José Antonio Rojas Nieto
La nacionalización de la industria eléctrica

El sábado 27 de septiembre se celebró el 37 aniversario de la nacionalización de la industria eléctrica. Junto con la nacionalización de la industria petrolera, constituye una de las acciones políticas de mayor trascendencia y significado, dentro del marco de nuestros esfuerzos históricos por constituirnos como nación soberana y autodeterminada, capaz de concursar en el ámbito internacional de manera libre, no subordinada. Ambas nacionalizaciones son profundamente consecuentes con el espíritu del Constituyente de 1917, que reivindicó para la nación la propiedad originaria de los recursos naturales de nuestro país. Nunca será ocioso recordar que nuestra identidad y nuestro proyecto nacionales están ligados profunda y radicalmente al ejercicio pleno y sin cortapisas de ese derecho originario a la propiedad, el uso y la explotación de nuestra riqueza natural. En el caso del ámbito energético se trata, al menos, de la propiedad, el uso y la explotación de nuestra riqueza en materia de petróleo y gas natural, pero también de fuentes naturales de generación de electricidad y de materiales radioactivos.

El carácter de monopolio natural de la industria eléctrica y sus altísimos requerimientos de capital han sido razones complementarias a la del control nacional de los beneficios derivados de los recursos naturales para sostener y fortalecer la idea del carácter nacional y estatal del sector eléctrico en todas sus fases: generación, transformación, transmisión y control, distribución y comercialización.

Los cambios recientes al Reglamento de la Ley del Servicio Público de Electricidad buscan impulsar la concurrencia de capitales privados y públicos, nacionales y extranjeros, en el proceso de generación, ciertamente como forma de garantizar una afluencia mayor de recursos financieros al sector, pero también como adelanto de una concepción gubernamental que no ve en el control nacional de esta industria un medio eficaz para el impulso del desarrollo nacional contemporáneo. Pero, en rigor, los cambios más recientes se enfrentan a las viejas pero no necesariamente anacrónicas ideas del control nacional de la industria eléctrica, aunque justo sea establecer las diferencias que guardan con la industria petrolera para no confundir las razones de dicho control, a pesar de que en algunos aspectos tengan la misma matriz.

No obstante que el gobierno ha decidido impulsar muchos cambios en la industria eléctrica, es evidente que el asunto apenas comienza, como apenas comienzan el debate y la discusión nacionales sobre las transformaciones que debiera o no experimentar esta vital industria. Para fortalecer una discusión que, sin duda, deberá reabrirse y profundizarse con el mayor rigor posible, es importante recordar al menos cinco características de la industria eléctrica que condicionan cualquier proyecto de transformación. Dos inmediatas son, como se ha anotado, su carácter de monopolio natural, pues bajo cualquier circunstancia resulta más eficiente la presencia de un sólo suministrador; y su alta intensidad de capital, que se traduce en requerimientos de enormes volúmenes de recursos de capital por unidad productiva. Pero también hay que mencionar cinco más: diversidad de tecnología y de combustibles que se utilizan en la producción de electricidad, acaso una de las mayores del ámbito industrial; alto nivel de contaminación en la producción, sobre todo por las características del principal combustible que se utiliza en el sector eléctrico de México, el combustóleo o residual de alto contenido de azufre (hasta poco más de cuatro por ciento en volumen de azufre, que se traduce en cerca de 20 gramos de bióxido de azufre arrojados a la atmósfera por kilovatio/hora generado); el carácter instantáneo de la demanda y el abasto eléctricos, que obliga a tener permanentemente no sólo combustibles o fuentes de generación disponibles al momento, sino una reserva de capacidad para cualquier modificación, también instantánea, que experimente el consumo del fluido eléctrico; finalmente, para sólo mencionar otro más, la clara diferenciación técnica y económica de las sus tres fases: generación, transmisión-transformación y control, y distribución. Al menos estas características deben considerarse en una reflexión social cuya finalidad debe ser, precisamente, redefinir los lineamientos estratégicos que deberá seguir una industria que hoy, en todo el mundo experimenta transformaciones cuyo perfil definitivo no resulta todavía evidente. En este marco lo peor sería seguir inercias, adoptar modas y dejarse llevar.