Octavio Rodríguez Araujo
Sobre el Che *

Ernesto Guevara fue un revolucionario, en principio, por sentimientos de justicia, luego por convicción y, finalmente, por acción. Nació, como él mismo dijera, en Argentina, peleó en Cuba y comenzó a ser revolucionario en Guatemala. Su revolucionarismo, por lo tanto, comenzó siendo antimperialista, lo que muchos izquierdistas criticarían hoy en día sin darse cuenta de que el neoliberalismo no es sino otra cara del imperialismo, un nuevo imperialismo, una fase más del capitalismo.

Guevara comenzó a ser revolucionario-antimperialista en Guatemala, porque fue testigo de cómo la administración de Eisenhower permitía a la CIA el entrenamiento de las tropas de Castillo Armas para defender los intereses de la United Fruit Company en contra del pueblo guatemalteco y de su gobierno legítimo; es decir, el aplastamiento de la soberanía de un país pequeño por la más grande potencia del mundo.

El antimperialismo de Guevara fue ratificado en Cuba y desde Cuba en Punta del Este, en la ONU (Nueva York), en Argelia, con los países No Alineados y en la Tricontinental y, posteriormente, en el Congo y, finalmente, en Bolivia. Pero el antimperialismo del Che, a diferencia de otras corrientes como por ejemplo el lombardismo mexicano o el aprismo peruano, fue un antimperialismo acompañado siempre de la lucha por la emancipación de las clases más explotadas en cada país y en todo el mundo, emancipación que sólo habría de alcanzarse en el socialismo, porque el Che era socialista.

En otros términos, el antimperialismo del Che no fue un expediente para justificar la unidad nacional y posponer la lucha de clases, sino que ésta habría de pasar, ineludiblemente en los países subdesarrollados, por una lucha internacional en contra del dominio de los grandes capitales apoyados por las grandes potencias y su fuerza militar. El internacionalismo del Che fue parte de su antimperialismo; era la lucha de clases internacional sin omitir las luchas de clases nacionales. Y su referente empírico fue, sin lugar a dudas, Cuba, el pequeño gran país a 90 millas de Estados Unidos.

La lucha por el socialismo y la emancipación de los pueblos, para Guevara, tenía que ser obra de los pueblos mismos. Pero quien abriría el camino, como dijera en sus notas enviadas a Marcha de Uruguay, sería la vanguardia, ``el Partido'', y antes la guerrilla, ``motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo'', agente catalizador de ``las condiciones subjetivas necesarias para la victoria'' (ídem, en Almeyra G. y Santarelli, E., Che, el pensamiento rebelde, México, La Jornada Ediciones, 1997). Pero la guerrilla, como cita Santarelli (pp. 50-51) no sería sino el inicio, pues la victoria sería de un ejército regular, un ejército del pueblo.

Hoy en día no se acepta la idea del partido vanguardia, pero sí que una guerrilla, incluso sui géneris como el EZLN, puede ser, lo ha sido ya, un catalizador de las condiciones subjetivas, si no para la victoria, sí para sacudir la conciencia de millones de personas. En este punto, insuficientemente analizado por Almeyra y Santarelli en su estupendo libro, hay una interesante polémica que --aparentemente-- tiende a resolverse, por las amargas experiencias ya conocidas, en favor de que no exista una vanguardia organizativa e ideológico-política, poseedora de la verdad y, por lo mismo, conductora de las masas hacia su emancipación. El problema, en esta tendencia que podríamos llamar posmarxista, es que no se ve clara la alternativa a la vanguardia en términos viables de lucha ni en organización de las masas trabajadoras frente al capital.

El Che, que era un gran optimista (como tiene que ser todo revolucionario), no había previsto que el llamado socialismo no llegaría a ser socialismo por la vía en que estaba encarrilado y precisamente por su supuesta vanguardia en el poder. Y, a decir verdad, no supo ver, o no quiso ver, que el partido que él defendía en Cuba (en el que no se permitían las fracciones), podría no sólo acotar las libertades del pueblo y del que él llamara el ``hombre nuevo'', sino que el humanismo que él pregonara, con base en Marx, se viera limitado por razones de Estado y por el ``robespierrismo'' que ya defendiera Fidel Castro en 1954.

* Intervención del autor en la presentación del libro de Guillermo * Almeyra y Enzo Santarelli, Che, el pensamiento rebelde, * México, La Jornada Ediciones, 1997.