Hermann Bellinghausen
Las puertas de la memoria*

Los usos de la memoria son un derecho colectivo que se ejerce individualmente, como todo verdadero derecho, y en ese espacio todos son libres. La memoria es piedra de toque para la recuperación de la historia: en sus fuentes originarias está lo más aproximado a la verdad. Los historiadores del futuro sabrán tomar nota.

Es más que un mero decir en el caso de estos 106 testimonios que pudieron ser el doble, o triple, o más, y aun contando la misma, poliédrica historia, cada uno es distinto.

Casi sin excepción, los textos que componen Memorial de Chiapas relatan un aprendizaje: impactante, conmovedor, terrible, irrisorio. El recuerdo en sí pasa a segundo término; lo que los memoriadores rescatan es lo que aprendieron o lo que aprenden todavía.

Por eso, de una u otra manera, todos los autores de este libro les están dando las gracias a los pueblos indígenas de Chiapas que se rebelaron contra la inhumanidad de su existencia. En aquel acto de rebelión, los memoriadores convocados por La Jornada vieron algo. Que los llamó, que los inquietó, que los cambió y que, según muchos, los despertó.

Recuerdos de una revuelta

Amas de casa súbitamente envueltas por el llamado de la selva Lacandona, sintieron a sus costados al Ejército federal, armado y amenazante; viendo casas destruidas, o paisajes maravillosos; iniciándose en el silabario de lo que es una vida de comunidad, en el sentido indígena de la palabra. Profesionistas urbanos con lodo hasta las rodillas y estudiantes de cualquier cosa (``estudiante'' y ``joven'' tienen mucho de sinónimo, al menos en México), enfrentados de pronto a la vida entre milpas, o a formar cordones de paz que en otras condiciones serían estoicos. Porque en las actuales condiciones, hasta el mayor esfuerzo o dolor, todas las experiencias son una fiesta.

A pesar de que con frecuencia registra cosas terribles, Memorial de Chiapas es un feliz libro de aventuras. De los 13 a los 80 años, de San Cristóbal a Nezahualcóyotl, periodistas profesionales y periodistas aficionados, actores de diversa laya, se toman una foto fija de ``dónde-yo-estaba'' en la marcha tal al Zócalo, o el alucinante amanecer de 1994: en La Paz, Baja California Sur; en mi cama; en San Cristóbal. O en la CND, los diálogos de San Andrés, el Intergaláctico, al paso de los noventas.

Los electricistas del SME cuentan cómo electrificaron La Realidad; unos universitarios seguramente cristianos rememoran cuando subieron como campamentistas de paz a El Calvario. Uno que tiene cuatro hermanas que firman cartas de adoración a Marcos, amigos que detestan al encapuchado, parientes que le temen, descubre que la técnica Rashomon hace ver que cualquier versión, compulsada con muchas otras, tiene algo de mentira.

A unas las llamaron las acciones del obispo Samuel Ruiz, o el trabajo de solidaridad de la actriz Ofelia Medina. A unos las condiciones de la salud y la educación de las comunidades mayas de Chiapas, a unas la lucha de las mujeres indias. A todos, eso que se ha venido a llamar Chiapas en el imaginario colectivo.

Antes de contar una lección de ridículo, una mujer declara: ``Las cosas que se ven no caben en tres cuartillas''.

Hay memorialistas que supieron escuchar. El mensaje de todo-es-de-todos repetido de muchas maneras: ``Y no es sólo por nosotras lo que una mujer va a caminar, sino que es todo el pueblo'', dice en alguna página la tzeltal Marina.

El presidente de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, escritor nahua, relata su conocimiento de Rigoberta Menchú, su extravagante condición de asesor del EZLN y del gobierno federal a la vez, en la mesa de diálogo de donde salieron los acuerdos de San Andrés, y termina con el temblor que cimbró San Cristóbal y San Andrés la noche que siguió a la redacción del documento final de la mesa. El, quien fue uno de los redactores, conoce la responsabilidad de las palabras y puede interpretar la fidelidad de sus estremecimientos.

Están los ambivalentes, los escépticos, los entusiastas, los súbitos editorialistas, los espectadores, los militantes, los escritores que ya saben y los escritores que están aprendiendo.

Mágicos juegos de niños, cartas enviadas desde Barcelona, el DF o la selva Lacandona. Bitácoras breves, iluminaciones, reivindicaciones íntimas, párrafos de autodidactas comprensivos. ¿Cómo vivieron los chiapanecos propiamente dichos, en San Cristóbal, Ocosingo, Tuxtla Gutiérrez y los campos donde viven los indígenas, ese levantamiento que universalizó su gentilicio? Hoy existen gentes en el mundo entero que se sienten, un poco, indígenas de Chiapas. Como se trata de un gesto de amor, tienen derecho.

En ánimo de generalizar, Memorial de Chiapas es un documento de peso a favor de la paz, fruto de un terremoto del que todos tienen algo que testimoniar.

Memorias de una revuelta, que no son los mismo que memorias revueltas.

En esta asamblea de anécdotas vividas se dan cita un cruzado de la Ecología Universal, un abogado mixteco, un artista plástico y alguien que amaneció crudo en San Cristóbal el año nuevo de 1994. Lo importante, no sé si raro, es que todos hablan de lo mismo.

Alegato en favor de los indígenas

Si se preguntara uno en corto ante Memorial de Chiapas: ¿este es un libro zapatista o pro-zapatista?, habría que responder que sí, pero sólo de cierto modo: su individualismo le da universalidad, se trata de un aprendizaje y un alegato a favor de los pueblos indígenas de México y el mundo, un documento anticonformista y optimista.

En el prólogo del subcomandante Marcos se lee: ``Estas experiencias pueden servir para hacer un memorial como este que ahora publica La Jornada, pero también pueden servir para aprender a recordar, que no es más que una forma muy compleja de sumar. Y no sólo para eso, el zapatismo nuevo, esa complicada mezcla de esperanzados civiles y militares, busca construir, sobre experiencias como las que aquí se editan, una revolución''.

Pero aún hay más: por Memorial de Chiapas surcan las líneas cruzadas de una nueva hermandad, entre ellos (los autores) y con la humanidad, a través de los indígenas tojolabales, tzotziles, tzeltales y choles de Chiapas. Dicho de otra manera, los encuentros de este libro desembocan en un sentimiento fraterno más amplio de lo que en México estábamos acostumbrados a experimentar. A lo mejor eso no es una revolución, pero como comienzo no está nada mal.

Estos ``pedacitos de historia'', según los llaman sus editores, también encarnan una asamblea de sueños. Los militantes gay que se saben aludidos y la adolescente de 15 años que se sueña mejor que El Yaqui Justiciero de los comics. La imagen detenida de un tiempo que no se detiene, que sigue y sigue, que todavía no termina. Fruto de un privilegiado uso de la libertad, la memoria es aquí tan sólo una puerta abierta.

El fresco, o mural, y el juego de Wally: ``ahí estoy'', pueden decir los 106 autores señalando la estampa donde aparece ``lo de Chiapas'', es decir, lo de todos.

En fin, esta es también la sencilla saga de personas que fueron a descubrir que, a lo que ellos llaman ``charco'', en alguna parte del mundo se le conoce como ``agua de luna''. Y eso cala las neuronas: las ensancha.

* Texto leído en el Teatro Zebadúa, de San Cristóbal de las Casas, el pasado 8 de septiembre durante la presentación del libro Memorial de Chiapas. Pedacitos de historia. 106 testimonios. Ediciones La Jornada, México, 1997.