Aunque en el Instituto Federal Electoral existe una tendencia a desescalar conflictos no sólo en la relación con los partidos políticos sino también en los asuntos internos, quien se haya asomado a la vida del IFE sabe que entre la estructura colegiada y la ejecutiva ha habido rispideces y tiranteces cuyos episodios a veces han llegado al conocimiento público.
Uno de esos episodios fue motivado por el reportaje que publicó la periodista Mireya Cuéllar en La Jornada el 20 de mayo de 1997 y cuyo sustrato fue el hecho de que las elecciones serían organizadas, en el área operativa, por los mismos funcionarios que lo habían hecho cuando el IFE era presidido por el secretario de Gobernación, si bien ahora supervisados por las estructuras colegiadas de consejeros electorales tanto en el ámbito estatal cuanto en el distrital.
Ese reportaje, que contenía declaraciones de varios consejeros, destacadamente de Jesús Cantú, motivó una airada reacción del área operativa, cuya más vehemente expresión fue un discurso del secretario ejecutivo, Felipe Solís Acero, quien sostuvo entonces (7 de junio de 1997 en el Hotel del Prado), en medio de fuertes aplausos de sus oyentes --en su mayoría funcionarios de los órganos del IFE en los estados--, que quienes habían laborado en la institución electoral en 1991 y 1994 no eran ni aceptarían ser ``una gavilla de torcedores de la voluntad popular''.
Tres meses después de las elecciones del 6 de julio, las aguas del desencuentro entre los cuerpos colegiado y operativo han vuelto a tener movimiento. Seis de los ocho consejeros del Consejo General han solicitado a su presidente una reunión, antes de este jueves 9, para realizar una ``evaluación del desempeño'' del secretario ejecutivo (Guadalupe Irízar, Reforma, 5 de octubre de 1997), pero en el IFE se sabe que a esa solicitud de evaluación le seguirá otra de sustitución.
El asunto puede plantear una crisis en el IFE porque Felipe Solís Acero cuenta con la confianza y el apoyo del consejero presidente, José Woldenberg, y en su perspectiva personal no está dejar su cargo, que es el más importante, después de aquél, en la estructura ejecutiva de la institución.
Vistas las cosas con serenidad e imparcialidad, una evaluación del desempeño de Solís Acero tendría que arrojar resultados plausibles a la luz de la transparencia lograda en las históricas elecciones del 6 de julio. Aun cuando estos comicios no hayan estado exentos de pasajes oscuros, la luminosidad del conjunto disminuye la importancia de estos últimos, y seguramente ésta será la mejor defensa del secretario ejecutivo. Ahora bien, si como es evidente el poderoso funcionario del IFE no tiene la confianza de la mayoría del Consejo General, entonces las cosas se complican.
Dato no subestimable es que Woldenberg y Solís Acero han formado una mancuerna que ha dado buenos resultados comiciales --aunque no tan buenos en la relación interna del Instituto--, y sin duda el consejero presidente no querrá deshacerla. Además, el Consejo General no es el IFE, sino sólo su órgano rector. Es decir, espontáneamente o por inducción, el personal operativo federal y el de los órganos estatales del IFE podrían querer decir algo en este asunto --ellos también serán sujetos a evaluación--, y si ello ocurre potenciarán las complicaciones.
En estas circunstancias, tanto Woldenberg y Solís Acero como los consejeros que no quieren a éste --Jesús Cantú, Jaime Cárdenas, Alonso Lujambio, Juan Molinar, Mauricio Merino y Emilio Zebadúa-- deben practicar la política que tan buenos resultados les ha dado: negociar, negociar y negociar en busca del consenso, antes de optar por posiciones irreductibles que a todos pueden dañar.
Trasladada a territorio mexicano, cuyo 70 por ciento es víctima de la desertificación, la advertencia, terrible, debería ser atendida: ``El agua será más cara que el petróleo en el siglo XXI. Las guerras serán, sin duda, por agua en el mismo siglo XXI. La geografía política del mundo cambiará en razón de la carencia de agua. La violencia armada se dará en el siglo por la contaminación de lechos marinos o por la muerte de los ríos que lleguen a cortar dos o más países. La falta de agua en el siglo XXI impedirá el riego en los campos y con ello advendrá el hambre y su gigantesca estela de consecuencias''. Tal es el escenario de la novela Sequía. México, 2004, de Francisco Martín Moreno, recién salida de las prensas de Grijalbo y protagonizada por un hijo de campesino convertido en panadero y luego en ingeniero hidráulico.