Los condenables acontecimientos sobre las ejecuciones de los jóvenes de la colonia Buenos Aires, producto de los cuestionables operativos policiacos, han tenido un impacto muy riesgoso en la opinión pública. Nos referimos al hecho cada vez más generalizado de asociar la delincuencia con la pobreza. Tal intención parecería formar parte de una estrategia sobre los procesos de urbanización de la ciudad, que es indispensable precisar en aras de prever sus implicaciones sociales y atajar las injusticias que podrían cometerse en nombre de la seguridad.
La pobreza es uno de los obstáculos que impide aumentar la rentabidad inmobiliaria en la ciudad. Las nuevas necesidades comerciales, culturales y habitacionales para sectores medios y altos requieren de nuevos espacios, muchos de los cuales están habitados por los pobres. Estrategias inmobiliarias basadas en edificaciones habitacionales de mayor altura o bien en la edificación de plazas comerciales al estilo de Polanco y Santa Fe, se dirigen ahora hacia el corazón de los barrios populares. La explicación es simple. La pobreza impide usos del suelo más rentables en determinadas zonas de la ciudad. Por tanto, hay necesidad de expulsar a los pobres que las habitan hacia las periferias urbanas.
Para todos es claro la ineficacia de los operativos para erradicar la delincuencia; su única justificación parecería entonces, preparar el camino para arrasar en un futuro próximo con los barrios pobres simplemente porque son espacios de la delincuencia. No extraña por eso, que los más importantes operativos se estén dando en las colonias pobres de Iztapalapa, Atampla, Doctores, Buenos Aires y, recientemente, en Tepito. El caso de este último barrio merece una mención especial.
Sin hacer una defensa de las actividades ilícitas con objetos robados --práctica por supuesto condenable-- el comercio lícito de Tepito representa una fuerte competencia al comercio monopólico que avanza a pasos agigantados con sus modernas plazas comerciales por toda la ciudad. La intención es ahí, más que erradicar por completo las redes de la delincuencia y el narcotráfico, suprimir la competencia comercial.
La visión de asociar la pobreza con la delincuencia pasó desapercibida en la reciente comparecencia del general Salgado. El jefe de la Policía capitalina aseguró que la pobreza era el refugio de la delincuencia y que las vecindades amparan y apoyan a los delincuentes. Es cierto, el refugio a la delincuencia existe en las zonas pobres, pero eso es muy distinto a pensar que todas las casas y las vecindades pobres estén habitadas por delincuentes.
La criminalidad no es exclusiva de una clase social ni mucho menos de un barrio. Hoy se condena exclusivamente la delincuencia de los pobres, pero ¿no ha sido acaso también Bosque de las Lomas refugio de delincuentes, incluso más poderosos que los de la Buenos Aires? ¿Dónde están los operativos para resolver los 70 asaltos a bancos en lo que va del año y los incontables secuestros a docenas de empresarios y comerciantes?
La policía sabe bien que la distribución de la droga no se da sólo en la colonia Buenos Aires y en Tepito. Para comprobarlo habrá que asomarse a las famosas fiestas nocturnas de fin de semana, especialmente diseñadas para jóvenes estudiantes de las clases medias y altas en elegantes casas y bares de la ciudad.
En una situación de crisis económica por la que atravesamos, confundir la delincuencia con la pobreza sólo nos conducirá a situaciones de extrema ingobernabilidad. Son elevados sus riesgos sociales, principalmente porque se ensancharán más los enconos y la irritación de un sector de la sociedad contra los cuerpos de seguridad y los mandos militares que se hallan al frente. Las protestas de los vecinos de esos barrios, con las movilizaciones y plantones de los últimos días, son un primer aviso para suspender definitivamante esa estrategia equivocada de pretender infructuosamente erradicar la delincuencia arrasando las zonas pobres de la ciudad. De no hacerlo, el siguiente paso serían los enfrentamientos, incluso armados, entre los vecinos y la policía. Aun si tal propósito lograse desplazar la delincuencia de lugar, se dejarían intactas las verdaderas redes de corrupción e impunidad que fomentan los delitos y sostiene la procuración de la justicia.
Por sus dimensiones y alcances, enfrentar y resolver la seguridad de la ciudad se ha vuelto un asunto de gobernabilidad nacional. Concebir la seguridad capitalina con un interés meramente partidario sería lamentable. De ahí que el modificar las estrategias para devolver lo más pronto posible la seguridad a la ciudadania no sea sólo una responsabilidad del próximo gobierno del DF.
Si alguien cree que sólo el PRD perderá de no controlar la criminalidad durante su próxima administración está en un error. Las consecuencias serían más graves y las sufriríamos todos.