Eduardo R. Huchim
Tiempo de siembra

Los alarmantes índices que la inseguridad ha alcanzado en la ciudad de México producen variadas reacciones, desde la zozobra y la angustia hasta las demandas iracundas de castigos extremos para los delincuentes y de medidas radicales de prevención. Este radicalismo suele identificarse con criterios castrenses en la materia, pero hay pruebas de que, como se ha dicho en este y otros espacios, la participación de militares en las policías generalmente no reduce la incidencia delictiva, no sólo por las grandes dimensiones del problema, sino porque la formación castrense es diferente de la requerida para los cuerpos civiles de seguridad.

Prueba de tal divergencia es la reciente disyuntiva planteada por el general Enrique Salgado Cordero, secretario de Seguridad Pública: operativos o toque de queda.

Ni los unos ni el otro son pertinentes y suelen causar más problemas de los que solucionan. No obstante, unos y otro sirven para ejemplificar el pensamiento militar. En el primer caso se trata de operaciones que buscan atacar masivamente al enemigo --aunque mezclado con él haya población inocente--, y su práctica ha tenido ya dramáticos resultados. En el segundo caso, como no se puede vencer al enemigo, entonces es mejor confinarlo y con él al resto de la comunidad. Si nadie anda por las calles en la noche, piensa el militar, no hay delincuencia posible. Y por supuesto, no se le ocurre que, aparte de inconstitucionalidad, molestias y peligros del toque de queda, si el delincuente no puede operar de noche, aumentará su actividad durante el día.

El combate al delito --aun cuando se trate de situaciones de urgencia-- requiere de métodos racionales que no violenten la ley. Podremos hablar de vigilancia, investigación, preparación y demás ingredientes necesarios para lograr marcos mínimos de seguridad, pero el ciudadano, escéptico con razón, opinará que todo eso está bien, pero mientras la hierba crece, la mula muere.

Dicho de otro modo, urgen medidas eficaces para reducir los delitos que todos los días victiman a los capitalinos.

Pues bien, no aparece en el horizonte la posibilidad de tales medidas eficaces, porque no existe una fuerza pública y de investigación suficientemente preparada, con vocación y moral altas y ajena a la corrupción.

Aun cuando hay grupos minoritarios de policías que se apartan de la regla, lo que existe son cuerpos policiales impreparados, sin vocación ni moral, por lo común carcomidos por la corrupción y, a veces, incluso inmersos en la complicidad o la promoción de la delincuencia. ¿Quién puede entonces combatir con éxito a los delincuentes?

No es posible tener una respuesta convincente, pero sí señalar algunos puntos mínimos para tal lucha, con plena conciencia de que la creciente actividad delictiva no podrá abatirse de un día para otro:

a) Seleccionar, en la policía con uniforme y sin él, grupos confiables --o menos desconfiables-- para encomendarles tareas urgentes de vigilancia e investigación.

b) Promover la carrera policial con la fijación de salarios y prestaciones altos para quienes la abracen, así como garantías de estabilidad en el empleo y estímulos.

c) Establecer centros de entrenamiento para nuevas generaciones de policías. A ellas deberá atraerse a aspirantes con escolaridad elevada, no menor de preparatoria, e incluso con estudios concluidos o no de licenciatura.

¿Se propone la existencia de licenciados trabajando como policías? Sí. Si salarios y prestaciones son altos y los candidatos tienen aptitudes y vocación, ¿por qué no podrían interesarse en la carrera policial?

Por supuesto, la concreción de estos puntos excede el trienio del próximo gobierno capitalino, pero por ahí convendrá que camine, aunque los mejores resultados difícilmente se producirán a corto plazo. Al gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas le tocará el tiempo de una siembra urgente.

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Acaba de llegar a las librerías una importante obra colectiva, Crónica de una campaña, en la cual Plaza y Janés reunió testimonios y análisis de periodistas, escritores y una actriz sobre la exitosa campaña de Cuauhtémoc Cárdenas y sobre los personajes que la protagonizaron. Gerardo Albarrán, Guadalupe Báez, Alejandro Caballero, Miguel Castillo, Edith Gómez. Guadalupe Loaeza, Agustín Martínez, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Rosa Icela Rodríguez y María Rojo, citados en orden alfabético, escribieron 212 disfrutables páginas que constituyen la primera historia del primer triunfo perredista en la primera elección del gobierno del Distrito Federal.