Jordi Soler
Los héroes

Durante 29 años el Che Guevara tuvo una nutrida tropa de admiradores y fanáticos que aprovechó su imagen (la clásica de boina con estrella, greñas al viento, bigote y barba rala y mirada dirigida al horizonte) para definir su territorio ideológico y a veces hasta su territorio territorio, por medio de un cartel que usualmente dice: ``este es territorio libre'', y abajo (o arriba, depende del grado de admiración) esa imagen tan clásica. Sus fans no sabían que, durante tantos años, estuvieron trabajando con empeño en el posicionamiento de esa imagen que ahora vende miles de dólares como carátula de los relojes Swatch. Es cierto que siempre se ha comerciado con la imagen del Che, pero también es cierto que nunca como ahora había dejado tantas utilidades. Nadie sabe para quién trabaja.

El doctor Aziz llegó a la India a practicar la medicina que había estudiado en Europa. Era soltero, de pinta regular y muy famoso en su pueblo que no tenía muchos habitantes, pero sí unas cuantas mujeres que andaban detrás de un soltero de pinta regular y muy famoso. Naseem Ghani, la hija del terrateniente, era su paciente más enfermiza, tenía que visitarla diario y además someterse a la disciplina que el pudor del terrateniente imponía: no podía revisarla (y menos auscultarla) de cuerpo entero. El doctor tenía que hacer su trabajo con una sábana agujereada de por medio. Cuando el dolor estaba localizado, por ejemplo, en la rodilla, Naseem asomaba exclusivamente la rodilla por el agujero de la sábana; con este sistema fue recorriendo, a partir de enfermedades más o menos reales, todas las partes visibles de su cuerpo. La madre del doctor Aziz le advirtió que el terrateniente le estaba tendiendo una trampa para que se enamorara de su hija. Nadie sabe para quién trabaja, pero Aziz ya lo sabía y no fue capaz de evitar seguir trabajando para el papá de su paciente. Meses más tarde, cuando las partes de Naseem que había visto por el agujero se convirtiron en obsesión, el terrateniente decidió establecer la recta final de su estrategia. Aziz, cuya diferencia con San Francisco era básicamente la zeta, armaba en sueños las partes de ese cuerpo que carecía de rostro y de sexo.

La recta final llegó, el doctor tuvo que revisarle un pecho, que brotó por el agujero, como había brotado el resto del cuerpo. Días más tarde revisó la cara de aquella mujer a pedazos. La estrategia dio resultado, el doctor y su paciente se casaron y contribuyeron con las páginas luminosas de Hijos de la media noche, de Salman Rushdie, que es el autor de esta historia. Aziz no se enamoró, armó un rompecabezas y quiso conservarlo como trofeo, ¿qué no son así todas las historias de amor?

Jacques Prévert, el poeta francés, no sabía que trabajaba para el Che cuando escribió esa piececita maestra del contraste, de aires surrealistas. O quizá sí conocía la historia del fusilamiento del héroe en la escuela de La Higuera. La piececita se llama El fusilado y este un fragmento: ``Los recuerdos las flores los surtidores los jardiners y los sueños infantiles. Un hombre está ahí en el suelo como un fardo sangrante. Las flores los surtidores los jardines los recuerdos y la dulzura de vivir. Un hombre está ahí en el suelo como un niño dormido''.

Roque Dalton, poeta extraordinario, respondón y salvadoreño, sí sabía para quién trabajaba y no quiso trabajar para la imagen del héroe, cuando menos en su poema El Che en Praga, en 1965, que termina así: ``porque al fin ese bakuninista y trotskista argentino, ese aventurero de la economía, había sido expulsado del equipo del gobierno cubano, y ello anunciaba desde luego, que aún había esperanzas, de que toda Cuba, volviera al camino de la sensatez''. Curiosamente Roque, quien hacía la guerra con la pluma, murió en las misma circunstancia, trágica y artera, que liquidó al Che.

Uno de los escritores favoritos de Dalton era Prévert, aquel poeta que no sabía que estaba escribiendo al Che. Otro era Hemingway, que tenía en común con el Che, el país donde trabajaban los dos: Cuba. Durante una época, entre novela y novela cuando no iba navegando en su yate de pescar, con sus coordenadas personales e infalibles cifradas en botellas (``dos de Fundador al norte y una de Bacardí al este''), pasaba el día bebiendo en el bar El Floridita, en La Habana. Todavía hoy, el sitio de sus grandes éxitos, en uno de los extremos de la barra, está marcado por un busto en bronce de él mismo.

En una entrevista que le aplicó Milt Machlin, en 1958, Hemingway confiesa los números de su récord personal en la categoría de Daiquiri papa's special (recordemos que a Ernst le decían papá), cuyos ingredientes son: chorrito de lima, chorrito de jugo de uva, un poco de hielo y cuatro onzas de ron. Vale la pena aclarar que Machlin el entrevistador perdió el conocimiento con cuatro. Hemingway, que también merecía el premio Nobel en daiquirís, ingirió en una jornada, de las 10 a las 19 horas, 15 Papa's special, pero lo más interesante fue lo que vino después: Ernst llegó a su casa a escribir algunas de sus páginas de premio Nobel, ``¿y cuál es el truco?'', preguntó el entrevistador. ``Beber de pie'', respondió el maestro.

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