Hace algunos años el humo de los incendios provocados en la selva Lacandona y otras zonas del sureste era tan denso que dificultaba los vuelos nacionales y locales en los aeropuertos de Chiapas y Tabasco. La práctica campesina de abrir tierras al cultivo por el sistema de roza-tumba-quema y, fundamentalmente, la expansión de la ganadería, hacían que cada año miles de hectáreas de bosque fueran víctimas de las llamas. Se perdía así un ecosistema irremplazable y la posibilidad de utilizar su flora y su fauna en bien del hombre. Algo semejante se vivía en la meseta tarasca y otras áreas de Michoacán. Aunque los incendios continúan año con año por todo el país, no son, según las autoridades, de la magnitud de antes. Quizá porque hemos diezmado notablemente tan importante riqueza y funcionan mejor las medidas para prevenirlos y combatirlos.
Ahora otros incendios forestales preocupan al mundo: los del sureste asiático, que arrasan centenares de miles de hectáreas con sus negativos efectos en el ambiente. Sólo en Indonesia, Tailandia y Filipinas han dado cuenta de un millón 300 mil hectáreas (entre nosotros se queman 400 mil y se talan cerca de 700 mil). Pero esos incendios también perjudican a las transnacionales. En efecto, luego de que el primer mundo ha saqueado enormes extensiones de bosques en Asia, Africa y América Latina, hoy les preocupa la suerte de esa invaluable riqueza. No solamente por ser los pulmones verdes de la tierra, sino porque contienen materias primas de un valor potencial extraordinario para el avance de la biotecnología.
Un caso que ejemplifica lo que sucede en el sureste asiático es Indonesia, poseedor de una de las extensiones de bosque tropical más importantes del mundo, cerca de 140 millones de hectáreas. De esa extensión, una tercera parte se encuentra explotada vía permisos otorgados por el gobierno a numerosas compañías madereras y agropecuarias. Estas buscan obtener en el menor tiempo y con el mínimo esfuerzo, las máximas utilidades, disponiendo para ello del apoyo oficial, habida cuenta que en las empresas explotadoras de los bosques figuran destacados miembros de la administración pública de Indonesia, famosa por su corrupción.
Pero los incendios y la explotación irracional de las selvas tropicales en el continente asiático afectan notablemente plantas, animales, hongos, microorganismos. Esa fábrica de la vida, como la llama Peter Raven, que además determina las características de la atmósfera y los climas regionales, mantiene las aguas limpias y preserva los suelos de los que depende, en última instancia, la productividad primaria del planeta. Tan enorme y todavía insuficientemente estudiada riqueza es fuente potencial para obtener medicamentos y otros productos con los cuales pueden aumentarse las utilidades de las trasnacionales. Se trata de una tarea pendiente pues apenas se han estudiado las propiedades de una parte mínima de las especies potencialmente útiles para la industria.
México cuenta con uno de los patrimonios bióticos más importantes del mundo, utilizado sabiamente por nuestros antepasados y, en el caso de la medicina, presencia constante entre millones de habitantes del campo y las ciudades. La destrucción de tan rica herencia en buena parte se debe a las ideas de ``progreso'' y ``modernidad'' tan gratas a la tecnocracia. Ahora que alarman los daños que ocasionan los incendios en el sureste asiático, cabe insistir en la urgencia de reforzar las medidas para conservar y utilizar racionalmente nuestra riqueza biótica, en beneficio de las mayorías. Para conocer sus propiedades y sacarles provecho. Lo peor que nos puede pasar es permitir que se convierta en cenizas; o volvernos simples proveedores de materias primas de las trasnacionales química, farmacéutica o de alimentos.