Resulta fascinante recordar la historia lacustre de la ciudad de México. Fundada en el siglo XIV en medio de cinco grandes lagos, su ingenioso sistema de chinampas le proporcionó terreno; las calzadas e innumerables canales que la cruzaban hizo a los viajeros extranjeros compararla con Venecia.
Ya comentamos el problema de las inundaciones que la han asolado a lo largo de su vida --incluso ahora. De lo que no hemos platicado es de la navegación, que fue el principal medio de transporte por centurias, y que existió hasta este siglo.
Cabe recordar que al irse desarrollando la ciudad de Tenochtitlan, sus calles eran de agua, por lo que las comunicaciones eran por ese medio, al igual que con los pueblos que habitaban las riberas de los lagos: Texcoco, Chalco, Xochimilco, Zumpango y Xaltocan. El extraordinario Bernal Díaz del Castillo nos dice: ``...y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas venían con bastimentos y otras que volvían con cargas y mercaderías; y veíamos que cada casa de aquella gran ciudad y de todas las demás ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa en casa no se pasaba sino por puentes levadizos, que tenían hechos de madera o en canoas...''.
Hay una estimación de que había más de 50 mil canoas y barcas, además de pequeñas embarcaciones que se construían de un solo tronco, impulsadas por un remero. A la llegada de Cortés, mientras estaban las relaciones ``a partir un piñón'' con el emperador Moctezuma, el conquistador mandó hacer un bergantín en el que llevó a pasear al monarca azteca, quien se sorprendió de la velocidad que lograba con las velas, pues sus canoas no pudieron alcanzarlos.
Todas las crónicas de la época destacan la importancia de la navegación no sólo desde el punto de vista comercial y de ``transporte urbano'', sino militar, pues recordemos que para el ataque a la ciudad azteca, Hernán Cortés mandó hacer 13 bergantines con sus aliados tlaxcaltecas, que fueron llevados desclavados, por ocho mil indígenas, hasta el bordo del lado de Texcoco, en donde una vez armados fueron botados para emprender feroz batalla acuática.
Esta fue parte fundamental de la guerra; tras 75 días de un sitio terrible en que la valerosa población azteca terminó comiendo gusanos, vino la derrota final, cuando García Olguín a bordo de su bergantín persiguió y apresó la sencilla embarcación real en que viajaba el joven emperador Cuauhtémoc rumbo a Texcoco, en donde planeaba continuar la resistencia.
Consumada la conquista, la nueva ciudad española que se erigió sobre los restos y con las piedras de la mexica, continuó utilizando las vías fluviales, aunque comenzó a cegarlas para tener calles que permitieran el paso a sus caballos y carruajes, lo que provocó innumerables inundaciones. Sin embargo, a lo largo de cuatro siglos continuaron funcionando las acequias, ríos y lagos, cada vez en menor medida pero vigentes hasta nuestra centuria en que prevaleció el famoso Canal de la Viga, del que existen muchas fotografías y grabados.
De ello nos habla don Carlos J. Sierra en el delicioso libro La navegación en la ciudad de México, reeditado recientemente por el DDF, junto con el de don Jesús Galindo y Villa, Historia sumaria de la ciudad de México. Ambos se pueden adquirir en las librerías Pórtico, en Eje Central 21, y en el Pasaje Zócalo-Pino Suárez.
A mediados del siglo pasado los asaltos aumentaron y llevaron a un periódico de la época a publicar un artículo titulado ``Los piratas de agua dulce''. Dice: ``...desde tiempo inmemorial han sido víctimas de asaltos las personas que frecuentan los lagos de Texcoco y Chalco y los canales que a ellos conducen, pero a últimas fechas han aumentado, por lo que se pide vigilancia especial...''.
Esta maravilla que es una ciudad cruzada por vías fluviales, sean canales o ríos, nos dice un estudioso del tema --el colega de estas páginas, Jorge Legorreta--, puede volver a ser una realidad. Nos informa que al llegar los españoles encontraron 14 grandes ríos; uno a uno los fuimos cegando o entubando, hasta dejar un valle seco y sediento que se bebe sus entrañas, causando graves hundimientos; como ni así se sacia, trae agua de miles de kilómetros, dañando zonas agrícolas. Pero aún sobreviven algunos ríos cuyas aguas se canalizan al drenaje profundo, pudiendo volver a bañar la ciudad. El caso más posible: el río Ameca, que nace a las faldas del volcán y llegaba al zócalo; es para reflexionar.
Por lo pronto, gocemos imaginando un paseo en canoa por la capital, mientras degustamos unas sabrosas acamayas de río en el restaurante El Hotentote, en su linda casita del siglo XVIII ubicada en Cruces 40, en el castizo barrio de La Merced.