Para Federico Garibay
Los toros de Huichapan --miel caliente y celo felino--, corridos en la Plaza México el domingo pasado, llevaban en su embestir el secreto melodioso del son mexicano de fluido acariciar la tela de los capotes. Gallardos se pavoneaban en el centro del redondel y en su galopar le ponían sello a la ganadería y se embebían en las muletas aterciopeladas de El Juli y Jerónimo. Adolfo, el ganadero, amigo y ``compañero de banca'', nostálgico y muy serio, no daba crédito de la encastada nobleza de sus novillos, y temía desrealizarse soñando con aquellos días en que su padre, ganadero de bovino, compró unas vacas a don Jesús Cabrera y él, en la emoción de estar ahí, se desdoblaba y recordaba los inicios de la ganadería mientras recorría en triunfo el redondel.
Vueltas en que regresaba y corría el tiempo en el sentido del tiempo vivido por otros ganaderos y otros toros, y se emocionaba intensamente. Tiempos toreros sin el que los lugares, plazas y faenas, por bellas que fueran, no dicen nada. Ese tiempo en que la ganadería de Huichapan se enriqueció de una filia de pasiones humanas; omnipotencia, ternura, celos, odios y melancólicos sus sentimientos, que se remontan a don Antonio Llaguno --el ganadero non--, Lorenzo Garza y su competencia con el llorado Manuel Rodríguez Manolete, hace 50 años.
Don Antonio, generosidad y rumbo de música, lleno en los nervios,
idealizó a Lorenzo, ``su torero'', y le regaló --se dice pronto-- una
ganadería con algunas de las vacas seleccionadas del Marqués de
Saltillo, que había ido a adquirir a España para refrescar la sangre
de sus toros de San Mateo. Vacas que cumplían al galopar el papel de
afluentes poderosos de la demanda inagotable de toros con raza. Pero
don Antonio confundió el gusto por el toreo clásico; en el sentido de
perfecto, de bien hecho, más que con deleite con gravedad que le
inspirara la hondura el pase natural de Lorenzo con las aficiones del
Lorenzo, desdeñoso, urbano y dueño de una vanidad que no le cabía en
el cuerpo, pronto se aburrió de las dificultades, el silencio y ritmo
monótono del campo bravo zacatecano, y en una noche de juerga sosa le
vende la ganadería a don Jesús Cabrera, y éste, años después, a la
familia Lugo.
Enterado de la venta don Antonio tiene tal disgusto del que nunca se
recupera. Sin ver, ni oír, se regresa a San Mateo, a la soledad de las
piedras, a rumiar, más que su rabia, su dolor por la pérdida del
hijo-amigo y las vacas queridas. Los toros de Huichapan son herederos
de las viejas leyendas toreras de las ganaderías y al embestir lo
mismo llevan lo desdeñoso y espléndido que la mala leche y los odios,
pero siempre la raza, la casta...
En cambio, los novillos lidiados ayer en la Plaza México, de
Paco Torre, pese a estar bien presentados en general y ser
ideales para el toreo moderno, sólo el primero mostró bravura, los
demás no recargaron en la suerte de varas ni transmitían peligro. Tres
de ellos, primero, segundo y cuarto, rayaron en la bondad franciscana,
y los otros tres, segundo, cuarto y sexto, se quedaron parados. Los
toreros Flores y Gutiérrez desperdiciaron esa lotería para realizar
faenas de ensueño, y sólo Flores, debido a dos revolcones, se llevó
una protestada orejita, en tediosa tarde otoñal.
PD: En Madrid sufrió terrible cornada mortal nuestro conocido José
Iniesta, lo que mucho lamentamos.