Ugo Pipitone
Una controversia instructiva

La polémica reciente entre el primer ministro malasio Mahatir Mohamad y el inversionista inglés George Soros propone algunos temas de interés. El doctor Mahatir sostiene que la reciente devaluación del ringgit (la moneda malasia) se debió a una fuga de capitales orquestada por especuladores internacionales hostiles, como el señor Soros. Y añade que la circulación internacional de capitales de corto plazo es ``innecesaria, improductiva e inmoral'', dejando entrever la posibilidad que el gobierno malasio introduzca medidas para limitar estos movimientos. De su parte, el señor Soros --uno de los mayores inversionistas internacionales-- contesta que el primer ministro malasio busca chivos expiatorios para ocultar los errores de su gobierno y añade que interferir con los movimientos internacionales de capitales es receta segura para el desastre.

Como ocurre a veces, fragmentos de verdad están probablemente de los dos lados. Al primer ministro malasio se le olvida que la devaluación (de 20 por ciento) del ringgit se debió a las consecuencias de un gasto público probablemente excesivo. El déficit malasio de cuenta corriente alcanzó la proporción descomunal de 9 por ciento del Producto Nacional Bruto en 1995 y algo más de 5 por ciento el año pasado. Y por otra parte, al señor Soros, se le olvida que sus decisiones de invertir o menos en un país no son expresiones de una, fatal e indiscutible, racionalidad económica mundial.

Intentemos ver el problema desde un poco más lejos. La economía es ciencia (cuando lo es) de contrapesos. Ninguna decisión es buena independientemente de sus efectos sobre otras variables. Se puede devaluar la moneda para impulsar las exportaciones, pero sólo hasta el límite en que la inflación subsiguiente resulte tolerable. Se puede mantener fijo el tipo de cambio (no obstante un elevado diferencial inflacionario entre un país y sus principales socios comerciales), pero hasta el límite en que el desequilibrio externo sea financiable.

Sin embargo, en este mundo en proceso de globalización interviene otra variable a complicar los circuitos de las interdependencias: las inversiones internacionales de corto plazo. A consecuencia de ellas, el tipo de cambio del país receptor se fortalece sin que esto refleje alguna incrementada capacidad competitiva. Puede ocurrir así que una moneda se revalúe sobre la base de expectativas financieras que atraen capitales, que tan pronto como llegan pueden irse, obligando a traumáticas devaluaciones. Esto ocurrió en México en 1994 y hace pocas semanas en Malasia y otras economías del Oriente de Asia.

Frente a este escenario dos cosas deberían ser evidentes. La primera: la globalización (incluyendo su componente financiero) es una corriente que puede mover los países hacia adelante o los puede ahogar. Pero no hay otras corrientes disponibles en el actual ciclo de la historia económica mundial. Esto es lo que Mahatir necesita entender. La segunda: la corriente puede ser encauzada a través de voluntades políticas concertadas para maximizar efectos globales positivos y evitar movimientos erráticos que podrían resultar desastrosos para un país o para varios. Esto es lo que Soros debería percibir.

Los movimientos de capital a escala mundial no son el sucedáneo económico del espíritu universal hegeliano. No hay aquí ninguna racionalidad que no pueda mejorarse ni alguna convicción absolutamente lúcida que pueda evitar decisiones equivocadas. El debate a distancia entre Mahatir y Soros tiende a caricaturizar a la realidad. Los movimientos de capitales de corto plazo no son ni Dios ni Satanás. Son solamente un dato de la realidad sobre el cual es oportuno intervenir para evitar que un proceso histórico cargado de oportunidades y riesgos se convierta en un tótem misterioso e intocable.