José Agustín Ortiz Pinchetti
La transición ¿cuándo empezó? ¿cuándo va a terminar?

¿Cuándo empezó la transición? Según Porfirio Muñoz Ledo, si entendemos por transición el arranque de la transformación del ``sistema'' de control autoritario a uno democrático, el proceso arrancó en este mismísimo año de 1997. Cuando le replico que para muchos la transición empezó en 1968, me explica: ``Mira, hay un periodo claro de pretransición, que arranca de las elecciones de julio de 1988 hasta las del 6 de julio de este año. En 1968 se desencadena la crisis política de México...''.

No estoy de acuerdo con Porfirio. Para mí la transición sí empezó en 1968, porque fue entonces cuando la juventud participativa y las personalidades, grupos y corrientes progresistas asumieron con verdadero entusiasmo la propuesta democrática y libertaria que habían sacrificado en aras de la justicia social. Las ideas de los panistas, maderistas conservadores de 1939, se volvieron contemporáneas para las ``progres''. Pasarían otros 30 años para que esas semillas dieran como frutos los cambios que estamos viviendo. Pero a lo mejor Porfirio tiene razón. Podemos especular incansablemente sobre cuándo empezó la transición. Una preocupación más práctica sería preguntarnos cuándo va a terminar y si va a terminar bien. Francamente hasta hoy las cosas no parecen claras.

La transición depende de un acuerdo nacional, de una propuesta democrática asumida prácticamente por unanimidad. La esperanza de un consenso semejante hoy parece muy lejana. Nadie se atrevería a pronosticar que la reforma constitucional, que sería el pivote del cambio, pudiera darse antes de la víspera de las elecciones del año 2000, y si es así nacería contaminada por el furor de la contienda.

La pasión con la que están debatiendo los distintos actores en la Cámara de Diputados es perfectamente explicable, pero nada tiene que ver con un clima estable que favoreciera el acuerdo político básico. No es inexplicable la depresión y la rabia catártica del PRI, ni lo es el deseo vindicativo que exhibe la oposición. Ejercer el mayoriteo por primera vez, en compensación de los abusos que ejercitó el PRI sobre ellos durante décadas. Quizás sea un sano oportunismo aprovechar estos espacios para tomar una posición de ventaja frente a una eventual negociación con el PRI. Sin embargo, no deja de asombrar la ausencia de un eje que pudiera vertebrar los acuerdos sin los cuales la transición no podría cristalizar.

Uno vuelve la vista hacia la Presidencia de la República ante la inhabilidad de las fracciones parlamentarias para los consensos. El Presidente ha ido abdicando de algunas de sus facultades excesivas, pero todavía tiene el poder moral y político para llamar a un acuerdo entre contendientes y evitar los episodios un tanto bochornosos de los que estamos siendo testigos y que desprestigian la labor de los legisladores. ¿Por qué no lo hace? Puede atribuirse a la intención maquiavélica de permitir que las cosas se den mal para descalificar a la oposición y/o a su propio partido, a fin de ir resquebrajando las resistencias de los militantes y dirigentes más conservadores. Pero hay quienes piensan que el Presidente, quien tiene el mérito de haber desencadenado la transición, es inepto para conducirla. Parece tan reconcentrado en lo macroeconómico que está descuidando, con irresponsabilidad involuntaria, el tema central de su propuesta de gobierno.

Cuando en el estado de Jalisco la oposición ganó en el otoño de 1995, el nuevo y joven gobernador Alberto Cárdenas (sin una gran experiencia política, pero con sensibilidad) antes de aplicar políticas gubernamentales propició el consenso de todas las fuerzas políticas. Por unanimidad los partidos modificaron la estructura básica del estado de Jalisco y abrieron las puertas a una vida democrática. Después, sin la traba de una negociación desgastante, el gobernador pudo empeñarse en la organización administrativa y el impulso a la economía local, con buenos resultados hasta hoy. ¿Por qué Zedillo no aprende del gobernador de oposición? ¿Por qué deja simplemente que el ambiente político se pudra? ¿Estará esperando que los propios partidos nacionales o los sectores más participativos le pidan o le exijan que intervenga? A mi juicio se están adelantando los tiempos políticos y el Presidente lo está permitiendo. Los partidos de oposición han percibido la debilidad del PRI. Se están dando cuenta que pronto sufrirá escisiones mayores. El debilitamiento del PRI crea la expectativa de que no será difícil ganarle la Presidencia de la República. El espacio de la Cámara de Diputados y el periodo legislativo se convierten, de modo anticipado, en escenarios y momentos de batalla por la Presidencia de la República.

Pero el año 2000 está muy lejano todavía. La atmósfera rijosa que predomina empobrece la vida política. Esto no sería tan grave si las condiciones económicas y sociales del país fueran estables. El aumento de la inseguridad y la violencia en las calles de México son signos que deberían de preocupar a los legisladores y a toda la clase política. La inconformidad social por 15 años de política antipopular, combinada con la precipitación del partido de Estado y la declinación del poder de la Presidencia podrían minar todo el aparato, y la transición como un proyecto nacional podría terminar en naufragio.