En la superficie, México finalmente camina hacia la democracia, pero en el fondo ocurre todo lo contrario. En los sótanos del poder, mil cosas se fraguan para provocar el aborto del México democrático. Tanto así, que nuestro nunca bien logrado Estado de derecho, lejos de consolidarse está a punto de convertirse en pura ley de la selva.
En parte ello obedece, cual penitencia por un pecado de ligereza, al deslumbramiento por lo que todavía es una democracia más bien cosmética. Ganar la gubernatura del DF y una Cámara de Diputados ya casi independiente, sin duda representan grandes avances, pero distan mucho de completar el tránsito a la democracia. Inclusive esos avances, por aislarse de otras grandes tareas democráticas, pueden prestarse a que se desprestigie la causa de la democracia y se recupere la del autoritarismo. Esto ya comienza a percibirse en la campaña orientada a aprovechar cualquier resbalón de los nuevos diputados, para enseguida presentarlos como un montón de inútiles picapleitos.
Más preocupante aún es la campaña de desprestigio contra los derechos humanos. Sus estragos van mucho más lejos que el descrédito de tal o cual institución, partido o personalidad. Aquí el blanco es nada menos que el nutriente esencial de toda democracia, es decir, la libertad. Sin ésta no es posible participar ni escoger ni decidir.
Acabar con el interés de la sociedad en los derechos humanos, no sólo es suicida para cualquier empeño democrático. También es algo tan salvaje como convencer a un niño de que, para ser feliz, él mismo tiene que encerrarse en un calabozo. Una manipulación tan vil de la ignorancia es lo que precisamente ocurre al montar el desprestigio de los derechos humanos en un silogismo por demás simplista. A: La delincuencia está acabando con el país (cosa no del todo falsa). B: los organismos de derechos humanos se dedican a defender delincuentes (cosa bastante falsa). C: ¡Muera todo lo relacionado con derechos humanos! (cosa de plano estúpida).
Ya es hora de que todos lo sepamos: libertad y derechos humanos son las dos caras de una misma moneda. Si golpeamos a una, golpeamos a la otra... y nos golpeamos todos. Al evolucionar ya en tres generaciones, la doctrina de los derechos humanos no ha hecho sino expandir la libertad en un edificio donde cada piso se sostiene con el de abajo: libertad individual, social, comunitaria, nacional e inclusive libertad mundial.
Pues bien, en el México de nuestros días se observa una serie de campañas que, juntas, ya parecen una guerra contra todas esas libertades y, por ende, una guerra contra la democracia. En cada una de esas campañas cada vez se lee mejor el mensaje: ``olvídense de la democracia, exijan mano dura''. Sólo hay espacio para mencionar las batallas más visibles.
Por lo que toca a las libertades individuales, comenzando con la libertad de tránsito, suficientes amenazas se advierten lo mismo en una delincuencia desbocada que en la reactivación de porros (juego Poli-Pumas, marcha del 2 de octubre), para no hablar del ya polémico toque de queda, ni de las conocidas ofensivas contra periodistas y contra los propios defensores de los derechos humanos. En el frente de las libertades comunitarias, sobresale la cerrazón ya de cuño militarista ante el legítimo reclamo de autonomía por parte de los pueblos indios; cerrazón recién apuntalada con la declaración presidencial de que ya no hay razones para rebeliones como la de Chiapas (2-X-97).
Mientras tanto, nuestra libertad como nación continúa en picada, como de suyo lo ilustra la autorización ya sin ambages para que, entre otras cosas, aeronaves de EU sobrevuelen el territorio mexicano so pretexto de la lucha antidrogas (La Jornada 29-IX-97). Y por lo que toca a las libertades de alcance mundial, como lo es la defensa por ello universal de los derechos humanos, baste mencionar la negativa del presidente Zedillo a reunirse con los directivos de Amnistía Internacional, acaso la máxima autoridad civil en la materia.
Es hora, pues, de pensar en un amplio frente en defensa de todas nuestras libertades. Fumada de opio, dirán quienes ya galopan en una transición democrática dizque irreversible. Pero más vale regresar al a-b-c de la democracia, que avanzar al despeñadero de una democracia engañosa.