Guillermo Almeyra
Petróleo, fundamentalismo, geopolítica

Como se sabe, apenas se redescubrió la riqueza petrolera mexicana se la dividieron ingleses y estadunidenses. Pero ``llegó el general y mandó parar'', y la nacionalización cardenista dio por un tiempo esa riqueza al país, hasta que, con gobiernos sucesivos, la misma fue dominada por Washington. A su vez, la liberación de los árabes del imperio turco dio a los ingleses el dominio del petróleo de la península arábiga y del de Irak, mientras Estados Unidos, en el actual Irán, derribaba a Mossadeg, que había nacionalizado el petróleo y reinstalaba en el trono al Shah Pahlevi, hasta que la revolución, expropiada por Jomeini y los mullahs, dejó al carburante fuera del dominio de Las Siete Hermanas (las grandes compañías petroleras que controlan el mercado de ese combustible).

Todos saben, igualmente, que la Guerra del Golfo fue una guerra para controlar la principal reserva mundial de este recurso (que durará, quizás, un siglo más), y que la operación sirvió a Estados Unidos para ahorrar sus propias reservas, que tendrán un valor inestimable cuando el petróleo sea escaso y para chantajear a europeos y japoneses que carecen de carburantes y los compran en el Golfo Pérsico.

Nada de esto es nuevo. Lo que en cambio pocos recuerdan es que los ingleses fomentaron el fundamentalismo islámico para controlar la zona (con la dinastía wahabita de Arabia Saudita, pero también apoyando a las monarquías hachemitas de Jordania e Irak y a los emires y sultanes), y que Estados Unidos ha fomentado y fomenta el fundamentalismo (mujahiddines y después talibanes, en Afganistán, militares paquistaníes) para influir en el Asia Central petrolera ex soviética (la segunda gran reserva mundial después de la árabe, y terreno de caza actual de los europeos, los chinos y los japoneses, más que de los estadunidenses). Además, que Washington y Tel Aviv fomentaron a Hamás, para debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina y ahora a la Autoridad Nacional Palestina (o sea, a un nacionalismo laico y antimperialista), fomentan el islamismo para favorecer la presencia turca en la ex URSS, en Albania y en los Balcanes y ahora, en particular, en Argelia.

En efecto, el país que los franceses habían ocupado como colonia de población resultó ser petrolero, al igual que el supuesto ``cajón de arena'' (Libia) colonizado por los italianos. De modo que en el Norte de Africa, a pocos kilómetros de Europa y en todo el sur del estratégico Mediterráneo, los europeos pueden encontrar petróleo y gas, como los que encuentran en Rusia y la ex URSS, lo cual les da cierta independencia.

Una vez controlado el petróleo de Cabinda, de Angola, de Nigeria, ahora el del Congo Brazzaville y los recursos mineros del Congo, para tratar de expulsar a sus competidores de Africa como casi los echaron del Golfo Pérsico, Washington hace una guerra doble: contra los restos del nacionalismo laico conservador (los militares argelinos en el poder) y contra el gobierno francés, que los apoya. Washington trata de matar dos pájaros con una sola piedra, porque sabe que el fundamentalismo también debilita a Libia, impide una solución progresista y unitaria nordafricana, debilita a los laicos y nacionalistas árabes (Palestina, Egipto) y mete en un callejón sin salida al régimen de Irán, donde los ``tecnócratas del alma'', los mullahs, se disputan el poder con los tecnócratas ``de la modernidad'', los importadores y exportadores, la burguesía del Bazaar.

Por supuesto que el fundamentalismo no ha sido inventado por la CIA. Pero ésta, del mismo modo que hizo negocios políticos y económicos con la heroína, primero en China con el Kuomintang, después en la guerra de Vietnam o con los contras nicaragüenses, echa mano de la droga religiosa. El fundamentalismo, en lo que tiene de protesta contra la cultura de los dominadores occidentales y de deseo mítico de retorno hacia una supuesta sociedad ``pura'' e igualitaria de campesinos, tiene un aspecto subversivo. Pero, como su ``futuro'' está en la imposible reproducción de un pasado de fábula, es funcional para el capitalismo. Por eso la CIA arma y financia al ala más feroz y extrema del fundamentalismo argelino, contra el FIS (Frente Islámico de Salvación) y su brazo armado el EIS (Ejército Islámico de Salvación), que están negociando una tregua con el gobierno argelino, alentado por París y el Grupo de Roma (compuesto sobre todo por las oposiciones laicas y el Frente de Liberación Nacional argelino). Estamos ante una guerra no declarada y en un mundo nada unipolar.

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