José Steinsleger
El negocio del milenio

Si usted o yo debemos al banco mil o diez mil pesos, el banco nos hostigará mil o diez mil veces al día. Pero los bancos viven de la usura, así que poco les entusiasma la cancelación de las deudas.

Según esta lógica, nuestra ``seriedad'' depende de la capacidad de endeudamiento. En cambio, si usted debe diez millones (yo jamás) viviría tranquilo pues el banco le enviará los mejores médicos y psicólogos para que no estire la pata o empiece a decir tonterías. ¿Y si su deuda fuese de cien millones de pesos? Bueno, en este caso... ¿de qué habla? ¡Usted es una persona seria! Quizá lo nombren ``líder del año'' o... presidente del banco.

¿Entendió? Yo tampoco. Pero créame: así funciona la racionalidad del ``único modelo viable''. Igual acontece con los países. Cuando el patrón oro respaldaba las monedas nacionales, el mundo era igualmente loco pero no tanto. Hasta que en 1971 el gobierno de Richard Nixon liberó el dólar del precioso metal y dio paso a lo que el economista norteamericano J.K. Galbraith llamó ``festival de la insensatez''. Insensatez que llevó a un ejército de banqueros a que gobiernos no menos insensatos contrayesen préstamos a bajo interés. Después, los bancos aumentaron los intereses y desencadenaron la ``crisis'' de la deuda externa.

Cuba habló fuerte. Algunos presidentes susurraron quejas. La escuela económica de Transilvania dijo que no debíamos hacernos mala sangre. Como fuere, muchos países conocieron el marasmo de la hiperinflación manipulada.

Ningún gobernante volvió a tocar el tema de la deuda externa. Entonces llegó el Plan Brady y exigió otra condición: la intromisión directa del FMI en la supervisión del ``saneamiento'' económico. En este marco nació la ``economía libre'' de los noventa. George Bush la llamó Iniciativa para las Américas: renuncia de soberanía a cambio del ``libre comercio'' (¿de quién?).

Los gobiernos demostraron su ``seriedad'' y lo que nadie haría para sus hijos y familia se le hizo a los pueblos: subastar a cualquier precio los patrimonios nacionales, incluidos los recursos estratégicos y las empresas rentables.

Con todo, las cuentas no cierran. La deuda crece como bola de nieve y ni las joyas de la abuela alcanzan para los intereses. Sólo por este concepto América Latina desembolsó 740 mil millones de dólares en década y media. Es decir, más de lo que aún debe: 607 mil millones, equivalentes al doble de lo que México produce en un año. Quien haga el cálculo y compare verá que el monto del saqueo colonial de 300 años (que a Europa le permitió encender los motores y las luces que aún nos enajenan) fue una modesta triquiñuela de hampones de barrio.

¿Hay salida? ¿Hay esperanza? Siempre habrá salida y esperanza. Una opción es seguir igual para que los usureros aplaudan nuestra ``seriedad'' y vocación de pobreza política. Si somos ``responsables'' nos renovarán el derecho a vivir endeudados. La otra opción parece ineludible: retomar la propuesta de articular un acuerdo continental para frenar la usura y la desesperanza de la sin salida.