A José Martí
Patria es humanidad, escribió José Martí, quien veía el destino de Cuba inseparablemente ligado al de nuestra América. Ahí la clave definitoria de un movimiento renovador de la Revolución Cubana y de su proyecto, encaminados a preservar la soberanía nacional y las conquistas sociales de la Revolución, desde una apertura sin prejuicios al acervo humanista y socialista cubano, latinoamericano y universal.
Lo que distingue las reformas económicas que se han instrumentado en Cuba de las que se aplican en otros países, es que en las primeras no se ha enajenado el patrimonio del país, entiéndase, el área de propiedad social.
La propiedad social propende a una distribución equitativa de la riqueza y apunta a la liberación y al mejoramiento humanos. Pero defenderla no significa aferrarse únicamente a su variante de propiedad estatal y mucho menos a sistemas burocráticos de gestión, que tuvieron mucho que ver con las experiencias socialistas fallidas.
La administración estatal, en Cuba, ha sido muchas veces ineficiente, cuando no ha fracasado del todo en numerosos giros, particularmente en la agricultura, la ganadería y los servicios, si se exceptúan los sectores de educación y salud. Lo que cabría esperar hoy es que se acepte por fin este secreto a voces y que haya una rectificación.
Continuar avanzando con las medidas que empezaron a adoptarse en pro de nuevas formas de asociación y de estímulo de quienes laboran en el sector social, pero también del fomento de la pequeña iniciativa privada, sería lo deseable.
El futuro es inimaginable sin los trabajadores independientes y microempresarios. Lo procedente sería reconocerlo con toda claridad, fijar reglas claras y cumplirlas escrupulosamente, fomentar un clima de confianza. Definir de una vez por todas que esos hombres y mujeres también forman parte del nuevo proyecto de nación.
Renovar el área de propiedad social exige de reformas que estimulen económica y moralmente a los trabajadores y refuercen su conciencia de ser propietarios, que en muchos casos no cuajó o simplemente se ha perdido.
Las empresas gozan hoy de más autonomía que hace unos años, pero aún la tutela estatal las ahoga con frecuencia; es necesario continuar descentralizando y ensayar diversas fórmulas autogestionarias.
La autonomía debiera ensancharse también en el municipio y la provincia y traducirse en más recursos para su desarrollo, a mejores resultados en esos niveles.
El movimiento renovador estaría precedido de una consulta nacional que desemboque en una asamblea constituyente, la que plasmaría en la Carta Magna el nuevo proyecto de nación. Hay algunos problemas más a resolver, no obstante, para hacerlo viable.
Los medios de difusión no deberían ser una simple caja de resonancia del discurso oficial; cumplirían su misión informativa y crítica, atentos siempre al sentir popular y limitados sólo por la ética y el marco que les fijen la constitución y las leyes. Habría que poner fin a la veda de noticias y a la larga lista de temas que las redacciones deben ``consultar'' al Partido.
Se establecería la independencia entre los poderes del Estado. Ello viabiliza la rendición de cuentas por los funcionarios; promueve la participación popular y refuerza la función dirigente del partido, ejercida con la fuerza del ejemplo y de los argumentos y no mediante la intromisión en los órganos de gobierno.
Se pondrían en práctica el plebiscito, el referéndum y otras formas de consulta popular, requisito para la toma de decisiones trascendentales sobre cuestiones previsibles.
En las campañas electorales, los candidatos no competirían sólo con sus biográfias, sino con plataformas que aborden las aspiraciones de sus electores.
Analizar con toda responsabilidad hasta dónde es posible llegar con las reformas y con qué ritmo, asentar sin temor en la Constitución y las leyes los límites que aconseje la seguridad nacional, sin ceder a la tentación de posponer los cambios con el argumento de la amenaza externa, sería el desafío.
La Revolución extendió masivamente y elevó los niveles de cultura, convirtió en protagonistas de la historia a los olvidados de siempre; creó una legión de intelectuales y artistas, profesionistas y científicos. Ellos han actuado a la altura de estadistas en no pocos casos y han sabido hacerlo dignamente; su aparente resignación de hoy --muchas veces en realidad esperanza, cuando no decisión de conservar lo que forjaron con su talento y sus manos, y de engrandecerlo-- aguarda la oportunidad de ser escuchada.