José Blanco
Las comisiones

El pasado 15 de julio decía en este espacio que el desafío futuro más grave de los cambios en curso en el escenario político nacional, era el desempeño efectivo del Congreso, en particular de la Cámara de Diputados: ¿su nueva composición --me preguntaba-- tendría la capacidad política para resolver los conflictos interpartidarios e integrar los consensos bajo la muy compleja situación actual?

Me preguntaba, asimismo, ¿cuál sería la eficacia de la nueva Cámara, dada la notoria diversidad de constelaciones de intereses distintos al interior de los tres partidos mayores, aunada a las diferencias entre los propios partidos y a la inexperiencia de un gran número de los próximos diputados?

Después de la celebración de una parte significativa de la sociedad, originada por el escenario político plural creado por los últimos comicios federales, el espectáculo que han empezado a darnos nuestros representantes está comenzando a ser bastante poco edificante. El gozo ha comenzado a irse al pozo.

El arte del agandalle, del jalón de tapete y del trompón, se ha paseado frente a nuestros ojos sin el menor rubor; la exhibición de una ``lucha parlamentaria'' sin relación con los problemas de la sociedad y la confusión de los partidos, que no son más de ``oposición'' sino corresponsables del gobierno en su área normativa, sin ninguna duda empieza a crear en los ciudadanos la certidumbre de que la pérdida de la mayoría absoluta por el PRI está muy lejos de constituir el año cero de una nueva era de relaciones políticas civilizadas.

La conducta de aplanadora que por años vimos por parte del ``invencible'', a la que las minorías opositoras desesperadamente llamaron ``mayoría mecánica'', se ha vuelto boomerang, y ahora es para el PRI una ``sopita de su propio chocolate, pa' que vea lo que se siente''. O lo que es lo mismo, para los ciudadanos las cosas no han cambiado ni siquiera en términos de expectativas.

Las proporciones del voto de julio representan la pluralidad efectiva de la sociedad, configurada por la diversidad de las percepciones de entonces. Nadie desconoce que en parte esa pluralidad fue expresamente construida por un número probablemente importante de ciudadanos que decidieron repartir su voto según la mejor idea que pudieron hacerse de la distribución del poder. Esto es, configuraron una corresponsabilidad equilibrada de gobierno. Así, corresponsablemente, la sociedad espera que los partidos gobiernen.

Pero por ahora nada, pero nada bueno augura el futuro legislativo para los ciudadanos. Si los partidos políticos que aún se creen oposiciones van a conducirse del mismo modo que por un larguísimo lapso se comportó el PRI, para la ciudadanía muy poco habrá cambiado.

De otra parte, sin embargo, las decisiones de los partidos han comenzado a volverse transparentes frente a los ciudadanos y ello mismo permitirá a la sociedad contar con elementos para sus próximas decisiones. Por ejemplo, hasta el momento de redactar este artículo, el PRD había argumentado en la Cámara de Diputados que la Comisión de Presupuesto debería corresponderle a un partido distinto del partido del Presidente de la República (por ejemplo, al propio PRD); pero en la Asamblea del Distrito Federal, prefirió el criterio contrario y, como ``mayoría mecánica'' --diríase desde su propio enfoque--, se atribuyó esa misma comisión.

La incoherencia, en este caso, proviene del hecho de que las dos varas de medir usadas existen dentro del PRD y son dueñas de ellas distintas constelaciones de intereses asociadas en este partido.

Sin embargo, a diferencia del PRI en el PRD no hay una línea que venga a raja tabla ``de arriba'' (práctica cuyos funestos resultados nos son largamente conocidos); en su lugar, no obstante, se impone la lógica de unas decisiones que provienen no de un programa coherente comprometido con la sociedad, sino de la multiplicidad de esos intereses particulares de grupo que se amasijan hasta ahora de modos imprevisibles, en el propio PRD.

Si las cosas no cambian radicalmente en este partido en términos de comportamientos, de enfoques, de conocimientos efectivos, los electores no tardarán mucho en darse cuenta de que no hay caso si de lo que se trata es de cambiar ``Gráfico'' por ``Noticias''.

En este espacio hemos apuntado la hipótesis de que ``al final'' de la transición democrática mexicana probablemente no hallemos a ninguno de los tres partidos mayores que hoy conocemos (tal vez tampoco a la chiquillería partidaria). Nuevos indicios del presente parecen fortalecer esa hipótesis.