Si es usted un auténtico cinéfilo, recordará que Friedrich Wilhelm Murnau, el cineasta alemán cuyos dos filmes mudos, pero no silenciosos, El campo en llamas y Nosferatu, engalanan el ciclo Música para tus ojos que se proyecta en la Cineteca Nacional y Centro Cultural Universitario, nació en Bielefeld (Westfalia), el 28 de diciembre de 1888 y murió el 11 de marzo de 1931 en un accidente de automóvil en la localidad de Santa Bárbara (California).
Accidente que, de acuerdo con algunas opiniones, sufrió el desdichado cine-director por haber violado durante el rodaje de Tabú, en Bora-Bora, varios lugares declarados sagrados por los indígenas. Ahora bien, si es usted un cinéfilo obsesivo, recordará que el Packard donde viajaba Murnau rumbo a Carmel era conducido por su valet filipino y que los otros ocupantes del vehículo no padecieron daño alguno.
Alejémonos de sacrílegas especulaciones y acerquémonos al perfil biográfico del famoso realizador. Como usted bien recuerda, Murnau estudió filología, literatura e historia del arte en Berlín y Heidelberg, y en 1910 ingresó en la escuela teatral de Max Reinhardt; cuatro años más tarde abandonó su oficio de actor que ejercía con el seudónimo de Helmuth para participar en la Primera Guerra Mundial, inicialmente como teniente de infantería, después como aviador cuyo aeroplano fue derribado hasta en 8 ocasiones. Apocalípticos derrumbes de los cuales siempre salió ileso.
Recordará también que la conmoción que le causó contemplar en las pantallas una vez terminada la guerra el filme expresionista de Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari, fue determinante en el acrecentamiento de su vocación cinematotráfica, pulsión inaplazable que le condujo a fundar con un grupo de amigos una productora Murnau Veidt Filgesellschaft y a realizar Der Knabe un Blau (1919) --película inspirada en Blue Boy (El niño azul) famoso cuadro del pintor inglés Gainsborough-- de la que no sobreviven negativos, fatal descuido, que como bien sabemos los cinéfilos de hoy sumergió en la perenne oscuridad a casi todas sus obras iniciales.
Y aquí abrimos un paréntesis para dejar testimonio de un dato desconsolador: de las 22 películas realizadas por Murnau, se han perdido diez, entre ellas una abocada a lo fantástico, Satanás. Pero, ya que hemos traspasado las inestables compuertas que conducen a su filmografía, no debemos olvidar que aún circulan regularmente en innúmeros cineclubes.
El campo en llamas (considerada como desaparecida hasta 1978), Nosferatu (Nosferatu, Eine Symphonie Des Gramenes) y Tabú son indiscutiblemente sus cinco obras maestras. Reconstruyamos a través de la escritura a algunas de aquellas cintas, al fin y al cabo estamos instalados en la cinefilia memorística.
Iniciemos con El campo en llamas (1922) que engalanó con sus imágenes en movimiento el pasado 19 de septiembre, en la Cineteca Nacional, la apertura del ciclo Música para tus ojos. A propósito de esta cinta es necesario comentar que refiere el enfrentamiento ideológico y sentimental de dos hermanos Peter y Johannes Roy. Uno --Peter-- es un bondadoso campesino, el otro --Johannes-- es un hombre de mundo al servicio de la burguesía deshumanizada y capitalista. El espacio donde ocurre la ``fraternal'' confrontación es la granja familiar a punto de transformarse en un campo petrolero.
El interesante filme fue descubierto en la Cineteca Italiana de Milán y posteriormente restaurado por El Museo fílmico de Munich.
Dediquemos ahora breves líneas a Nosferatu (1921-22), que también engalanará con su delirante presencia expresionista --precisamente el 16 de octubre, en la Cineteca Nacional-- el visible y audible ciclo. Nosferatu, adaptación libre de la novela de Bram Stoker, Drácula (1897) recrea en lóbrego castillo un barroco proceso de vampirización a cargo del diabólico Nos-feratu (no muerto) que es la auténtica identidad del conde Orlack, memorablemente encarnado por Max Schreck.
Concluyamos este mínimo recordatorio acerca de Murnau, acercándonos a su postrer filme Tabú (1930), extraña y bellísima historia de amor que sintetiza las obsesiones constantes del director a lo largo de su obra: el sentimiento de la muerte, la lucha del hombre y de la mujer contra las fuerzas superiores del mal (diablos, vampiros, sacerdotes). Si es usted un cinéfilo cabal le apartara en su memoria un lugar de excepción.