José Blanco
Evocación

El 2 de octubre de 1968 escribí un texto que días después publicó como de autor anónimo y con el título de ``Testimonio de un estudiante'', el suplemento de Siempre!, La Cultura en México, dirigido entonces por Carlos Monsiváis. Estos son algunos de sus pasajes.

``Todos quienes estábamos, estuvimos en lugares diferentes; todos, los que huimos, lo hicimos por diferentes lugares; todos, por ello, vimos y percibimos hechos distintos, apenas unos cuantos.

``El ejército se encontraba a algunas cuadras de donde nos hallábamos concentrados. El mitin comenzó minutos después de las 5 de la tarde; la gran explanada de la Plaza de las Tres Culturas y sus lugares adyacentes estaban repletos.

``Los corresponsales extranjeros que se encontraban presentes imprimían sus películas y fotografías y se les veía como divertidos. Casi a la extrema izquierda de la tribuna desde donde los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga hablaban, estaba Oriana Fallaci; allí vi también a Sócrates y a Luis González de Alba, entre otros; habrían transcurrido unos 50 minutos.

``Como en todos nuestros mítines, en nuestras manifestaciones, en nuestras asambleas, se comentaba con el compañero ocasional la presencia de policías disfrazados suficientemente bien, como para ser advertidos.

``Un estallido (¿un balazo?) cambió instantáneamente la atmósfera del lugar; mucha gente corría en todas direcciones; gran parte de los asistentes que en esos primeros segundos pudimos ver las dos lucecitas verdes de un cohete encima del templo, reclamábamos a coro: ¡orden! ¡orden!; el orador en turno gritaba ¡no corran, es un acto de provocadores! Algunos de quienes permanecimos sin movernos, vimos a un hombre, al parecer de gabardina café, que desde el cuarto o quinto piso del edificio Chihuahua, disparaba una pistola contra la multitud; muchos dedos señalaban; de pronto, otro cohete del lado opuesto al anteriormente lanzado; todo esto en segundos. Los grupos que pretendían ir en busca del hombre que había hecho los primeros disparos, habrían corrido unos 15 metros, cuando aparecieron formados en fila de frente unos ocho o diez individuos vestidos de civiles, debajo de los pasos que hay en la base del edificio Chihuahua; estos hombres aparecieron todos armados con pistolas. Mi mujer y yo vimos caer ahí a los primeros. Volteamos hacia arriba y la tribuna estaba ya totalmente vacía.

``Tomé de la mano a mi mujer y corrimos hacia el estacionamiento abierto situado a un costado de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que abarca también la parte posterior del templo de Tlatelolco. El traqueteo de fusiles y ametralladoras era ya continuo; el pánico, la histeria, los chillidos casi animales, indescriptibles.

``Habríamos corrido la mitad del estacionamiento con rumbo a Nonoalco, cuando aparecieron por ese lado los soldados; a nuestra izquierda había un hilera de coches estacionados en batería; nos tiramos al piso entre dos de los coches. Cuatro o cinco jovencitas preparatorianas se nos echaron encima. Permanecimos debajo de los coches unos 15 minutos, y durante ese tiempo ni un solo instante se redujo la intensidad del fuego. Desde donde estábamos nada podíamos ver de la explanada, sólo imaginar una masacre.

``Ahora los soldados en grupos de cuatro se parapetaban detrás de los coches que estaban en fila; a una voz, salían, disparaban, avanzaban el espacio de uno o dos coches, y volvían a refugiarse nuevamente detrás de los coches; unos metros hacia la salida vimos a una señora parada en la banqueta del estacionamiento, con las piernas vendadas, inmóvil, haciendo la V del movimiento; ante esa escena, nos paramos y comenzamos a caminar lentamente hacia la salida del estacionamiento; buscábamos ser aprehendidos para evitar ser alcanzados por las balas.

``En Nonoalco había una hilera de camiones del Ejército; me acerqué y pregunté a un soldado que qué hacíamos; me respondió que nos fuéramos a donde estábamos (?); al vernos pasivamente frente a ellos, uno con su fusil nos empujó hacia un lado; subió nuevamente la intensidad del fuego y los soldados caminaban para un lado y para otro, con nerviosismo.

``Pregunté nuevamente a nuestro guardia con desesperación ¿qué hacemos? ``Fijé unos cuantos segundos la mirada en sus ojos aturdidos, los desvió y no me contestó absolutamente nada. Me di la vuelta, tomé la mano de mi mujer y caminamos hacia la puerta de la Secretaría de Relaciones Exteriores, protegiéndonos así de los disparos que había en la explanada. En la puerta de la SRE había unos granaderos que no participaban de la `operación', que nos gritaron ¡lárguense!

``Atravesamos la calle corriendo y huimos.

``Atrás quedaba una tragedia sin nombre. Una mácula imborrable para la historia de nuestro país''.