SABINES EN LA NEZAHUALCOYOTL
Para Carlos Paul y Araceli
César Güemes Ť Un primer espada en la Plaza México, un superclásico en el Azteca, un opositor cierre de campaña en el Zócalo a tope. Así Sabines, pero a lo grande.
A hora y media de que se presentara este jueves en la Sala Nezahualcóyotl, no cabía un lector más en el recinto, ni en los alrededores, ni en los pequeños autobuses universitarios que desde luego se vieron rebasados en capacidad desde las 15:00 horas en que el hechizo comenzó a surtir efecto.
A ver si nos entendemos, a ver si nos explicamos. En la ciudad de México y anexas comenzó a sonar el tam-tam de un tambor único, paradójicamente silencioso, pero que una legión entera escucha desde el primer momento. Era la llamada de convocatoria, de fiesta, pero también, el que lo vio lo sabe, de dolor.
Jaime Sabines, hombre sabio y apenas viejo,
es el médico certero y bienhechor que conduce
a las personas por la
vereda de la salud.
Foto: Omar Meneses
A ver si nos ponemos de acuerdo: Sabines es su persona, pero es su obra. Y como taumaturgo, como generoso médico brujo, una tarde decide que es hora de curarnos, de reconciliarnos, de buscar alivio. Y entonces, sin prisa, se acerca a su tambor magnífico y comienza a golpearlo. Golpes firmes, secos, derechos, que atraviesan los muros de las casas como si traspasaran aire.
Hombre y hechicero de magia blanca
Y el mensaje llega y resuena en todos los que padecen, en los que han llorado al menos una vez en su vida, no importa que de rabia. Y también, como un bíper todopoderoso, suena el tambor del brujo y se escucha en los que al menos en una ocasión han sido enteramente felices; una vez, al menos, dichosos; una vez, en toda la vida, plenos. También ellos vienen, porque la existencia es así: los segundos, curiosamente, son los mismos que los primeros.
El mago chiapaneco se pasó la infancia recolectando palabras curativas. Se la pasó aprendiendo de sus mayores, que los tuvo en esto de las pócimas, a preparar tizanas. Se la pasó, pues, haciéndose hombre y hechicero al mismo tiempo. Brujo de magia blanca, se entiende.
Por eso, cuando allá por el sur se escucha el tam-tam del tambor, como pasa sólo unas cuantas veces a lo largo de un siglo, los necesitados, los que quieren alivio, los que no desean perder el gusto por la vida, se dejan venir en grupos, en parejas, o de uno en uno, porque también se vale acudir en solitario para encontrar o rencontrar la sanación.
Son miles. De cierto lo sabemos. Y están aquí aguardando el prodigio, a la espera de ver, así sea de lejos, que ese hombre que tanto ha acompañado a tantos, existe, sonríe, habla, vive y habita entre y en nosotros todos, como corresponde al más alto poeta mexicano de fin de siglo.
El tam-tam suena y los que acuden, sin duda y de inmediato, saben que van a ver a un hombre pero que en realidad van a encontrarse con un cometa de amplísima órbita que sólo pasa cerca de nuestro terrestre domicilio, y puede apreciarse a simple vista, una vez cada muchos años.
¡Cuánta alegría! y ¡cuánto dolor y cuántas ganas! de ver un milagro laico deben conjuntarse en cada uno de los ya incontables mujeres y hombres que cambiaron todo lo que podían hacer la tarde-noche del jueves para obtener o mantener la salud. O para decir, cuando ya el neoliberalismo o un terremoto gigante o una explosión subatómica haya borrado para siempre el sur de la ciudad: yo estuve ahí, yo lo vi, mira, con estos ojos.
La juventud, su ambiente natural
A las 18:00 horas en punto comienza un aplauso como una tormenta larga. Jaime Sabines, don Jaime, el brujo, el mago, hechicero, médico de almas, entra garboso a bordo de su silla de ruedas y se sitúa, único oficiante en la única mesa del escenario.
Ante el público, ante su gente, que se pone de pie, también él, Sabines, se pone de pie, y mira alrededor y se sorprende un poco y prefiere no moverse sino hasta que escampe.
Pide que le enciendan la luz de la sala con un argumento irrefutable:
``No me gusta hablar con sombras''. Solicita el poeta, atento, que los de afuera, mil personas exactas, se atengan a las circunstancias:
``Que me escuchen, les pido, porque después de todo no vale la pena verme''.
Amoroso y lento animal es, dice, su tarjeta de presentación.
Y cuenta que se siente muy a gusto con todos, porque son jóvenes, y porque la juventud es su ambiente natural.
Se enciende, pues, la hoguera. Se prenden los focos de la sala. Y lejos, entonces, de quedarse él solo al lado del fuego, convoca a los espíritus para que la luz y el calorcito y el principio activo comience a operar sobre los presentes.
¿Quién dice que el brujo no es el más limpio y claro lector de su poesía? Desde luego que lo es.
¿Quién afirma lo contrario?
Con su voz de río delgado entre las peñas, lee y pronuncia, pues, las palabras mágicas. A cada quien, de todos, algo les corresponde de esto que habla.
Encontrar la salud y sentir la paz
Imposible no ir siguiendo, en bajísima voz, de memoria o con el libro en la mano, los textos, los mantras, los conjuros que va deshilando el hechicero.
Habría que oír, de veras habría que oír, cómo la cura se va dando poco a poco, y cómo se expresa en miles de pequeñas voces que construyen una catedral enorme donde el poeta puede trabajar a gusto con sus materiales.
Y los materiales (las alas de murciélago joven, las ancas de rana blanca, el cardamomo y el almizcle) caben en la cajita de un libro.
De ahí sale el vapor de colores varios, y se esparce. No precisa de más el mago para cumplir con su encomienda que de un vaso con agua y un cigarro de mentiritas de esos que se usan para abandonar el tabaco.
Jaime Sabines es sabio, y apenas viejo, es el médico certero y bienhechor al que nada más con verlo hasta el enfermo más delicado comienza a sentirse bien.
La salud es la paz, así como la enfermedad es la guerra consigo mismo. A encontrar la salud vinieron todos, a sentir la paz prometida por el tam-tam del tambor.
Ya no son los mismos, una hora con 40 minutos después, los que entraron a verlo o quienes escucharon en las afueras al brujo. Ya están mejores, ya no les duele tanto, ya van tomando la vereda del alivio. No podrán, en lo sucesivo, ser los mismos.
A eso vinieron. Satisfechos salen o se retiran, al paso, en silencio.
Y es que hoy, hoy desde el jueves, la solución es ofrecer, a quien lo merece, paz, no guerra.
¿Alguien cree lo contrario? Paz, no guerra. La salud y la paz.
Por fin la paz, carajo, la paz.