Pensar en los posibles escenarios para el desarrollo de la ciencia mexicana en el siglo XXI es una tarea ambiciosa y arriesgada. Como punto de partida, debe reconocerse valor a lo subjetivo. Hay una mezcla de temor e incertidumbre ante la dirección que pueden tomar algunos de los acontecimientos que sacuden al mundo y a nuestro país al final del siglo XX, pero al mismo tiempo, y eso es lo más importante, se avivan los sentimientos de curiosidad y esperanza. Los hombres que en el pasado han vivido la transición que ahora nos toca, han mirado al futuro con esta mezcla de sensaciones. Pero hay algo que ha predominado y que hoy sigue estando presente: El espíritu de cambio.
Con este espíritu, el examen de los rumbos en los que habrá de desarrollarse una actividad humana como la creación de conocimientos, puede simplificarse en dos escenarios: La inmovilidad o el cambio. El primero significa seguir como estamos, lo que en el mejor de los casos, nos llevaría a alcanzar las modestas o nulas tendencias de crecimiento a las que apuntan la mayor parte de los indicadores actuales. El segundo, representa imaginar una realidad distinta y exige actuar para propiciar el cambio. Es en este escenario donde quisiera situarme, pues el primero, en mi opinión, carece totalmente de sentido.
Los factores que influyen en el desarrollo de la ciencia en nuestro país son complejos y múltiples. Algunos son externos, y dotan de su especificidad a la ciencia mexicana. Hay, entre otros, factores culturales, educativos, religiosos, sociales, económicos y políticos, cuya evolución en el próximo siglo es difícil de predecir. Pero también, hay factores internos, propios a la ciencia, sobre los cuales es posible incidir. Los elementos exteriores, quedan fuera del ámbito científico, es decir, los investigadores como tales poco tienen que hacer frente a ellos. Su papel se ve reducido a un plano individual, a sus propias creencias y, en todo caso, como integrantes de una sociedad, pueden tratar de intervenir sobre algunos de ellos.
Lo que sí les corresponde ineludiblemente como investigadores es examinar e intervenir sobre los factores internos, cuya modificación puede determinar los escenarios futuros de su actividad.
Entre los factores internos se encuentran algunos retos como la emergencia de nuevos paradigmas en distintos campos del conocimiento que vienen a romper la forma tradicional en la que se entiende y se estudia a la naturaleza y al hombre. También, han quedado atrás el positivismo y el racionalismo como formas únicas de allegarse conocimiento. Hoy, a finales de este siglo, han aparecido nuevos enfoques que al aproximarse a sus objetos de estudio obligan a replantear conceptos y formas de proceder muy arraigados en la ciencia. Un ejemplo de ello, sin ser único, son los estudios de género que muestran cómo un cambio en la mirada puede poner en duda piezas fundamentales que antes se consideraban inamovibles. Por otra parte, desde Kuhn podemos sospechar que el progreso del conocimiento se logra con base en rupturas en las formas rutinarias en las que se procede en la ciencia, y si bien es cierto que se trata de temas controversiales, puede decirse que a finales del segundo milenio nos vemos obligados a reconocer que no existen caminos únicos y a aceptar nuestra ignorancia sobre cómo es que se produce el conocimiento.
Pero hay además otros factores internos que influyen decisivamente sobre el rumbo del quehacer científico en nuestro país, que tienen que ver con todo un cuerpo de creencias en el seno mismo de la comunidad científica mexicana acerca de lo que es la ciencia, lo que es un científico y lo que es el conocimiento. Estas nociones han adquirido un gran relieve en los últimos años al grado de que se han convertido en decisivas en la formulación de las políticas de ciencia. Al final del siglo XX, se ha producido en México una transición desde políticas impuestas por sectores externos, hacia la aceptación de los criterios definidos por los propios científicos.
Para apoyar esta afirmación, simplemente hay que ver lo que ocurre en el terreno de la evaluación, en el que se expresan con toda claridad las creencias a las que se hace mención pues definen qué se entiende por ser científico; que proyectos son los que deben impulsarse y cuáles no y, consecuentemente, cuál es la idea de conocimiento con la que nos aproximamos al próximo siglo.
Y es aquí donde podemos replantearnos el problema inicial, es decir, la disyuntiva entre la inmovilidad y el cambio. Si debemos de seguir tal y como estamos, satisfechos sobre lo que hacemos, o si debemos plantearnos el cambio pensando en el futuro.
Hasta ahora los principios en los que se basan las creencias predominantes en el medio científico poco tienen que ver con la naturaleza misma del proceso de creación del conocimientos, ya que promueven la imitación de patrones importados, la homogenización y la competencia --en el último caso, no se trata de la competencia por obtener la primacía de un conocimiento, sino por dinero--. Estas ideas que han sido enzalsadas en los últimos años, distan mucho de corresponder con los valores propios del quehacer científico.
En la idea del cambio, el verdadero problema consiste en encontrar una base sólida en la que pueda apoyarse una nueva visión interna acerca de lo que es un científico, lo que es la ciencia y lo que es el conocimiento, y que ésta pueda traducirse en nuevas estrategias para el desarrollo de la ciencia mexicana en el próximo siglo. Y es aquí donde quisiera hacer una propuesta con el ánimo de propiciar una reflexión entre todos los que nos dedicamos de una u otra forma a la ciencia.
La base en la que pueden apoyarse las transformaciones en la política de ciencia debemos encontrarlas en el terreno mismo de la ciencia.
Buscar en los valores que definen el proceso de creación de conocimientos las pautas de nuestro desarrollo y no en otra parte.
Si lo que predomina hoy es la imitación de políticas externas, debemos plantearnos la originalidad; si lo que se impulsa ahora es la tendencia a que todos sigan la misma ruta impulsemos la libertad de investigación. Estos dos princios forman parte esencial de lo que es la investigación científica. Originalidad y creatividad para buscar nuetros propios caminos y libertad para aceptar que no hay rutas únicas ni perfiles homogéneos. Lo anterior obliga a aceptar que estamos ante una pluralidad de enfoques conceptuales y metodológicos.
Quizá definiendo un nuevo punto de partida basado en los principios de la ciencia podremos lograr una posición más ventajosa para enfrentar los desafíos del próximo siglo.
Presentado el 18 de septiembre en el Departamento de Biología Celular y Tisular de la Facultad de Medicina de la UNAM.