Cada año, el mundo pierde 24 mil millones de toneladas de capa cultivable. En los últimos dos decenios desapareció el equivalente a la que recubre toda la superficie cultivable de Estados Unidos. Especialmente en las tierras secas que se extienden por más de un tercio de la superficie del planeta, la crisis es extrema. Aunque la degradación del suelo existe por doquier, es en esas áreas donde los suelos son particularmente frágiles, la vegetación escasa y el clima inclemente. Allí reina la desertificación. Hoy, cerca del 70 por ciento de los 5.2 billones de hectáreas de tierras secas que se utilizan para la agricultura en el mundo está empobrecido. Aunque se piensa que la desertificación se da especialmente en los países pobres o en vías de desarrollo de Africa, Asia, Europa y América Latina, la sufre, y de manera grave, América del Norte.
La desertificación en más de 110 países le cuesta al mundo 42 mil millones de dólares cada año. El costo humano es todavía más alto, pues los medios de subsistencia de una quinta parte de la población del planeta está hoy en peligro.
El equivalente de los habitantes de Francia, Italia, los Países Bajos y Suiza (unos 135 millones) puede verse obligado a emigrar y sumarse a muchos millones más que han tenido que abandonar sus tierras convertidas en polvo.
Los efectos de esta migración forzada se dejan sentir por doquier e inciden en países muy distantes de donde se originó. O en vecinos: la desertificación es uno de los factores que impulsan a los migrantes mexicanos a cruzar la frontera con Estados Unidos en busca de trabajo. Todo este desajuste natural ocasiona también conflictos armados, inestabilidad política, hambre, desintegración social, recalentamiento del planeta y pérdida de biodiversidad.
Muchos creen que la palabra desertificación explica que los desiertos del mundo están creciendo y cubran con arena nuevas superficies de tierras fértiles. Más bien se asemeja a una enfermedad de la piel: aparecen de pronto manchas de suelo empobrecido, a veces a miles de kilómetros del desierto más cercano. Poco a poco esas manchas crecen y se juntan, creando condiciones similares a la de los desiertos. Todo ello como fruto de las variaciones climáticas y de la acción del hombre; de conjugar factores físicos, biológicos, políticos, sociales, culturales y económicos. Sus causas inmediatas están bien localizadas: el sobrecultivo, el pastoreo excesivo, la deforestación y el mal drenaje de las aguas de riego. Sólo este último factor vuelve salobres 500 mil hectáreas al año, casi la misma superficie de nuevas tierras que en el mismo lapso se benefician del riego.
Pero entre las causas profundas que obligan al hombre a utilizar irracionalmente tierras y bosques destaca la pobreza, que lleva a las familias a sobreexplotarlas para no morir de hambre, aunque así echen a perder sus medios de vida en el largo plazo. Son los marginados económica, política y socialmente; los que sólo aparecen en los medios cuando los devasta el hambre, la violencia por controlar el agua, la tierra fértil, las víctimas del nuevo orden mundial.
Con una asistencia multitudinaria (más de mil personas entre jefes de Estado, ministros, alcaldes, diplomáticos, expertos y líderes comunitarios), se inicia hoy en Roma una conferencia para atacar los problemas antes descritos y hacer realidad acuerdos muy claros de la comunidad internacional a fin de restaurar suelos degradados, mejorar la seguridad alimentaria y facilitar la transición a una agricultura y a una tierra sostenibles. Mas se corre el peligro de que se repita la suerte de otras grandes reuniones, donde la agenda de los pobres y de la naturaleza termina ahogada en promesas que nadie cumple. Cuando los costos económicos, sociales y ambientales de las medidas preventivas que se tomen hoy, son muy inferiores a los que se pagarían mañana por nuevas crisis de refugiados, los programas de asistencia para atender desastres agrícolas y hambrunas. Ojalá esta vez las cosas sean diferentes.