Marco Rascón
El toque de queda

Al Che Araña

Como parte de la crisis existencial del PRI, perpetuarse en el poder sin votos y sin estar en el gobierno, se ha convertido en la obsesión, pues aún consideran que el 6 de julio es sólo una pesadilla pasajera. El largo vacío entre las elecciones y el 5 de diciembre ha dado oportunidad no sólo al Año de Hidalgo, sino a prepararse para minar al nuevo gobierno a todos los niveles y organizar la defensa de los compromisos e intereses hasta el año 2000, fecha en la cual la fantasía priísta afirma que terminará la pesadilla, recuperará todo, habrá carro completo y volverá a ser feliz.

Oscar Espinosa Villarreal anuncia, en un deseo fallido, planes y programas de gobierno para los próximos 20 años; una nueva manera de perpetuarse en el poder es el simple deseo. Los ``deseos de Estado'', podría llamarle Freud a esta manera de continuismo, luego de una derrota electoral estrepitosa, fundamentada quizás en el hecho de que el PRI siempre hacía lo que no prometía, y hasta los más grandes errores y actos más impopulares le daban votos.

Así, desde el gobierno saliente se ha presentado el Plan Metropolitano para el Transporte Urbano 1998-2020 dando por sentado que prevalecerán los intereses y la misma política, pese al sentido del voto contra ellos y por otros. Desde su visión, hay un solo camino para el transporte y las finanzas y la contaminación y la salud y la educación y los impuestos, y ese camino no podrá alterarse, pues el nuevo gobierno es una mera circunstancia y oportunidad para tomarse unas merecidas vacaciones, luego de haber administrado el destino de la ciudad por más de 70 años. En el año 2000 simplemente hay que regresar a tomar las riendas de todo sin que haya pasado nada.

Esta forma de continuismo tiene, sin embargo, prioridades manifiestas en una extraña actividad del gobierno saliente. La intensificación de las obras públicas, señalización y ornato parecieran tener un sentido más profundo que la simple despedida dejando la ciudad limpia para que la recordemos por última vez, antes de que ellos se vayan. Al igual que los negocios provenientes de la inseguridad, de todas las áreas delegacionales y centrales del gobierno capitalino, las obras materiales por todas partes se circunscriben en la lógica del año del Hidalgo que tiene como meta gastarse 535 millones en obras públicas. Compra de materiales, contratos, nóminas, herramientas son fuentes de ingresos y una razón para ejercer el presupuesto hasta el tope, porque quizás sea la última vez que se utiliza la obra pública como causa de riqueza no explicable, pero entendible.

Por otra parte, como último día en Saigón, sectores de reconocida fama corrupta como los inspectores de Vía Pública, de Salubridad, de Alcoholes, ``licenciados'', coyotes, bandas de falsificadores de documentos, gestores de placas y permisos, ayudantes, guardaespaldas, traficantes de licencias empiezan a organizarse en alianza con sus jefes --muchos sindicalizados-- para actuar en contra del gobierno cardenista. La mayoría se considera indispensable y su soberbia calcula que sin ellos sobrevendría el caos, pues el orden administrativo con corrupción es inherente al gobierno de la capital y constituye su esencia. El reto cínico se va convirtiendo en una consigna y para el 5 de diciembre esperan estar organizados para enfrentar, cuestionar y resistir las decisiones del gobierno cardenista.

En este contexto habrá que diferenciarse entre la presión social y económica contenida en amplios sectores de trabajadores, incluyendo los del gobierno y afiliados al SUTGDF, Sindicato del Metro, Seguridad Pública, maestros, comerciantes ambulantes y médicos, y lo que significarán abiertas políticas de provocación. La diferencia es que con unos se deberá establecer la alianza con respecto a una amplia perspectiva de democratización y recuperación de las condiciones de vida, y con los otros significará una guerra abierta y frontal. Frente a la confrontación con la corrupción, ésta deberá generar alianzas sociales y políticas y una gran movilización ciudadana a fin de no caer en esquemas de polarización: de un lado el gobierno contra las provocaciones y del otro la ciudadanía en un papel neutral y distante. No puede ser así, pues de esta experiencia política dependerá la suerte y el rumbo de la ciudad hacia una transformación equitativa y democrática o el retorno al autoritarismo, el conservadurismo radical y la frustración.