Pedro Miguel
El factor ruso

El Imperio del Mal no ha muerto. Sólo cambió de giro. De Moscú y sus alrededores han vuelto a fluir hacia este hemisferio toda suerte de apoyos bélicos para grupos armados que, a diferencia de los de antaño, no pretenden destruir a Estados Unidos sino drogarlo, y ya no con el utópico propósito de hacer la revolución, sino con el objetivo mundano de hacer dinero. Es curiosa la forma en que regresan, transfiguradas, las viejas obsesiones estadunidenses de seguridad nacional.

Probablemente el reportaje publicado ayer por The Washington Post tenga un importante sustrato de verdad. En síntesis, el rotativo afirma que las mafias rusas han venido estableciendo alianzas con los narcotraficantes colombianos, de los cuales obtienen la cocaína que comercializan en Europa y a los cuales pagan en especie con armamento sofisticado. Según el Post, los servicios de inteligencia de Washington descubrieron recientemente que entre unos y otros había negociaciones para dotar a los latinoamericanos de misiles tierra-aire, helicópteros e incluso un submarino. Indica, asimismo, que las mafias eslavas están abriendo bancos y empresas fachada por todo el Caribe con el propósito de lavar dinero. Barry McCaffrey, el coordinador de las acciones antidroga del gobierno estadunidense, consideró que las organizaciones delictivas rusas establecidas en territorio norteamericano son de las más peligrosas, en tanto que otros funcionarios no especificados opinan que las alianzas entre las bandas rusas y las colombianas son el mayor desafío, en materia de narcotráfico, en el hemisferio.

Puede ser, incluso, que las escenas de aviones Mig que eluden, con su vuelo rasante, los radares estadunidenses, e incursionan repletos de cocaína en la patria de Lincoln, escenas que hace un par de años un amigo y yo pretendíamos colocar en una novela jamás escrita, se vuelvan realidad uno de estos días. Al fin y al cabo, cualquier colec- cionista millonario puede adquirir uno o varios de esos aparatos en las ventas de temporada que tienen lugar en Europa oriental, en la propia Rusia y en varias naciones de Asia central.

Con todo y lo que pueda tener de verdad, sin embargo, el reportaje del Post elude un problema fundamental: las actividades criminales son, hoy en día, una parte indispensable de la construcción de la nueva economía rusa en la que está empeñado el régimen de Boris Yeltsin y que, para los gobiernos occidentales, constituye una operación esencial de cara a la estabilidad y la seguridad internacionales. No es que los gobernantes del Kremlin sean abiertamente narcos o proxenetas, pero es claro que carecen de la capacidad y de las motivaciones necesarias para erradicar las mafias que hoy dominan una buena parte de la economía y de los estamentos de poder. En su momento Washington hizo lo propio. Creó, mediante la Ley Seca, el caldo de cultivo propicio para unas organizaciones criminales que contribuyeron en forma significativa en el proceso de acumulación de capitales y que prestaron importantes servicios a la Patria en la Segunda Guerra Mundial, ayudando a preparar la invasión a Italia.

Si la mancuerna criminal rusos-latinoamericanos existe, y todo parece indicar que sí, Estados Unidos se las va a ver negras, porque no es lo mismo, en materia de combate a la delincuencia, imponerles condiciones a los presidentes de Bolivia o Perú que al gobierno de Rusia.

Por último, habría que hacer votos por que los cárteles latinoamericanos tengan, mientras existan, la determinación necesaria para negociar en pie de igualdad con sus homólogos de otras latitudes y que no vayan a presentarse, en el mundo del hampa, los procesos de subordinación que con lamentable frecuencia ocurren en los ámbitos gubernamentales. Si no tienen otro remedio, pues, que sean narcos, pero por lo menos narcos soberanos.