La renuncia de Gilberto Rincón Gallardo al Partido de la Revolución Democrática seguramente no sorprendió a quienes, dentro y fuera de este partido, han seguido su evolución en los últimos tiempos. Sus discrepancias con la política del PRD eran inocultables; sus artículos quincenales en Reforma han estado dedicados principalmente a exponer de manera abierta esas diferencias, tal vez no con el propósito de influir en la línea del PRD sino de tomar distancia pública de sus posiciones. Había renunciado, según él mismo reconoce, a hacer política en las filas de su partido, a poner en juego sus ideas para rectificar lo que a su juicio es un rumbo equivocado. Mucho antes, al fundarse el PRD, Rincón y otros ex militantes del PCM y PSUM renunciaron a ser corriente ideológica y política dentro de ese partido; perdieron así oportunidad de influir con su rica experiencia y tradiciones en el nuevo ensayo partidario nacido en mayo de 1989; con ello contribuyeron a algunos de los tropiezos iniciales del perredismo.
Debe reconocerse: Rincón Gallardo renuncia al PRD porque quiere ser consecuente con sus ideas y sus propósitos de construir, según se desprende de sus declaraciones y sus escritos, un partido de la conciliación política y económica, un partido socialdemócrata, cualquier cosa que todo eso signifique en un país como el nuestro, polarizado, con profundas desigualdades económicas, y el cual dificultosamente y con tensiones naturales por las resistencias del viejo sistema priísta (no por la responsabilidad de la izquierda) avanza en el proceso de transición a la democracia.
Además de respetable es legítima y comprensible la decisión de renunciar de Rincón Gallardo. Lo contrario sería incongruente, pues sus enfoques sobre la situación actual del país y de las responsabilidades de las fuerzas políticas, son diferentes a las que guían la acción del PRD y de la izquierda en su conjunto, y le han permitido su instalación más consistente en la vida política nacional, una mayor presencia política, crédito en franjas anchas del pueblo, además de triunfos electorales importantes. Rincón no desconoce esos avances, pero de ellos y de una sobrevaloración del proceso democrático en el cual apenas se adentró el país, saca conclusiones equivocadas.
En un artículo reciente, ``La resistencia como política'', así como en entrevistas con motivo de su renuncia, Rincón Gallardo expone algunos de los enfoques que lo alejan de la izquierda radical y moderada, o simplemente de la oposición democrática independiente. Para él, tras el 6 de julio ha llegado la hora de ``aceptar los rumbos de la modernidad económica y política; sólo a partir de ello el disentimiento puede influir y empezar la nueva etapa de las corresponsabilidades''. Ve la modernidad en el modelo implantado a partir de Miguel de la Madrid, al que se refiere como ``abstracción genérica e imprecisa conocida como neoliberalismo'' y lo entiende como la culminación del desarrollo. No existe otro rumbo; a nombre del ``realismo'' hay que resignarse a sus atroces consecuencias de injusticias y desigualdades y a lo más que puede aspirarse es a suavizarlas paulatinamente.
Censura al PRD por haber convertido el antisalinismo en su principal bandera, pues eso ha metido a los mexicanos en un laberinto sin puerta de salida, pues al convertir al salinismo en ``perro del mal'' se trata del ``regreso a los textos constitucionales anteriores a las reformas o cuando menos de contrarreformas imprecisas''. Y considera, entre otras muchas cosas, que el PRD está confundido pues ``no sabe concretar sus posiciones para corregir esta deformaciones (la injusticia social y la desigualdad propias de la modernización neoliberal) sin salir del rumbo económico general que abatió estatismo y populismo''.
Con el respeto que merece un antiguo compañero de numerosas batallas políticas y de celda en Lecumberri, debe decirse que detrás del enfoque aséptico de Rincón, contenido en numerosos escritos, es inocultable la apología indirecta del neoliberalismo --le llama modernización--; se suma al nuevo dogma, aunque en la presentación de su revista Diálogo y debate llama a ``prescindir de los modelos estáticos e inapelables''; muestra, además, irritación porque el PRD no se instala en el realismo ni se adapta, y se vuelve un partido funcional al sistema. Por eso su renuncia.
Su decisión merece consideración y debe ser respetada, pero sus ideas necesitan ser discutidas, forman parte del obligado debate ideológico del presente. Pues no basta conseguir triunfos electorales, es preciso esclarecer a dónde vamos.