En su discurso de toma de posesión, Fernando Canales Clariond, el flamante gobernador de Nuevo León, hizo un innecesario pronunciamiento sobre su credo religioso -religión y política no deben mezclarse, según aconseja la sabiduría histórica-. Y en seguida pidió a Dios que lo iluminara para conducir el gobierno de ese estado.
Si Dios tuviera algo que ver con el poder, lo cual me parece bastante improbable, habría iluminado a Canales previamente, y sin que éste se lo hubiera pedido en público, para conformar un gabinete que no fuera, salvo excepciones, extensión mecánica del ámbito empresarial y contrario a sus promesas de campaña. Entonces anunciaba que incorporaría a priístas honestos a su equipo de trabajo (llamó a uno, cierto, pero para desempeñar un puesto menor). En esto era consecuente con el bipartidismo familiar que se ha instalado en Nuevo León desde hace tiempo. La pluralidad demandada por el PAN y reconocida por todos nunca entró en su esquema. Dada su posición conservadora, también en esto mostró congruencia.
Acción Nacional ganó arrolladoramente las elecciones en Nuevo León (no tanto en número de votos cuanto en puestos: en la de gobernador, por ejemplo, derrotó al PRI, su adversario más cercano, por un porcentaje menor a 9 por ciento). ¿Debió ello traducirse, para un gobierno seguro de sí mismo y con cálculo a largo plazo, en objeto apropiado por la cultura del agandalle? Dentro del mismo PAN hay antecedentes opuestos a esta actitud fruto de la inmadurez política y/o de la prepotencia. El gobierno de Ernesto Ruffo Appel, en Baja California, fue muestra de pluralidad. El actual gobierno bajacaliforniano, también de extracción panista, debe no poco a la política de su antecesor en ese sentido.
La lucha por el poder ha sido ardua para Fernando Canales. En 1985 se sintió víctima de un despojo, que la turbiedad de la elección y los mecanismos priístas de control al uso impidieron verificar. Quizá ello le impidió matizar su gabinete. De paso hizo a un lado la ley de servicio civil que establece requisitos indispensables para el ejercicio de los puestos públicos. Lo que se llama la carrera de los servidores del Estado, simplemente fue omitido.
Nuestros empresarios más connotados, aquellos que acompañaron a Salinas en su sueño primermundista como Lotario a Mandrake, son permanentes admiradores de Estados Unidos y Japón. Quisieran que México fuera como esos países. Pero con todos los beneficios y sin ningún riesgo para ellos. Esta manera de operar, donde se permiten diluir la calidad total tan difundida por ellos en cuanto simposium y convención organizan, se hizo presente en la confrontación del gabinete de Canales, sobre todo en los puestos de procurador de Justicia y secretario de Educación. Sus titulares tienen otras carreras, no las que se requieren para tales responsabilidades.
Alfonso Martínez Domínguez, el ex mandatario que declaró no poder gobernar con la oposición, justificó la facultad de Fernando Canales para formar su gabinete según su arbitrio. Desde el punto de vista legal, el ahora senador priísta describió un hecho que fue para él pauta suprema. Pero ahora los gobernantes no sólo deben apegarse a los reglamentos, sino a una ética política. Esta ética, demanda generalizada y leitmotiv del PAN, no puede ser reducida, en el argumento de Canales, a echar mano de hombres honestos. Es requisito básico, mas no el único.
La honestidad, según la han venido manejando los hombres formados en el ámbito privado, pareciera ser una virtud inmanente de este tipo de individuos e inalterable aun cuando queden expuestos a las peripecias de la vida pública. Fernando Canales ha advertido que investigará las acciones del gobierno previo al suyo, pero sólo hasta 1995, que es cuando su primo, Benjamín Clariond Reyes, encabezó el gobierno del estado. Lo menos que debió haber dicho fue que de hallar irregularidades en la administración que recibió de su primo procedería a investigarlas también. No fue así, y con ello recargó el decorado del cambio en el poder de una rama familiar por otra. Ambas patrimonialistas, empresariales, católicas y con un acentuado sentido de clase.
Los primeros signos de un gobierno no pueden, sin embargo, conducir a juicios -y menos a prejuicios- globales. Será la conducta de ese gobierno y la forma en que la perciban quienes no votaron y quienes sí lo hicieron por él, las que confirmen, profundicen o disminuyan e incluso evaporen tales signos.