Luis Javier Garrido
El desafío

El futuro gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital no constituirá una administración ``local'' más de oposición en el país, sino que tendrá una trascendencia nacional. De ahí que, a pesar de las promesas de ``colaboración'' de Ernesto Zedillo, las fuerzas del priísmo se apresten a combatirlo.

1. La gestión de Cuauhtémoc Cárdenas al frente del Distrito Federal será breve (menos de tres años) por imperativo de una ley transitoria (la semi reforma de 1996), que le dio además al jefe de Gobierno atribuciones limitadas por el peso del poder presidencial y lo colocó bajo la amenaza de un Senado (que de antemano se sabía seguiría siendo priísta), y sin embargo tendrá que responder a un triple desafío: a) demostrar que se puede gobernar con el pueblo y en función de sus intereses (en vez de hacerlo sin él o en contra suya); b) que es posible realizar otras políticas para cambiar de manera radical a la capital (y al país); y c) que desde la perspectiva de una amplia oposición al sistema actual (que puede y debe rebasar al limitado programa del PRD) es posible sentar las bases para una ``transición a la democracia''.

2. El primer equívoco en torno al futuro gobierno cardenista es que no va a ser un gobierno ``del PRD'', como pretenden muchos. El problema de con quién va a gobernar Cuauhtémoc no se presenta, pues desde el mitin de Ciudad Universitaria Andrés Manuel López Obrador dejó claro que el CEN perredista no le pediría ``ningún cargo'' y, por otra parte, la gente está deseosa de participar en el proceso de cambio, que necesariamente ha de ser una empresa colectiva. La frase que más se escuchó después del 6 de julio es la de ``todos podemos ayudar'', que es significativa de la nueva actitud de amplios sectores que antaño avalaban con su pasividad al ``sistema'' priísta.

3. La capacidad del nuevo gobierno tendrá que sustentarse por lo mismo en el hecho de contar con los mejores hombres y mujeres, más allá de los partidos. Un gobierno ``del PRD'' no haría más que reproducir el mismo ``sistema'' que hemos conocido durante casi siete décadas, en el que el poder es un botín que no se comparte, al margen de que generaría enorme desconfianza pues entre el perredismo capitalino hay gente muy descalificada; un gobierno ``de priístas'', con el ánimo de buscar ``la cargada'' para el año 2000, no haría a su vez más que mantener el mismo estado de cosas: sería suicida.

4. El nuevo gobierno del Distrito Federal tiene que ser plural, pero ha de estar sustentado en una propuesta de cambio: en un programa de transición. Hay una gran confianza en que sea posible la transición de un gobierno de políticos mediadores y especuladores a un gobierno de ciudadanos, pero para ello se requiere una gran dosis de imaginación y de valor político.

5. Las experiencias de gobierno estatal panista han constituido hasta ahora relativos fracasos, precisamente porque carecieron de programas de transición democrática a nivel de su entidad. Ni Ruffo en Baja California (1989), Barrio en Chihuahua (1992) o Cárdenas en Jalisco (1995), como tampoco Loyola en Querétaro (1997) o Canales en Nuevo León (1997), y no se diga Medina en Guanajuato (1991) --llegado por ``dedazo'' de Salinas--, tuvieron propuesta alguna para desmantelar al ``sistema'' de Partido de Estado o la red de intereses creados del priísmo, para modificar a fondo el marco constitucional local o para replantear las relaciones de su gobierno con el centro en términos de un federalismo real: y la consecuencia fue que se asumieron desde un principio como funcionales al presidencialismo.

6. Las nuevas políticas sociales y económicas para el DF no serían posibles por ello si Cuauhtémoc Cárdenas no reclamara --y recuperara-- para la capital sus facultades reales de gobierno, o si no impulsara la reforma para que un Constituyente local instituyera al estado 32, restableciera el régimen municipal y abriera la posibilidad a otros mecanismos de participación democrática: el referéndum, el plebiscito, la iniciativa popular, la acción popular, la revocación del mandato, la acción de rendición de cuentas, el cabildo popular o la autonomía indígena, las candidaturas ciudadanas.

7. Las obras materiales a realizar son muchas pero no tendrían sentido si no se enmarcan en un proyecto general de cambio, en el que sea fundamental una nueva forma de concebir las relaciones entre los funcionarios y la ciudadanía. Ernesto P. Uruchurtu hizo de la capital el sitio del autoritarismo; Carlos Hank González, el de la corrupción; y Manuel Camacho, el de la especulación transnacional. Cuauhtémoc Cárdenas es el primer jefe de gobierno electo y tiene que estar del lado de la ciudadanía que quiere hacer suya la ciudad.

8. Los habitantes de la ciudad de México exigen se termine con la corrupción, la inseguridad y la contaminación, se dé una respuesta a los urgentes problemas del agua y del transporte. Demandan servicios educativos y de salud, un ambicioso programa de vivienda y el fin al crecimiento horizontal --y vertical-- de la ciudad. Es urgente una infraestructura cultural de la cual carece la capital, con una gran Biblioteca de la Ciudad y un sistema de bibliotecas en cada barrio o colonia, una gran sala de conciertos, nuevas Universidades. Pero nada de esto será posible si no se replantean las relaciones de poder.

9. El desafío para Cuauhtémoc Cárdenas no es por eso el año 2000 sino 1997: y no podrá haber un cambio si no hay una movilización de la ciudadanía.

10. El desafío es para todos. El voto no es una delegación de responsabilidades: es el inicio de un proceso.