El presidente ruso Boris Yeltsin ha vivido momentos de alta tensión con la Iglesia ortodoxa rusa, encabezada por el patriarca Alexis II. El motivo, el rechazo presidencial, a principios de agosto, de la nueva ley de culto y asociaciones religiosas, aprobada por abrumadora mayoría por el parlamento de aquel país. Intensas negociaciones se vivieron la víspera; sin embargo, el fallo final es el veto presidencial por considerar la iniciativa, así lo afirmó Yeltsin, como anticonstitucional. Por tanto, la vuelta a negociar una ley que restringe y condiciona, en principio, el notable ascenso de diferentes sectas y nuevos movimientos religiosos importados del oeste, signo --según los ortodoxos-- de la notable ``decadencia de occidente''.
Efectivamente, Rusia se ha visto invadida por centenares de nuevos grupos pentecostales, carismáticos, grupos orientalistas y religiones pseudocientíficas representativos del new age. La caída del comunismo ha desatado un fervoroso mercado religioso hasta ese momento dominado básicamente por la Iglesia ortodoxa y, en menor medida, por islámicos, budistas y judíos. La nueva ley pretendía condicionar la expansión de los nuevos movimientos religiosos y condicionar la competencia, salvaguardando las Iglesias tradicionalmente establecidas; sin embargo, la ley incluía en el paquete de las sectas y grupos minoritarios a la Iglesia católica. Factor que sin duda influyó y politizó la actitud del presidente Yeltsin, quien recibió presiones de Washington y particularmente del Vaticano mediante una carta dura del papa Juan Pablo II, expresándole preocupación por la libertad religiosa en Rusia. El presidente ruso regresó de sus vacaciones y enfrentó un clero ortodoxo furioso junto a un parlamento ruso que había votado por mayoría la controvertida ley; por su parte, Yeltsin mantuvo su argumento de que la ley vetada violaba los preceptos sobre libertad religiosa.
Sin duda oriente y occidente se vuelven a enfrentar, se recrean los ánimos caldeados del antiquísimo Concilio de Nicea, como hace más de un milenio en torno a la primacía de la autoridad del obispo de Roma frente a la del obispo de Constantinopla, la otra Roma. Debemos seguir de cerca el debate ruso sobre todo en materia de libertad religiosa porque pronto tendremos el nuestro. Ha trascendido en los medios y circulan fotocopias del borrador del anteproyecto de la nueva ley de asociaciones religiosas y culto público, elaborado por la Secretaría de Gobernación. En dicho texto, resaltan no sólo sanciones exageradas, por manifestación política de los ministros de culto, así como la creación de una comisión sancionadora. Dicha ley deberá estar ampliamente consultada y discutida tanto por las Iglesias como por la sociedad en general, de lo contrario se nos podría recrear el clima de tensión entre las Iglesias y el gobierno que se produjo hace un año a propósito de la controvertida homilía del arzobispo Norberto Rivera sobre la primacía de la ley de Dios sobre la del César. Las inquietudes y ansiedades comienzan a circular nerviosamente. Miremos el espejo ruso.