Rafael de Paula, al igual que los antiguos faraones egipcios, torea como muerto momificado en tributo de amor y superstición. Depositario de la antigua sabiduría egipcia, legada por los sumos sacerdotes, cumple el destino de su raza y difunde la magia de muerte del tarot en las plazas de toros con el rostro atezado por el sol de Andalucía.
Rafael de Paula, hijo de una raza antigua y misteriosa, lleva la fatalidad gitana en su toreo, que es el símbolo del andar y andar siglos y siglos al son del rubio pandero y la picardía. Torero sin fronteras como su raza, sólo conoce la guerra con los pitones asesinos de los toros y las cornadas. No tiene más enemigos que los de las fuerzas brutas de la naturaleza, representadas por el toro bravo y lo insólito de su acometer repentino. Rafael, al estar al margen de la civilización, es peregrino del mundo. Su toreo, con esta forma de ser, es diferente a la del resto de los toreros, muchos de los cuales --la mayoría confunden torear con trabajar--, como lo fue, la del Gallo, Gitanillo de Triana o Curro Romero.
Rafael de Paula, gitano de pura cepa, cumple el destino oculto de la raza. Lleva en la mente una maldición desconocida más remota y más cercana que la del pueblo de Israel. Sólo se une con los de su raza al cumplir una ley incógnita de raza que quiere conservarse --como la judía-- en su mayor pureza para mejor cumplir su destino.
Rafael gusta de las gitanas de faldas rojas joyantes, pañoleta al talle y negro azabache el pelo, con las que baila, canta y bebe por lo cañí hasta que llega el momento del recuerdo del canto espectral del inmortal cantaor El Camarón de la Isla, que fuera el gitano tierno, patilludo y prestidigitador del canto. Cumplidor del papel de los machos gitanos, singular al zángano de las colmenas, Rafael se dedica a conservar la especie y evitar --a puñaladas-- que las mujeres se unan con los ``extraños''. Tan la conserva que este jueves en la Feria de Otoño madrileña, empanicado y en plan de zángano, no quiso ni ver a los toros, mucho menos dar los monótonos ``derechazos'', y ni siquiera intentó matar a sus toros, por lo que será suspendido de lidiar toros en la Plaza de Madrid, quedando feliz en su papel de ``zángano'' de las gitanas.
Serán sus gitanas las que trabajen y enredarán en artes de picardía a los ``otros'' (los payos) y cumplirán así la misión remota de leer el tarot y escudriñar la muerte. Sabiduría que habrán de eternizar por la tierra. Variaciones de ``El Gran Libro'', suma de la sabiduría humana. El que encierra el secreto de la muerte, el arte de estar muerto, que es salirse del yo, lo consciente o la tirada de dados de enfrentar al toro bravo, al que ve en los espejos mágicos fuera de la realidad y que sólo los gitanos entienden.
Lo que lo lleva a no querer enfrentar en ocasiones, muchas ocasiones, la muerte, al estar ya muerto, como este jueves madrileño. Magia de la línea de manos, que lleva en el alma puesta por la Paula, la madre que le permite distinguir el camino de la muerte, el amor y la venganza. Rafael funde el amor, la muerte y el miedo en comunión y sangre y superstición y en fatalidad terrible que lo lleva a torear al son de la música calé o no torear y ser la leyenda torera... Estar y no estar instantáneo sobre el ruedo en que pasa del arte al pánico y del pánico al arte gracias a una sola verónica de largos tiros caleseros...
De la novillada de la Plaza México ``mejor ni hablar''.