Miguel León Portilla
La nueva palabra
Con celo y saña se quiso borrar para siempre el recuerdo. Se quemaron libros o códices. Se trató de silenciar el aliento, los cantos, relatos y discursos, la historia, sustento mismo del ser de los primeros pobladores de México. Aunque hubo algunos como Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga y Bernardino de Sahagún que, en vez de destruir, trataron de comprender.
Los mal llamados indios quedaron sojuzgados, desposeídos de lo que había sido su antorcha, su luz, en el mundo. Arrinconados, tenidos como gente de bajísimo quilate, su destino fue obedecer, servir a quienes se enseñorearon en los tres siglos de la Nueva España y luego en los ya casi dos de vida independiente de México.
Abierta o tácitamente prevaleció la negación y el desprecio ante la sola idea de que los vencidos hubieran pensado algo valioso o tuvieran derecho a ser tomados en cuenta. Ya en este siglo, su cultura y sus lenguas quedaron marginadas, excluidos del ser del país. La única solución posible, se dijo, era integrarlos, asimilarlos, hacerlos desaparecer como tales.
Pero lo que a muchos pudo parecer impensable ha ocurrido. El rescate de la antigua palabra de estos pueblos ha revelado su sabiduría y su belleza. Hoy son cada vez más los lugares del mundo donde se aprecian el arte y el saber del que son portadores la tradición oral y los libros de pinturas y signos glíficos, fuentes vivas de la rica expresión indígena.
Hay algo, para algunos aún más inesperado, que es ya hoy una realidad, y es no sólo el rescate de la antigua palabra, sino el surgir de una nueva. Los pueblos excluidos, considerados inviables, se yerguen y quieren ser escuchados. En varias lenguas resuena su nueva palabra. Esta se nutre en raíces del antiguo saber y belleza y a la vez da cauce a nuevas formas de pensar y sentir. Es búsqueda, poesía, anhelo, narrativa y demanda.
No estamos hablando de fantasías. De un lado llevamos cerca ya de tres años escuchando lo que expresan en Chiapas y el resto de México tzotziles, tzeltales, tojolabales y muchos más. De otro ha nacido en esta afligida y amada metrópoli nuestra una institución de la que mucho puede esperarse: la casa de los escritores en lenguas indígenas. Tras largos esfuerzos, la nueva palabra de los pueblos más arraigados en el ser de México tiene un hogar. En el Comité de Escritores Indígenas que, sin cortapisas, es alma de esta casa, se hallan el poeta mazateco Juan Gregorio Regino, los maestros nahuas Eustaquio Celestino, Alfredo Ramírez y Natalio Hernández, el forjador maya de bellos relatos Miguel May May, así como los zapotecas, mixtecos y otomíes, Víctor de la Cruz, María Rosalía Jiménez, Fausto Guadarrama, Juan Julián Caballero y otros varios.
¿Es un sueño hablar de escritores indígenas? ¿Es una quimera, peligrosa para algunos, escucharlos, a ellos y a los que en Chiapas y otros lugares alzan su voz? Las lenguas indígenas de México son parte esencial de nuestro legado y nuestro ser cultural. Así lo reconocen la Unesco y la Secretaría de Educación que apoyan los trabajos de quienes con sus talleres literarios, enseñanza de sus lenguas, cursos, conferencias, congresos y otras actividades, como lo han expresado, ``hacemos un llamado a la conciencia más profunda de la sociedad mexicana para compartir nuestras reflexiones y propuestas en torno a la diversidad étnica, lingüística y cultural de nuestro país''.
En la antigua palabra de los pueblos originarios perdura el mensaje: son sus cantos, relatos, leyendas, historias; así como las pinturas de sus códices de los que también brotan palabras. En las mismas lenguas vernáculas, con las variantes que el tiempo ha traído, nacen hoy otras literaturas: son ellas la nueva palabra. Podría citar muestras preciosas de la creatividad de quienes la están creando. A cuantos esto interese --y cada día crece el número-- diré que, del 8 al 10 de este mes, se celebrará en la dicha Casa de escritores --en Antonio Caso 66, no lejos del monumento a Cuauhtémoc-- un coloquio sobre lenguas y literatura indígenas. Allí podrá escucharse y volverse vivencia la nueva palabra.