En San Lázaro, inútil forcejeo tricolor contra el agandalle
Julio Hernández Ť Era como el mundo al revés: los priístas desahogando públicamente su amargo berrinche porque la oposición vuelta mayoría les había agandallado las presidencias de las mejores comisiones legislativas de trabajo, y los opositores defendiéndose de las acusaciones de ser dictadores, autoritarios, revanchistas, antidemocráticos y aprovechados por endilgar al paladar de los tricolores las mismas medicinas que éstos recetaron durante casi siete décadas.
Priístas que denunciaban la injusticia derivada del mayoriteo y apelaban a la buena voluntad de sus adversarios para que entraran en razón y les dieran lo que a su entender les correspondía y les era arrebatado; opositores que ejercían a plenitud su fuerza numérica y sostenían hasta el final el éxito de su propuesta conjunta.
Palenque lleno: al inicio, 499 de 500 diputados. Sólo faltaba el perredista Primitivo Ortega, hospitalizado por una operación de apéndice. Otros seis, entre ellos Mariano Palacios Alcocer, se escabulleron luego de una simbólica presencia. En los pasillos y en el área de invitados especiales había más gente que nunca.
Y apenas se anunció la manera como se proponía integrar 51 comisiones y comités legislativos cuando empezó la verdadera batalla en la que los priístas vociferaron, chiflaron, insultaron, abuchearon, maldijeron, forcejearon, empujaron y patearon por la triste suerte con la que por vez primera en su historia dejaron el control de los principales espacios políticos de San Lázaro.
Aprendiendo a ser minoría
Ciertamente había un acuerdo elemental por el que se desahogarían esas 51 comisiones y comités, pero los priístas, aún aceptando la imposibilidad de cambiar el designio opositor, deseaban expresar en tribuna su inconformidad y fijar su postura, que en esencia pretendía decirle a la nación, y dejar a la conciencia de los mayoriteadores, que siendo mayoría en votos y en diputaciones estaban siendo reducidos a una situación falta de proporcionalidad y justicia, pues los opositores se estaban quedando con las presidencias de las mejores comisiones y dejando al tricolor las de menor importancia.
A pesar del acuerdo cupular que permitiría desahogar civilizadamente la integración de 51 comisiones y comités, y dejar a la discusión particular una decena de comisiones en las que el priísmo deseaba expresar en especial su oposición, sobre todo en el caso de la de Programación y Presupuesto, lo cierto es que el pleno priísta no pudo, ni quiso, aguantar calladamente lo que entendió como un nuevo agravio.
Arturo Núñez, Fidel Herrera, Jorge Canedo y Ricardo Monreal llevaron a la tribuna los puntos de vista del priísmo, pero el Bronx (todo lo que no es la burbuja es Bronx, definió un especialista, que luego explicó que burbuja es la élite directiva priísta) no quería escuchar discursos y lances oratorios, sino cobrar venganza de la mejor manera posible.
Los agravios de la democracia
Del lado opositor, el perredista Pablo Gómez echó sal y limón sobre la herida de los priístas al decirles, entre otras cosas, que quienes antes eran los dictadores del Congreso hoy tienen que entender lo inevitable del cambio democrático.
Entonces saltaron de sus curules algunos priístas con el rostro enrojecido y el grito a todo pulmón. Y así seguirían a lo largo de la sesión. Ellos, los desdeñosos de ayer, convertidos hoy en los denunciantes de injusticias. Y a coro les gritaban ``gandallas'' a los opositores. El diputado González Machuca se distinguía por su persistente vocación gritona y por el ininteligible sentido del humor que se supone acompañaba a sus estruendos verbales. La diputada América Soto se desgañitaba refutando la presunta mayoría opositora. El diputado Carlos Sobrino se estremecía exigiendo el uso de la palabra por encima de su correligionario Fidel Herrera.
Los fantasmas de Nayarit
Y el diputado Francisco Javier Morales Aceves que pedía airadamente la palabra, y el presidente de la sesión, Porfirio Muñoz Ledo, le decía que había un acuerdo parlamentario y, si quería romperlo, que hablara con su coordinador, Arturo Núñez.
Y Morales Aceves, jalisciense, que por fin logra que le den la palabra y se lanza contra Muñoz Ledo, acusándolo de hacer tiempo en su contra, ``tramposamente, como es su costumbre''.
--Ciudadano diputado, le ruego respete a la presidencia. No está contando su tiempo --respondió Muñoz Ledo.
--Dése a respetar --reviró Morales.
Luego le asestó al perredista los calificativos de intolerante y prepotente, expresó su gusto porque ya terminaba ``la dictadura'' porfirista, y, cuando comenzaba a narrar el episodio de 1975 en Nayarit, en el que, siendo Muñoz Ledo presidente del PRI, llegó el Partido Popular Socialista a una senaduría con la que frenó la defensa de la gubernatura que Alejandro Gascón Mercado habría ganado:
--¡Tiempo! --gritó Muñoz Ledo.
Y se desató la rechifla que no dejaba terminar a Morales Aceves.
--¡Tiempo, compañero, tiempo! --insistía el perredista a quien los fotógrafos de prensa le han dado en llamar Muñoz Lady en respuesta a la acusación de paparazzi que él les hace.
Gritos, escándalo, y Morales Aceves que habla de Rogelio Flores Curiel, y de Jorge Cruickshank García, mientras el ex presidente del PRI:
--¡Se le acabó el tiempo al orador! ¡El orador se ha colocado fuera del reglamento. Le ruego a la secretaria que proceda conforme al reglamento! El jalisciense deja la tribuna y Muñoz Ledo se concede un receso, y alterado cede la presidencia a uno de los vicepresidentes para salir del salón de sesiones.
Por fin, a la hora de la votación, los opositores sufragan nominalmente a favor del acuerdo parlamentario que integra la mayor parte de las comisiones. Los opositores se manifiestan con sobriedad. Dicen sí, o por la afirmativa, y, salvo contadas excepciones, se limitan a darle a la emisión del voto, en sí misma, el contenido discursivo cuya mayor verbalización es innecesaria.
Cuando menos, decir algo
Pero los priístas, como antaño los opositores, no se conforman con ejercer con displicencia su oportunidad de expresión, y entonces muchos de ellos acompañan su voto con una frase machacona, con un reclamo a los adversarios, con un lema necesario para cuando menos decir algo: ``por un PRI sin traidores'', ``no a la intransigencia'', ``no al agandalle'', ``en contra de la intransigencia y el revanchismo'', ``a nombre de los mazahuas, no y no'', ``no, porque lo que hoy tienen le pertenece al PRI'', ``contra la borrachera de poder'', fueron algunas de las frases de desahogo priísta.
La tensión cede cuando el secretario de la mesa directiva, Gonzalo Morgado, priísta, se equivoca y vota por la afirmativa, como la oposición, aunque luego de unos segundos de duda rectifica, mientras las bancadas opositoras ya corean su nombre y le dicen ``Gonzalo, amigo, el pueblo está contigo''.
Y ya al final, el inútil forcejeo de los jóvenes priístas tratando de forzar una presidencia rotativa de la Comisión de la Juventud que terminó, como había sido decidido desde el principio por el bloque opositor, en manos de una diputada del Partido Verde Ecologista.
Una sesión en la que, con el mundo al revés, los priístas no pudieron evadir el fatal designio del mayoriteo que fue su especialidad durante décadas.