto año consecutivo, el Auditorio Luis A. Calvo de la Universidad Industrial de Santander ha sido sede del Festival Internacional de Piano, acontecimiento que al paso del tiempo se ha convertido en el momento artístico más importante de esta pequeña ciudad colombiana. Así, lo más importante es la serie de recitales y conciertos pianísticos que durante una semana se ofrecen al público, pero hay algunas otras cosas interesantes; una de ellas es la labor de la crítica al interior del festival.

Cada año, el comité organizador del festival invita a Bucaramanga a tres o cuatro críticos musicales, tanto nacionales como extranjeros, para hacer la crónica cotidiana de los conciertos y recitales. Cada noche, después de la actuación del pianista en turno, los críticos producen, de inmediato y en caliente, la reseña crítica del recital recién escuchado. Estas críticas son publicadas al otro día en el programa de mano del siguiente recital, junto con las notas de programa correspondientes. Creo que este procedimiento representa un buen intento de comunicación y análisis que trasciende los límites convencionales de un festival de esta naturaleza. Supongo que, sobre todo para el melómano que apenas se inicia en las lides musicales, este complemento crítico a los conciertos y recitales puede ser una buena guía por los complejos laberintos del repertorio pianístico. El hecho de que cada día se publiquen tres o cuatro críticas ofrece al público no sólo una visión multifacética de cada recital, sino también la oportunidad de confirmar cuán azaroso y subjetivo es este peculiar oficio de la crítica musical, y cuán divergentes pueden ser cuatro opiniones distintas sobre el mismo suceso sonoro.

Este año, por segunda ocasión, el Festival Internacional de Piano de la Universidad Industrial de Santander estuvo precedido por un concurso pianístico para jóvenes; consecuentemente, el primer recital de 1997 fue protagonizado por el ganador del concurso del año pasado, el joven pianista colombiano Luis Alfonso Morales. Con un arduo programa a base de Brahms, Schubert y Chopin, el ganador de 1996 se mostró como un ejecutante muy concentrado y atento a la técnica, pero no del todo cómodo con el repertorio, el público y el escenario; será cuestión de tiempo para que el joven pianista adquiera el aplomo indispensable para este duro oficio. La noche siguiente, el pianista bielorruso Leonid Kuzmin ofreció un recital rico y redondo, quizá el más completo del festival.

Especialmente destacada fue su coherente ejecución de la Tercera sonata de Chopin, así como su estreno de la sólida Toccata americana del colombiano Jesús Pinzón Urrea, obra encargada especialmente por el festival. A su vez, el pianista estadunidense John Owings abordó un programa a base de Beethoven, Debussy y Chopin, estrenando además una Fantasía de su paisano Robert Garwell. Me llamó la atención particularmente su ejecución de la obra Preludio, variaciones y presto alucinante, del colombiano Blas Emilio Atehortúa, que fue estrenada ahí mismo por Jeno Jando durante el festival de 1996. La noche siguiente, los hermanos catalanes María Lourdes y Luis Pérez Molina ofrecieron un recital a cuatro manos y dos pianos que fue sin duda el más exitoso del festival, a juzgar por la reacción del público. Ejecutaron con brillo y aplomo un buen balanceado programa con Schubert, Brahms, Turina, Montsalvatge y Falla, más brillantes encores de Milhaud y Stravinski que dejaron una sabrosa resonancia en el auditorio universitario.

El recital más serio del festival, en varios sentidos, estuvo a cargo del austriaco Peter Efler, quien además de sendas partituras de Haydn y Brahms, ejecutó de modo lúcido y expansivo la hermosa Sonata D. 960 de Franz Schubert, dando a la obra una muy coherente visión de conjunto. Después, un controvertido programa de música contemporánea a cargo de la pianista colombiana Angela Rodríguez, quien interpretó una obra de su compatriota Claudia Calderón y el primer volumen del Makrokosmos del estadunidense George Crumb. Como complemento a estas obras fueron reproducidas electrónicamente a partir de grabaciones, la obra Chordis Canam de Roderik de Man, y la compleja y sabrosa Papalotl, del mexicano Javier Alvarez.

Si bien no fue perfecto, este peculiar recital resultó atractivo, aunque el público y la crítica salieron muy desconcertados, porque faltó comunicación e información respecto a este recital tan poco convencional. El festival concluyó con la presencia de la Orquesta Sinfónica de Colombia, que bajo la dirección de Dimitr Manolov interpretó Soggeto da Vivaldi, de Blas Emilio Atehortúa, y las Danzas sinfónicas, de Rajmaninov. Entre estas dos partituras, la pianista sudafricana Petronel Malan tocó el Primer concierto de Chaikovski, en una versión en la que la coordinación entre solista y orquesta, y entre las partes de la obra, no fue del todo coherente.