La Jornada lunes 6 de octubre de 1997

Héctor Aguilar Camín
Posteridad del Che

``La gloria es una incomprensión, y quizá la peor'', dice Borges, al terminar Pierre Menard, autor del Quijote. Pienso que Ernesto Guevara volvería a levantarse en armas contra la mezcla de ícono pop y rebelde romántico en que lo ha convertido su posteridad. Lo volvería loco, en particular, la forma en que el mundo capitalista, a cuya demolición dedicó su vida, lo ha convertido en un material de consumo.

La imagen del algún tiempo temido y perseguido guerrillero, del que fuera unos años el enemigo público número uno del mundo libre dentro de la guerra fría latinoamericana, ha perdido su fuerza subversiva y se disuelve en una popularidad celebratoria más cercana al marketing que a la épica guerrillera.

La efigie del Che ha ocupado la carátula de relojes Swatch marca Revolution. Un café ``con sabor a ron'' lleva su nombre. En internet pueden hallarse páginas donde se incluyen citas del Che idóneas para la superación personal. Un enfriador de cerveza británico fue promovido con la imagen de Guevara y la leyenda ``Prohibido en Estados Unidos. Debe ser bueno''. Grupos de rock han vendido discos con el rostro del Che en la portada, y la marca de esquíes Fischer ha cuadruplicado las ventas de su línea Revolution que se promueve en camionetas decoradas con la efigie del Che. Camisetas y gorras del Che son hace mucho tiempo artículos de moda en los campus americanos y una boutique neoyorquina ha empezado a vender ropa casual con motivos militares del Che. (Véase Newsweek, julio 21, 1997).

La posteridad del Che tiende a convertirlo en un ingrediente de la sociedad de consumo más que en el heraldo de la revolución que quiso ser en vida --no de la revolución en abstracto, sino de la revolución comunista, y no de la revolución comunista de Marx y Engels, sino de la revolución comunista de Lenin y Stalin. Acaso en ello resida una de las explicaciones de la fama póstuma del Che y de su incorporación a las mitologías del mercado global.

Los ideales comunistas que Guevara profesó, por los que estuvo dispuesto a morir y matar, han perdido su aura amenazante, no inquietan a nadie. No son una alternativa real de cambio, ni un horizonte de compromiso político o confrontación militar, como lo eran en los sesenta.

El comunismo fue derrotado y se rindió. Es parte de la historia cumplida, no, como cuando Guevara vivía, parte del presente y del futuro posible para la mitad del planeta. Cumplida la historia es posible despojar la memoria del Che de su esencia y sus límites políticos, de su misión y su convicción, y quedarse con la cáscara comercializable: el cristo de Cochabamba, el rebelde arquetípico, el antiautoritario romántico, el soñador sin fronteras.

La fama y la posteridad del Che están vaciadas de sus ideales sustantivos, que a pocos convencen ya, y a menos lanzarían a la aventura de hacer la revolución o crear dos, tres Vietnams.

El malentendido básico de la posteridad de Guevara es que ha dejado de ser lo que quiso ser, un héroe de la revolución, para volverse lo que combatió toda su vida, una celebridad de la sociedad de consumo, un héroe revolucio- nario no sólo no amenazante, sino rentable para el mundo capitalista. El mercado tiene razones que la revolución no entiende.