Rolando Cordera Campos
Entre Las Vegas y Las Cortes
Eso de querer enseñar humildad en público a adultos hechos y derechos puede resultar mal y contraproducente. No sólo para el PRI, que sigue como boxeador tocado, sino para todos, incluidos los flamantes preceptores demócratas que en la Cámara quieren hacerles pagar a los priístas de hoy lo que hicieron los de ayer y antier, en más de sesenta años de partido ``prácticamente único''.
Como quiera que se le vea, esta nueva prueba de ácido a que se somete al priísmo se da a partir de una excesiva, cuando no abusiva, interpretación de lo que es una mayoría parlamentaria. Las credenciales democráticas de la ``operación comisiones'' no están por tanto en orden, ni sirven de buena base para exigir al derrotado un comportamiento consecuente. Se puede exacerbar la desbandada o justificar el más cínico de los sentidos de oportunidad, pero no la conversión priísta a la democracia inmaculada de que dice ser portadora la oposición angélica.
Sin una legislación interna congruente con los nuevos tiempos del Congreso, lo que se hace es, ahora desde una oposición que dice ser mayoría, prolongar los usos y los abusos que privaron en los viejos. No debíamos sorprendernos demasiado: en esta histórica Cámara nadie es en verdad nuevo, aunque todos quieran hacerse pasar por tales.
Mientras nos deslumbramos con los nombres de quienes finalmente presidirán unas comisiones pensadas para todo, menos para el trabajo legislativo que se requiere, vale la pena pensar en dos temas que ilustran sobre lo que en verdad se necesita hacer ya en la Cámara y no se hace. Y no sobra insistir en ello: lo que ha ocurrido con el nuevo congreso, ha abierto la posibilidad de que por un buen tiempo la democracia flamante del 6 de julio se ``vaya en banda'', y nos ofrezca el espectáculo grotesco de una Cámara enamorada de sus propios shows, pero cada día más alejada de donde se hace la política real.
No hará la Cámara una buena política económica si se empeña en rebotarle el presupuesto al Presidente. No tiene con qué hacerlo, pero además, lo más grave es que de intentarlo estará creando las condiciones para que hasta con legitimidad sean otros, instalados en los nada abstractos ``mercados'', los que la hagan.
En este terreno, más que el sube y baja de los impuestos con que los diputados buscan emocionar al respetable, lo que se requiere es un inteligente ejercicio de revisión de la estructura del gasto para el año entrante, pero más que nada un acuerdo entre los partidos y el gobierno para revisar y modificar de una vez por todas las reglas y las leyes que regulan la factura, aplicación y vigilancia del presupuesto. Nada de esto se puede improvisar, porque nos puede salir muy caro, pero es apenas tiempo de empezar a hacerlo si se quiere una real y productiva participación del Congreso en la gestión económica a partir de 1998.
Se sabe, se sabe bien aunque no se admita, que como está, la Iniciativa de la anterior Cocopa sobre Derechos y Cultura Indígena no va a pasar. No hay acuerdo entre los juristas que cuenta, ni se puede asegurar que el PAN y buena parte del PRI, con y sin disciplina de partido, estuviesen dispuestos a votar por ella. Pero los indios ahí están, con sus reclamos actualizados; y más lo están, porque son los más afectados, los pobladores de las Cañadas y Los Altos, que desde luego reclaman respeto pero a quienes les urge justicia de todo tipo, y cada día que pasa sobre todo acción pública, estatal, ya no para el desarrollo sino para la más elemental de las supervivencias.
Nada de esto va a alcanzarse manteniendo un estado de guerra que no por simbólico deja de ser efectivo y brutal, en cuanto a sus efectos sobre comunidades desvalidas y siempre vulnerables, aunque sus partidarios usen internet y viajen por los congresos del mundo. Lo que se requiere es el paso decisivo aunque inicial para la paz, y éste no puede provenir ya, únicamente, de las negociaciones bilaterales.
Tiene que mediar de nuevo la ley, como ocurrió con la que hicieron al alimón Heberto Castillo, Luis H. Alvarez y el propio Presidente, y que ahora tiene que emanar y no sólo ser recibida y aprobada en el Congreso.
Los diputados pueden esperar a quién sabe ya qué acuerdos. Pero ni los mercados ni los más pobres de los pobres parecen vivir esos tiempos que sólo puede producir San Lázaro, cuando se parece más a Las Vegas que a Las Cortes. Y eso es lo que están gestando los croupiers de esta tan difícil cuanto rejega democracia.