La adaptación del ex convento de Santo Domingo, en Oaxaca, careció desde un principio de un proyecto arquitectónico. El proyecto y la obra fueron comenzados entre el gobierno del estado y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La gran corte de Conaculta otorgó a Juan Urquiaga potestad absoluta sobre Santo Domingo; Juanito iniciaba así su primera obra, ya se había entrenado en el INAH propiciando y legalizando la destrucción del baldaquino de la catedral de Guadalajara.
En Oaxaca, la mancuerna gobierno estatal e INAH no resultó y el desgreñe se inició de inmediato; el gobernador en turno, con tal de sacarle más dinero al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, ordenó el retiro de sus huestes comandadas por los arquitectos Ruiz Camino e Ignacio Moreno.
Parecía que Francisco Toledo tendría una acción significativa en la obra, pero no fue así, sólo se interesó inicialmente por el jardín botánico. Urquiaga le tomó el pelo al artista repetidas veces, al grado que anunció su retiro del proyecto; al menos se opuso a que el tesoro de la tumba 7 de Monte Albán se colocara en el piso superior, ya que la solución de las bóvedas no garantiza la estabilidad estructural en un sismo. Recientemente, Urquiaga rechazó el proyecto de arreglo del jardín botánico ejecutado por el reconocido arquitecto Mario Schjetnan, enviando a los dos al cesto de la basura.
El último invento, muestra de la improvisación, para ocupar la parte superior del convento es la exhibición de los originales de la colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, determinación que ha propiciado la protesta de académicos, investigadores y especialistas en su estudio y conservación, que como siempre no fueron consultados. Se les ha unido la autorizada voz del maestro de maestros Joaquín Galarza, especialista internacional a quien Umberto Eco ha reconocido públicamente en Italia como el transmisor más sensible y capaz de nuestras voces indígenas, plasmadas en códices por los grandes tlacuilos. Especialista que por desgracia es permanentemente ignorado por el INAH.
A la fecha no sabemos cómo hacían el papel y cómo preparaban las tintas, son verdaderos misterios de las técnicas indígenas; pero misterios existen muchos, como la talla de obsidiana en círculos perfectos para orejeras o el azul maya de los frescos o el fundido de oro y plata. Los códices están ejecutados en materiales de extrema fragilidad.
Se ha instaurado en la cúpula de la impunidad de la cultura el procedimiento de no consultar a los verdaderos especialistas e ignorarlos con tal de sacar adelante los proyectos que dan luz y esplendor; es el caso de Teotihuacan y de los museos de Monte Albán, Oaxaca, y Xochicalco, Morelos, o de Cacaxtla, en Tlaxcala. En ningún país del mundo se exhiben los antiguos documentos originales; todavía no se inventa la luz que no lastime tintas y composiciones estructurales de papel, generalmente manufacturados por componentes vegetales, y gracias a que los documentos se guardan en la obscuridad se han conservado muchos de ellos.
Pero los especialistas conservadores de códices no han caído en cuenta que la solución estructural que dio el INAH en Santo Domingo es una espada de Damocles. La serie de boveditas que inventó Urquiaga no garantizan seguridad estructural, de hecho tuvieron que aplanarlas para disimular las grietas que ya comenzaron aparecer y siguen apareciendo; en el INAH ningún técnico se hizo responsable de la estabilidad estructural del conjunto, tuvieron que recurrir a una empresa de ingenieros, de discutible seriedad, para que les diera una firma o responsiva.
Los códices recibirían una doble amenaza: la incidencia lumínica y el riesgo de desaparecer hechos polvo en un derrumbe. Ahora, si ya se ha gastado en protegerlos en el museo del INAH de la ciudad de México, con bóvedas tipo banco y anaqueles expresamente diseñados, ¿para qué hacer un gasto similar? Es más lógico exhibir copias y que los estudiosos de los códices los consulten en el Distrito Federal. Hay que entender que el INAH seguirá inventando acciones con tal de no entregar el ex convento al gobernador, quien ilusamente pensó que algún día lo controlaría.
¡Anticipo que ante el INAH no valen las razones! No obstante su reciente desplegado, de hecho ya están construidas las vitrinas que albergarán los códices originales. En Oaxaca se pueden admirar en el ex convento. Ante esa situación, no nos queda más que invocar a los grandes tlacuilos, excelsos artistas y dibujantes, conocedores profundos de las lenguas indígenas, poseedores de todas las ramas del saber; ellos son los únicos que nos pueden salvar: deben salir de inmediato del inframundo para demostrar a los poseedores del poder inaudito su fuerza y energía cósmica. Se sugiere que los tlacuilos hagan beber a los responsables de tan nefasto proyecto el clásico tolohuaxihuitl o tisanas de saguaro, cactácea columnar ideal para producir trastornos nerviosos; les pueden dar infusiones utilizadas por los tarahumaras, llamadas cawe o wichhowaka, cáctus clásico de México que produce vértigos inmediatos y locura. Si no funciona lo anterior, ¡santo remedio!, los tlacuilos podrían organizar un coctel teonanácatl CNCA en la sierra de Huautla, en Oaxaca, inspirado en el códice Magliabecci del siglo XVI, a base de russula agglutina, hongos que causan que los participantes se maten entre sí en un frenesí colectivo.