Pablo Gómez
Pasos perdidos del Presidente

El presidente Ernesto Zedillo ha negado en Europa que la situación política de México tenga alguna similitud con la cohabitación francesa. ¿Qué es, entonces, lo que está pasando aquí?

Es evidente que la figura de la cohabitación no existe en nuestro país y que no es el caso de que un Presidente --jefe de Estado con facultades limitadas-- tenga enfrente a un gobierno y una legislatura de otro partido. Pero en México, por primera vez, el titular del poder Ejecutivo no tiene mayoría en la Cámara que se encarga de aprobar el presupuesto y por la cual tienen que pasar todas las leyes.

No existe, ciertamente, una mayoría legislativa configurada y el Presidente puede hacer alianzas o convergencias, pero ocurre que éste no las está buscando ni parece saber de qué manera podría hacerlo.

La insistencia de Zedillo de que los grupos parlamentarios de los partidos opositores reconozcan a Chuayfett como el conducto de las relaciones entre el gobierno y la Cámara solamente habla de los pasos perdidos del Presidente, de una confusión en el Ejecutivo y de una falta de rumbo para encarar la política doméstica.

El primer problema consiste en que Zedillo no acierta a definir la situación en la que se encuentra su gobierno. El segundo es que el PRI carece de línea política para hacerse cargo de las relaciones con los demás partidos. El tercero es que el país desconoce las pretensiones del Ejecutivo ante una coyuntura que nunca se había producido. El cuarto, por añadidura, es que, hoy, en México, no hay diálogo político.

Así como Zedillo se reunió con Cárdenas para definir dos problemas básicos de la constitución del primer gobierno propio de la ciudad de México (los nombramientos del procurador de justicia y del jefe de la policía), de la misma manera el Presidente debió haber convocado a los líderes de los partidos para definir su nueva relación con una Cámara de Diputados en la que él carece de mayoría.

Pero Zedillo se durmió, confió en la capacidad de maniobra de su secretario de Gobernación, la cual es casi nula, y creyó que nada importante ocurriría.

Después de esto, el Presidente supone que podrá conformar una mayoría legislativa para sacar adelante su proyecto de presupuesto y confía en Guillermo Ortiz, secretario de Hacienda, para realizar este trabajo. Por lo pronto, él sigue dormido, sin hacer la política que debería emprender un verdadero jefe de gobierno.

Las escaramuzas iniciales de la actual legislatura no han sido más que el prólogo de lo que puede ser una situación inmanejable para el gobierno de Zedillo. El punto del déficit público no será problema, pues en la Cámara ningún partido está exigiendo aumentar la deuda, pero existen otros aspectos que podrían convertirse en graves divergencias.

Quizás el proyecto de presupuesto sea entregado a la Cámara entre el 15 y el 30 de octubre, con lo cual podría haber entre 60 y 45 días para que los diputados tuvieran listo el decreto, lapso insuficiente para hacer una negociación, pues nadie tiene experiencia en este terreno.

Pero no se trata solamente del presupuesto, sino también del resto de la agenda legislativa de Zedillo. Para empezar, ésta no se conoce prácticamente en ninguna materia como no sea en un par de iniciativas de escasa importancia política ya enviadas a la Cámara. ¿Acaso el gobierno actual carece de proyectos legislativos a la mitad de su gestión?

Los pasos perdidos parecen ser la característica del gobierno de Zedillo, luego de la pérdida de confianza popular que éste sufrió el 6 de julio de este año. Frente a esta situación, no será suficiente que el PRI se encargue de acusar a la oposición de ser la causa de confrontaciones políticas, lo cual está ya empezando a ocurrir. La falta de iniciativa política del gobierno será vista, de todas maneras, como el factor principal de la ausencia de negociaciones transparentes que arrojen acuerdos presentables ante la opinión pública.

La inmovilidad política zedillista no puede ser compensada por un llamado de las oposiciones, el cual caería en el vacío ante el mutismo del actor central de una comedia que puede resultar dramática.