Querido Arón: Lo prometido es deuda, así que fui a Bellas Artes a escuchar con rigor y disciplina el reciente ciclo Brahms ofrecido por Sir Neville Marriner al frente de la Orquesta de la Academy of St. Martin in the Fields, con la esperanza de curarme del extraño virus que hasta ahora me ha impedido apasionarme con este singular compositor. Debo decirte que, lamentablemente, el resultado de esta expedición musical no fue la epifanía que me anunciaste en tu pronóstico. Escuchar prácticamente todo el repertorio sinfónico de Brahms, muy bien preparado, dirigido e interpretado, ha hecho aumentar mi respeto y admiración por el adusto compositor hamburgués, pero no ha logrado derribar del todo el muro que me separa del disfrute cabal de su música. Sin embargo, reconozco que tú, tus hermanos, miles de músicos y millones de melómanos no pueden estar equivocados, así que seguiré buscando la cura para los defectos genéticos del oído interno y la corteza cerebral (causados quizá por dosis generosas de música de Bruckner) que hasta ahora no han dejado que Brahms entre en mi alma.
No creas, sin embargo, que no saqué nada en claro de estos cuatro estupendos conciertos brahmsianos. La tercera noche de la serie (ojalá hubieras podido estar ahí) tuvo lugar el concierto más atractivo del ciclo. Tu joven y admirable colega Gil Shaham me hizo reconciliarme en cierta medida con el Concierto para violín de Brahms, del que tantas veces hemos hablado. Sonido limpio y poderoso, fraseo y articulación de primer nivel y, sobre todo, un evidente y contagioso disfrute del quehacer musical que, como bien sabes, no muchos solistas suelen demostrar. (Igual espíritu gozoso demostró el cellista Zvi Plesser cuando ambos tocaron el Doble concierto la noche siguiente).
Escuchando una interpretación de este nivel, no puedo menos que concordar contigo en cuanto a que este es uno de los grandes conciertos para violín de la historia. Y ciertamente, más comunicativo y menos hermético que los dos conciertos para piano que tocó Rudolf Buchbinder, con quien tendrás el gusto de hacer música en estos días. Salvo detalles como el inesperado episodio fugado al interior del rondó final del Primer concierto, estas dos grandes obras me parecen más una lucha de titanes que un diálogo musical entre iguales. Pero no te preocupes; esto no es problema de Buchbinder, quien tocó con enorme sabiduría y concentración, sino mío.
La misma noche que Shaham tocó en gran forma el Concierto para violín, Marriner dirigió la Cuarta sinfonía de Brahms y logró, en mi opinión, los mejores momentos del ciclo. Bien sabes que si por algún lado voy a poder romper mi maleficio Brahms, será a través de esta poderosa obra. Gracias a que la Academia se presentó en Bellas Artes a tocar Brahms con una orquesta con la cuerda reducida, la Cuarta sinfonía (como el resto de las obras del ciclo) me reveló algunos de sus secretos hasta ahora indescifrables, y la disfruté mucho. Sobre todo, el transparente manejo formal de la gran passacaglia con que termina la obra. En esta versión de la Cuarta sinfonía me quedó claro, más que en ningún otro momento, que esta es una orquesta muy coherente y disciplinada, de nivel técnico y expresivo muy equilibrado.
Como te comenté hace unos días, la cuerda es muy sólida, pero me llamó más la atención la sección de alientos-madera que, como en toda buena orquesta inglesa, es de primera. Al oír los nobles acordes brahmsianos para maderas tocados con tal precisión recordé que en más de una ocasión tú y yo hemos hecho gestos de espanto ante los acordes microtonales que producen las maderas de nuestras orquestas; en particular, escuché un par de clarinetes de primer nivel, y tú bien sabes que los clarinetes en Brahms son tan importantes como los cornos en Bruckner, por ejemplo. La noche del último concierto, también descubrí algunas cosas interesantes. Me llamó particularmente la atención la coda del último movimiento de la Segunda sinfonía, y te pregunto: ¿por qué Brahms no se dio el lujo de orquestar así algunas otras partes de su música sinfónica? Un poco de brillo y extroversión no le hacen nada mal a una buena sinfonía. (Estarás pensando, sin duda, que tanto escuchar a Mahler, Sibelius y Shostakovich me ha pervertido el oído; quizá tengas razón).
Como conclusión, te diría que todo el ciclo Brahms fue de alto nivel, y que con gusto escucharía otra vez (con buenos intérpretes) la combinación del Concierto para violín con la Cuarta sinfonía. Respecto a lo demás, sigo teniendo mis dudas; supongo que se necesita un melómano más maduro para entender a Brahms. Si me preguntan por ahí: ``¿Aimez-vous Brahms?, tendré que responder con un escéptico: ``Pas encore, pas encore'' y enfrentarme al merecido oprobio de los buenos músicos y melómanos.
Creo que como siguiente paso en mi educación sentimental, seguiré el consejo que tantas veces me han dado tú y Saúl: entrarle sin miedo a la música de cámara de Brahms. A lo mejor ahí está la clave. Mientras tanto, te agradezco haberme conminado a no perderme este ciclo Brahms; fue una muy iluminadora experiencia musical. Un abrazo. (JAB)