Luis Javier Garrido
El politólogo

El país vive el mayor desastre institucional desde los años de la Revolución mexicana, y sin embargo en su último viaje por Europa, hablando como un politólogo, Ernesto Zedillo se ha entregado con fruición a ofrecer su versión de lo que es la ``normalidad democrática'' de México, en la que hasta el dedazo ya se acabó, como dijo a Der Spiegel (4 de octubre).

1. El México imaginario descrito por Zedillo en su gira por Francia y Alemania (5-11 de octubre), no es otra cosa que la misma versión de propaganda que aquí ofrecen los medios, por lo que es menester preguntarle el por qué.

2. El país no está inmerso en un proceso de ``transición a la democracia'', como lo pretenden algunos, en el que un pueblo esté movilizándose para desmantelar al antiguo régimen. México está pasando por un proceso muy diferente, limitado a las cúpulas del poder, y que hasta ahora no ha conducido más que a una recomposición limitada del ``sistema'', al habérsele abierto espacios rigurosamente controlados a los dirigentes, primero del PAN y luego del PRD. A fin de conservar el poder político y económico, cediendo ante el descontento popular, y aceptando sobre todo las presiones del exterior, el grupo salinista entendió que tenía que aceptar que políticos de la oposición ocupasen algunos cargos públicos, y eso es todo.

3. Ernesto Zedillo ha ocultado, a lo largo de su viaje, un dato fundamental, y es el de que el viejo ``sistema'' está aún vigente en nuestro país y que los escasos cambios se limitan al escenario político electoral. En el México actual no hay un Estado de derecho pues los funcionarios siguen actuando por encima de sus atribuciones y no hay un respeto a los derechos fundamentales, de manera que la impunidad sigue siendo el signo del quehacer político y el ciudadano está más que nunca en plena indefensión. La crisis del régimen es inocultable pues no hay libertad en los municipios, autonomía en los estados, tribunales imparciales ni un Legislativo que haga contrapeso a las decisiones de Los Pinos. A nadie extraña ya que el narco haya penetrado en todas las instancias estatales, que cada vez haya menos libertades sindicales, que el control oficial sobre los medios sea cada vez mayor, que el partido de Estado no se desmantele o que el país esté militarizado.

4. El poder político se encuentra en plena descomposición y al pueblo no se le puede ocultar la lucha de los clanes salinistas por el poder y los esfuerzos de la PGR por seguir encubriendo las evidentes actividades delictivas de Carlos Salinas y del grupo gobernante, como tampoco que subsiste la misma impunidad de siempre. En un reciente artículo, Adolfo Gilly afirmaba que es ``una convicción generalizada'' que el país está en ``una transición a la democracia'' (La Jornada, 2 de octubre), y esto es absolutamente falso. Basta hablar con el común de la gente y constatar que el sentir generalizado es el de que México está cada día peor. Quienes encomian la democratización son los periodistas y los académicos uncidos a los intereses del régimen.

5. El verdadero poder político ciertamente lo ejercen en el país las fuerzas trasnacionales, pues Carlos Salinas entregó las riquezas básicas de México y las empresas públicas a los grandes consorcios, y tuvo buen cuidado de asociarse a todos ellos con dineros de origen oscuro; de ahí que Zedillo insista una y otra vez en que el programa económico es ``inamovible'': y por eso la verdadera democratización tiene que pasar por las estructuras económicas.

6. El nuevo viaje de Ernesto Zedillo a Europa, con un impresionante séquito de empresarios, intelectuales y periodistas, y que representa un gasto multimillonario para el país, no se explica sólo por la lógica de esos intereses trasnacionales que requieren fortalecer al enclave mexicano con su inserción en la Unión Europea, sino por los intereses privados del grupo salinista que busca ser aceptado como indispensable para el cambio. De ahí que Zedillo, haciéndose el cientista político, pretenda utilizar la inversión para publicitar a la (supuesta) ``nueva democracia mexicana'', aunque de antemano esté condenado al fracaso, por la sencilla razón de que los inversionistas extranjeros saben lo que acontece en México. Chirac en París y Kohl en Bonn pudieron tener frases de protocolo (a cambio de las innumerables concesiones de la delegación mexicana), pero los inversionistas no van a arriesgar sus capitales en un país con un sistema de gobierno autoritario y corrupto y en el que el descontento social no hace sino crecer.

7. El grupo salinista se ha presentado como el mejor garante de los intereses del capital trasnacional en México, pero hoy resulta hasta para eso un obstáculo. De ahí la cólera de Zedillo y del canciller Gurría ante las declaraciones del embajador canadiense Marc Perron al semanario Milenio (La Jornada, 7 de octubre). Cuando Perron señaló que la corrupción de las autoridades mexicanas superaba todo lo que él conocía por su experiencia en Africa y el Medio Oriente, y agregó que su lucha contra el narco es ``una simulación'', no criticaba a un país sino al grupo en el poder: no decía algo nuevo sino lo que todo mundo sabe.

8. el problema central del discurso de Ernesto Zedillo en Europa tuvo además otra falla central, y es que al no hablar como el hombre de Estado que no es (ni puede ser), y no querer limitarse a actuar como el vendedor del país (que sí es), y pretender explicar a los inversionistas y a la prensa un régimen imaginario, no hizo más que aparecer como alguien que busca engañar. Al negarse a recibir a los directivos de AI que iban a presentarle un Informe, cometió un primer error. Un segundo fue el no hablar claramente en su encuentro con las ONG en el Hotel Marigny (5 de octubre), que terminaron por amenazar con bloquear el pacto entre México y la Unión Europea. Pero el tercero raya ya en lo delirante cuando, haciéndose el agraviado y faltando a la verdad, acusó a Amnesty de no haber solicitado audiencia alguna (8 de octubre), olvidándose que quien está agraviada es la comunidad internacional por la violación de los derechos humanos en México: por los asesinatos de campesinos y de periodistas, por la tortura, por la militarización del país.

9. ¿Puede tener credibilidad alguna un dirigente político que afirma, como lo hizo Zedillo a Le Monde el 1o. de octubre, que por las acciones de su gobierno ``ya no se justifica la rebelión en Chiapas''?

10. La crisis actual es de enormes dimensiones, y el discurso político de los tecnócratas no puede cambiar la realidad de las cosas, ni impedir que la movilización de la sociedad pueda empezar a desmantelar al ``sistema'' en que se sustentan sus intereses.