Los economistas no pueden decirle a la gente lo que debe
hacer. Solamente pueden exponer los costos y beneficios de múltiples
opciones para que los ciudadanos, en una sociedad democrática, tomen
mejores decisiones.
Douglas North y Roger Miller,
El análisis económico de la usura, el crimen, la pobreza, etc.
Fondo de Cultura Económica, 1976.
Para Sergio Camposortega, padre e hijo, otras víctimas de la criminalidad en nuestro país.
Justamente hace 15 días comentábamos sobre las características económicas de la criminalidad. Ahora lo haremos sobre la naturaleza de su ``racionalidad''.
De acuerdo con el enfoque microeconómico de la conducta humana que han desarrollado --entre otros-- Gary Becker y Douglas North (ambos, Premio Nobel de Economía), la criminalidad --al igual que cualquier otro acto o actividad humana-- tiene una lógica muy clara: se realiza siempre y cuando el beneficio de realizarlo es mayor que su costo, o dicho en otros términos, si el producto (beneficio) del ilícito supera al riesgo o al castigo (costo) que conlleva su realización. Este argumento adquiere mayor fuerza si consideramos que en la ciencia económica, además de contabilizarse el costo directo de un acto se debe añadir otro, que quizá es aún más importante, llamado costo de oportunidad, que se refiere al costo que implica dejar de hacer algo. En ese sentido, el costo directo de cometer un crimen es aquel que el malhechor pagará (en términos de castigo) si es aprehendido. El costo de oportunidad del crimen se refiere a la pérdida de ingresos en la que incurre el delincuente por no cometerlo. Así, cuando el salario de mercado es bajo, y alto el botín que se espera obtener, el resultado claro es la ejecución del crimen. Los criminales también actúan en ese mismo sentido, si: a) es baja la probabilidad de ser aprehendido; b) si existe colusión con los cuerpos policiacos; c) si la ley es benevolente (``humana'') en la aplicación del castigo; d) si la sociedad es permisiva ante el delito; e) si la expectativa de vida en prisión no es tan mala. De acuerdo con esta lógica, reducir la criminalidad exige que todos los factores anteriores actúen en sentido contrario.
Puedo asegurar que los asesinos de mi amigo Sergio precisamente consideraron que el costo directo de cometer el crimen era muy inferior al beneficio que recibirían del secuestro. Más aún, incluso es probable que su cálculo económico determina que el costo de oportunidad por dejar este medio de vida es alto, no obstante que hayan cegado esa vida inocente y altamente productiva y de arruinar la expectativa de vida de su familia, de su hijo en particular.
¿Hasta dónde tocará fondo la sociedad mexicana en esta materia? ¿Cuáles son las medidas que detendrán, y eventualmente abatirán, estos delitos a los que todos estamos expuestos, aun los empresarios y políticos que tienen a sus órdenes cuerpos de protección?
Por principio de cuentas, es totalmente erróneo pensar que se pueden incrementar las remuneraciones formales de la economía nacional de modo tal que igualen a las remuneraciones que generan los ilícitos graves como el secuestro o el robo violento. De modo que las autoridades deben actuar de inmediato sobre los otros factores que reducen su costo de oportunidad. En otras palabras, se deben incrementar dramáticamente los costos esperados de cometer esos delitos.
Es claro que las medidas adoptadas por el gobierno no han sido eficientes, por lo que la sociedad ha comenzado a tomar las suyas: inversión en todo tipo de sistemas de seguridad personal y familiar, e incluso ya empezamos a observar ejecuciones justicieras. Este último hecho es el indicador de la desesperación social. ¿Esta medida será más eficiente?
Conocí a Sergio en 1983 cuando trabajábamos en una oficina del gobierno federal. Fue un alumno muy destacado en sus estudios doctorales de demografía en Bélgica. Ajedrecista, formador de muchas generaciones de demógrafos y, por último, empresario académico exitoso. Quizá esa fue la causa de su trágico destino.
Parece mentira, México: orgullo y ejemplo mundial en la aplicación de reformas económicas y de la libertad de mercado, y al mismo tiempo vergüenza en materia de libertad y seguridad de las personas.