Néstor de Buen
Aunque usted no lo crea

Era el último año de la carrera, precisamente en 1948, cuando en la Escuela Nacional de Jurisprudencia me tocaba cursar, en turno de noche, la clase de práctica forense. El maestro, don Felipe Coria, en una de esas ocasiones en que más se desliza la clase por la anécdota que por la enseñanza, nos dijo algo que nunca he olvidado: ``¡Muchachos! Han elegido la carrera más fácil de estudiar y la más difícil de ejercer''.

Don Felipe ejemplificaba con referencia a las entonces carreras dominantes: ingeniería, cargada de matemáticas, materia clave para acabar con las vocaciones; medicina, que arrancaba con una clase de anatomía entonces con cargo al inolvidable libro de Testut (si no equivoco la ortografía), que era toda una pesadilla a memorizar, y arquitectura, un drama para quienes no deslizan bien el lápiz ni son creativos. En derecho, en cambio, todo era simple lógica, códigos para auxiliar la memoria y el aprendizaje de un idioma nuevo. Nada imposible.

Pero en la práctica las cosas, decía, son radicalmente diferentes. A los médicos no los enfrenta otro que le quita oxígeno al enfermo; ni al ingeniero le ponen dinamita en los cimientos; ni nadie entinta los planos de los arquitectos. Pero los abogados se enfrentan con otro de la misma familia que hace exactamente lo contrario. Se descansa en pruebas muchas veces testimoniales y ya se sabe de qué pie cojea la mayoría de los testigos; los peritos suelen poner el acento donde hay más pesos y al final del camino un juez, o tres jueces o cinco jueces decidirán el resultado que, por lo mismo, estará sujeto a todas las contingencias posibles: ignorancia, irresponsabilidad, corrupción, influencias, amiguismos, y hasta en ocasiones una buena fe que se equivoca. Y hay que jugarse muchas veces la integridad física o la vida en diligencias difíciles.

Por supuesto que el maestro Coria se refería a la opción del licenciado en derecho que elige el litigio, la única actividad que lo convierte en abogado.

En teoría la elección entre defender y juzgar encuentra aspectos positivos, y tan digna es una actividad como la otra. Inclusive, si mucho me apuran, el abogado defiende al fin y al cabo un interés que puede matizar su conducta. El juez, en cambio, debe ser absolutamente imparcial y eso que llaman justo.

Pero ese deber ser de los jueces sufre y se acongoja.

Hace unos días notificaron en mi despacho un laudo dictado por la Junta especial número 5 de la Local de Conciliación y Arbitraje del DF en un juicio al que no compareció la parte demandada ni, por lo mismo, ofreció prueba alguna. El efecto de la falta de contestación es que se tenga por contestada la demanda en sentido afirmativo.

Pero allí se han inventado una nueva ley y dictaron laudo absolutorio porque supuestamente la parte actora no ofreció pruebas. Por supuesto que estamos pidiendo amparo, pero no nos quedaremos ahí. Habrá que echar mano también del Código penal y de la Ley de responsabilidades de funcionarios públicos.

Pero también se da la nota de la estupidez congénita. Este martes pasado tuve que acudir a una audiencia absurda en un asunto en el que me citan como testigo, sin que conozca nada que tenga que ver con el juicio. Y mientras esperaba que cayera del cielo el levantamiento del acta: media hojita que tardaron hora y media en escribir para diferir la audiencia, vi en una computadora un texto en grandes letras negras, de esos que suelen ser dibujos móviles (after dark) que decía nada menos lo siguiente: ``Los litigantes son como la basura del mundo. Algunos se reciclan y otros definitivamente son inservibles''. Le agregaban, como una gracia adicional: ``Pensamiento de un filósofo griego''.

El señor Juez sexto de Distrito en materia civil en el Distrito Federal, de cuyo juzgado se trata, si no se ha dado cuenta de que en sus empapelados dominios se ofende de esa manera a los abogados, es que no navega por el juzgado, lo que explica el total desorden en que se encuentra. Y si se ha dado cuenta, pues tantito peor. Y mucho peor si es responsable directo de los hechos.

¿No sería bueno, don Vicente Aguinaco, presidente de la SCJN y del Consejo del Poder Judicial Federal, tomar una medida enérgica y poner en su lugar a los responsables de esa majadería?.